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El discurso de odio

El ambiente político y social en Estados Unidos ha experimentado una polarización sin precedentes, donde el discurso de odio ha encontrado terreno fértil para florecer. Uno de los blancos principales de este discurso ha sido la comunidad mexicana.
Las arengas del presidente Donald Trump han sido frecuentemente señaladas como catalizadores de este clima tóxico. No hay que olvidar que, desde 2018, en su rol como candidato presidencial, Trump etiquetó a los inmigrantes mexicanos como "delincuentes" y "violadores", definición simplista e injusta que ha permeado en buena parte del discurso público.
La red consular de México en Estados Unidos elaboró un reporte preliminar que revela la dimensión de la xenofobia, durante el primer mes del regreso de Donald Trump a la Casa Blanca. Sólo entre el 20 de enero y el 15 de febrero pasado se registraron 667 agresiones contra connacionales, superando todas las que se presentaron en 2024 (402) y en 2023 (246).
Los inmigrantes han denunciado insultos, acoso, agresiones verbales y ataques con piedras y palos. Incluso, algunos han referido que han sido amenazados con pistolas en mano.
En lugares públicos como parques, centros comerciales y transportes, así como en centros de trabajo y hasta en escuelas, los mexicanos han sufrido la ira verbal de algunos estadounidenses con insultos como “malditos invasores”, “mexicanos mugrosos, ignorantes” y hasta “roba trabajos”.
Algunos han optado por dejar de hablar en español, con la idea de evitar los ataques virulentos de quienes los discriminan. Hasta los mexicanos que han conseguido su residencia legal se han visto afectados.
Lamentablemente, una parte del pueblo estadounidense pasa por alto la influencia que los mexicanos tienen en la economía de Estados Unidos, pese a su estatus irregular.
Olvidan que aquellos a quienes desprecian y atacan, todos los días contribuyen a su bienestar en sectores clave como los servicios, la agricultura y la industria de la construcción.
Mientras son identificados como una carga en ciertos discursos populistas, en realidad, constituyen una parte esencial del entramado económico estadounidense. ¡Vaya paradoja!
Pese a las críticas de sus opositores, la presidenta de México ordenó la incorporación de elementos del Ejército y de la Guardia Nacional en la frontera con EU para frenar la inmigración ilegal al territorio del vecino país del norte. Incluso, hace unos días entregó al gobierno estadounidense a 29 narcotraficantes, sin mediar proceso de extradición.
No obstante, Donald Trump decidió ignorar los esfuerzos de Claudia Sheinbaum, cumplió su amenaza e impuso aranceles comerciales del 25 por ciento contra México.
Es cierto, el presidente de Estados Unidos es un líder político acostumbrado a imponer una retórica de hostilidad y supremacía. No parece interesado en conciliar ni buscar el entendimiento para encontrar soluciones sostenibles de largo plazo.
Pero también es claro que el gobierno de Sheinbaum debe cambiar la estrategia e ir más allá de concentraciones públicas en defensa de la soberanía nacional. Buscar el aplauso de los mexicanos con arengas patrioteras sólo servirá para sostener e incluso aumentar sus índices de aprobación.
México no necesita una Presidenta popular, sino una Jefa de Estado, una estratega, que construya relaciones internacionales de respeto y colaboración; y que aborde con responsabilidad los desafíos fronterizos, comerciales y de seguridad.
Pero sobre todas las cosas, México requiere una Presidenta que honre la dignidad humana de nuestros connacionales.