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Opinión

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Para el amor no hay remedio

Foto: Especial

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El amor ya no es lo que era antes. Comenzamos a darnos cuenta no sólo por estar navegando en internet y gracias a nuestros naufragios al respecto. Lo sospechábamos desde que nos preguntamos por qué, si vivimos en una época de conexiones, con el amor no hallábamos contacto. Hasta comprendimos que el amor romántico apesta y que idealizaciones como amar para siempre y sin dudarlo a una sola persona, compartir cada momento con un sólo ser que nos completaría, era una falacia. La idea de la media naranja, pura codependencia, la fusión entre ambos miembros de una pareja, una cerrazón mental y la metáfora tan equivocadamente cítrica, como excluyente y lamentable.

Mucho ruido y pocas nueces. Podemos entrar en rebeldía y negarnos a las flores, tarjetitas, perfumes, ositos de peluche, los obsequios de chocolatoso colesterol para endulzar las amarguras y demostrar cariño; o pasear con nuestro adorado tormento ignorando el gentío, el tráfico, el trabajo pendiente, el fin de la quincena y la falta de misericordia. Pero no habrá manera de librarse, lector querido. Llegará el 14 de febrero, el tan mentado Día del amor y la amistad y le corresponderá a usted decidir si hay que celebrarlo o no.

Siempre se puede buscar consejo en la lectura o acudir a los grandes pensadores para abrir el panorama. De tan diversos no hay a cuál irle: si a Ortega y Gasset, serio y progresista cuando dijo que el enamoramiento es un estado de miseria mental en que la vida de nuestra conciencia se estrecha, empobrece y paraliza; o bien a Einstein que, a pesar de ser científico, dijo, respecto al enamoramiento, que al principio todos los pensamientos pertenecen al amor y que después, todo el amor pertenece a los pensamientos. (Y ya, en ese orden de las cosas, intente explicar qué quiso decir Confucio cuando escribió que en cuestión de amores debes tener siempre fría la cabeza, caliente el corazón y larga la mano…)

La fecha se aproxima, pero afortunadamente cae en viernes, lo que quiere decir que hay tiempo. Puede aprenderse y recitar algunos versos, tanto antiguos como nuevos: Los amorosos –que callan y se encuentran– de Jaime Sabines; las décimas de Xavier Villaurrutia, de poética amorosa y lúgubre; el Nocturno a Rosario de Manuel Acuña, poetizando su corazón roto antes de morir; alguna poesía de Alí Chumacero que raya como la dureza de un diamante y brilla como un secreto, o de plano algún poema de La sangre devota de José López Velarde, atrapado en la pasión insoportable, el amor divino y el amor carnal. (Sugiero “Las Hormigas” donde aquel encono de hormigas en las venas voraces suplica, para el poeta, un poco más de tiempo. (“Antes de que deserten mis hormigas, Amada déjalas caminar camino de tu boca”). O quizá la Cleopatra de Díaz Mirón, que pinta a la monarca egipcia tendida de espaldas entre púrpura revuelta, toda desnuda ella, esperando a que el amado llegue a calmar sus ansias.

O mejor, para mantener la calma, no presione ni a su memoria ni a sus dotes como orador. Tampoco mande un mensaje por whatsapp, escriba una carta. Tal vez más sorprendente si está inspirada en olvidados personajes nacionales. Le comparto un par de ellas como ejemplo. La primera, de Justo Sierra (alto, guapo, inteligente, histórico y de genética impecable) cuando, con pluma y a mano, le escribe a su amada Luz Mayora lo siguiente:

“He comprendido la emoción que me causa la presencia de usted –dice a los 23 años en una misiva fechada en abril de 1873–. He procurado y conseguido hacer hablar a mi razón en estos días en que me veo próximo a una época decisiva de mi vida. Y de confesarlo lealmente, me siento débil y desalentado porque me hace falta la seguridad de que usted se crea capaz de corresponderá mi cariño. (…) Así pues, piense con ánimo sereno sobre mi súplica y dígame libremente la verdad, como si la oyeran Dios y sus padres. Si me fuere favorable bendeciré al cielo por haber realizado el mejor ensueño de mi juventud, si adversa quizá pueda arrancar del corazón mi pobre pasión de un día, pero lo que en él vivirá siempre, y en todo caso, será mi inalterable estimación y mi respeto por usted”. Tras semejante declaración –tan medida, tan respetuosa– Luz le dio el sí, se casaron al año siguiente y claro que vivieron felices para siempre.

La segunda, de un final no tan feliz, pero con un redacción apasionada e intensa, la que Felipe Carrillo Puerto escribió a la periodista Alma Reed, mientras la esperaba, antes de la tragedia de su artero asesinato: “Los sufrimientos del Tántalo resultan insignificantes al lado de los míos: estar cerca del cielo y no poderlo contemplar, saber que estás cerca de mí, y no estar a tu lado para ver tus lindos ojos que son dos estrellas; estar cerca de mí y no poder aspirar el perfume de tu hermoso pero escultural cuerpo; estar cerca de mí y no poder oír tu deliciosa voz ….”

Todo funcionará como siempre o como nunca, lector querido; porque para el amor no hay remedio y esa verdad permanece.

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