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Vive Zapata de pie
Este 10 de abril se cumplen 100 años de su asesinato.

Las crónicas relatan que el día de su muerte, el Atila del Sur, el general Emiliano Zapata, había ensillado a su caballo alazán de nombre As de Oros con la montura que le regaló el coronel Jesús Guajardo, el mismo que por órdenes del carrancista Pablo González le había fingido rendimiento para traicionarlo. Que montado con garbo y como un jinete cabal, cabalgó sin saberlo hasta las mismas puertas de la muerte. Era el 10 de abril de 1919.
Nacido en San Miguel Anenecuilco, municipio de Villa Ayala, Morelos, en agosto de 1879, Emiliano Zapata tuvo como padres a Gabriel Zapata y Cleofas Salazar y era el noveno de 10 hermanos. La familia era de origen campesino pero no pobre, como se ha dicho muchas veces: vivían en una casa de adobe y tierra y no en una choza, y era muy respetada y conocida en la región. El abuelo materno de Emiliano había combatido en la lucha por la Independencia a favor de los insurgentes; dos de sus parientes cercanos pelearon en la guerra de Reforma y contra la Intervención Francesa y su tío José Zapata fue el dignatario principal de Anenecuilco hacia 1870 y por ello tuvo una relación estrecha con Porfirio Díaz.
Emiliano asistió a la escuela de primeras letras en Anenecuilco, pero más pronto que tarde se puso a trabajar la tierra. Fue parcero, trasladó recuas y compraba y vendía caballos. Desde muy joven se interesó en los problemas agrarios porque fue testigo cercano de los choques entre indígenas, campesinos y los dueños de las grandes haciendas e ingenios azucareros. Y su educación se completó al escuchar los recuerdos y pláticas de su familia sobre los tiempos de la Reforma y la Intervención, por lo que empezó a indignarse por la desigual e injusta situación agraria y adquirió la convicción de que pelearía por restituir las tierras a quienes la habían trabajado desde siempre. La situación del campo y el injusto despojo que hacían los hacendados de las tierras ejidales se agudizaban velozmente. Hacia el año 1902, Emiliano, que no podía permanecer indiferente, decidió formar parte de una comisión de vecinos que buscaba entrevistarse con Porfirio Díaz. Lo lograron: se hicieron varios reclamos sobre el tema de las tierras y se prometieron muchas cosas, pero al final no pasó nada.
Llegó el año de 1906 y Zapata organizó a una junta de campesinos en Cuautla para “discutir la forma de defender las tierras del pueblo contra los hacendados vecinos”. Esta reunión fue considerada como su primera participación política formal. Ante la nula respuesta de las autoridades, Emiliano decidió tomar acciones más determinantes y convocó a los moradores de Ayala y Anenecuilco para defender con las armas la posesión de la tierra. Comenzó así la formación del ejército zapatista y una peregrinación entre su pueblo natal y otras zonas de la región para enterarse de todas las injusticias y ganar adeptos. Fue nombrado presidente de la Junta de la Defensa de las Tierras perfilándose ya como líder de los campesinos y general del ejército suriano. El 25 de noviembre de 1911, promulgó el Plan de Ayala. En este documento fundacional desconocía al gobierno de Madero, exigía la redención de la raza indígena, la repartición de latifundios y postulaba que la lucha armada era el único medio para obtener justicia. En su punto fundamental el Plan de Ayala decía:
En virtud de que la inmensa mayoría de los pueblos y ciudadanos mexicanos no son más dueños que del terreno que pisan sufriendo los horrores de la miseria sin poder mejorar en nada su condición social ni poder dedicarse a la industria o a la agricultura por estar monopolizados en unas cuantas manos las tierras, montes y aguas, por esta causa se expropiarán, previa indemnización de la tercera parte de esos monopolios a los poderosos propietarios de ellas, a fin de que los pueblos y ciudadanos de México obtengan ejidos, colonias, fundos legales para pueblos, o campos de sembradura o de labor, y se mejore en todo y para todo la falta de prosperidad y bienestar de los mexicanos.
Y aquello fue como una declaración de guerra.
A la muerte de Madero, Zapata estuvo en contra del gobierno del usurpador Victoriano Huerta, en la lucha junto a las facciones constitucionalistas y convencionistas hasta que Carranza se lanzó contra él. En 1915, tras la derrota de Villa, ya numerosas fuerzas revolucionarias intentaban cazarlo para acabar con él. Para muchos, el zapatismo era el único obstáculo para la consolidación de un nuevo gobierno y Emiliano un elemento peligroso. Por ello se acordó terminar con su vida.
El general Jesús Guajardo, insidioso cual serpiente, le hizo creer a Zapata que estaba descontento con Carranza y dispuesto a unirse a él. Zapata le pidió pruebas y Guajardo se las dio al fusilar a aproximadamente 50 soldados federales, con consentimiento de Carranza y Pablo González, y ofrecerle a Zapata armamento y municiones para continuar la lucha. Así, acordaron reunirse en la hacienda de Chinameca, Morelos, el 10 de abril de 1919. Zapata acampó con sus fuerzas a las afueras de la hacienda, y se acercó a la misma acompañado únicamente por una escolta de 10 hombres. Al cruzar el dintel, una ordenanza apostada a la entrada tocó con su clarín la llamada a honores. Esa fue la señal para que los tiradores, escondidos en las azoteas, abrieran fuego contra Zapata, que dicen que alcanzó a sacar su pistola y le fue tumbada de un balazo. Zapata también cayó para no levantarse más.
Cuentan que el cadáver fue trasladado al cuartel de policía de Cuautla donde fue expuesto al público. Y que, según la autopsia, el cuerpo tenía siete perforaciones de bala, ninguna en la cara. Cuentan que al cadáver se le quitó el traje de charro que llevaba puesto y se le había puesto ropa limpia. Comenzó la indignación y los dichos para deshacerse de la pena y arrebatarle algún consuelo a la desgracia: dijeron que aquel no era el caudillo asesinado por Guajardo, que le hacía falta un lunar, que Emiliano era más alto o más moreno, que no era posible que, si Zapata había escapado a tantas emboscadas y siempre había tenido tan buen olfato para los engaños, hubiera caído de aquella manera, que había mandado en su lugar a uno de sus compadres que se le parecía mucho... que se había embarcado en Acapulco para huir al lejano Oriente. Pero la identificación del cadáver de Zapata fue contundente: el cuerpo correspondía al caudillo del sur y estaba muerto.
Como si refrendara una de las famosas frases del Atila del Sur —“más vale morir de pie que vivir de rodillas”— Federico Gamboa, cinco días después de la muerte del caudillo, escribió en su diario una predicción que hoy 100 años después, es innegable realidad: “Zapata, con el tiempo y a pesar de todo, se domiciliará a perpetuidad en la historia y la leyenda nacional”.
(Todavía aseguran los morelenses que en las noches de luna se escucha el chasquido de sus espuelas y se le puede ver cabalgando cerca de Anenecuilco).