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Quien gana más, gasta más

Cuando empecé a trabajar no ganaba lo suficiente para cubrir mis responsabilidades. Yo era un estudiante universitario y en un santiamén mi vida cambió: me convertiría en padre. Inmediatamente empecé a buscar un empleo que me permitiera terminar mi carrera. Afortunadamente lo encontré rápido.
Poco tiempo después estaba casado, ahorrando para pagar el nacimiento de mi hija con mucha ilusión, trabajando, estudiando, era demasiado. Aún así, seguí ahorrando y cumplí una meta que hasta hoy cuento como una de las mayores satisfacciones de mi vida: poder ver a mi hija nacer en uno de los mejores hospitales del país y haberles podido brindar, a ambas, las mejores condiciones posibles. Lo recuerdo con mucho cariño, porque el esfuerzo fue muy grande.
El tiempo que siguió fue difícil, aunque tuve ayuda de mi familia. Mi abuela estaba muy orgullosa de la manera como había afrontado mis responsabilidades y me ayudó un poco a empezar. No es fácil a esa edad estudiar, tener un trabajo de tiempo completo, ser padre y esposo al mismo tiempo. Pero con mucho esfuerzo salí adelante.
Poco a poco la vida mejoró. Empecé a ganar un poco más, accedí a un programa de bonos trimestrales y me esforcé por marcar una diferencia y agregar mayor valor a la empresa. Eso me permitió, años después, un crecimiento laboral que no se detuvo hasta que alcancé puestos directivos en varias empresas internacionales.
Durante ese tiempo, ya hacía mis cálculos sobre cuál era “mi número”, es decir, cuánto tendría que ganar al mes para poder tener una vida relativamente cómoda. Me faltaba mucho, pero no dejaría de buscarlo. Aspiraba a eso. Mi familia merecía eso. Era lo más importante para mí en ese momento.
Durante este proceso tuve varias lecciones de vida. La primera fue ahorrar, aún en tiempos difíciles, para alcanzar un objetivo inmediato: pagar el nacimiento de mi hija en el lugar que yo elegí. La segunda fue marcar la diferencia, tanto a nivel personal como profesional.
En ese momento en el país había un entorno de devaluación, inestabilidad política y elevada inflación. Eso me motivó a aprender a invertir porque lo que menos quería era que el poder adquisitivo de lo que ganaba se deteriorara en poco tiempo. Al contrario, como las tasas de interés eran elevadas, aprendí a buscar las mejores opciones que me permitieran exprimir hasta el último centavo posible.
Recuerdo que mi esposa puso los pelos de punta cuando saqué mi primera tarjeta de crédito. Me dijo: son un problema, no quiero que nunca tengamos deudas. La tranquilicé y le dije que sólo las usaríamos como medio de pago, como me enseñó mi abuelo, quien era lo que se conoce como “totalero”.
Así, empezamos a usar la tarjeta de crédito para todo, pero controlando muy bien nuestros gastos. Cuando llegaba mi salario se iba directamente a un fondo de inversión en instrumentos de deuda que pagaba, en ese tiempo, varios puntos porcentuales arriba de la inflación. Cuando llegaba el estado de cuenta de la tarjeta y era momento de pagar, teníamos el dinero disponible.
Eso, como mencioné, requería tener un control estricto. Entonces desarrollé una hoja de cálculo que nos permitía manejar todo eso: hacíamos nuestro plan, anotábamos nuestros gastos y dábamos un seguimiento puntual.
Nuestras finanzas en ese tiempo no eran sofisticadas. Aún no teníamos un fondo para emergencias como tal, pero sí ahorros de los que habríamos podido disponer en caso necesario. Pero sí estaban bajo control y empezábamos, poco a poco, a crear un patrimonio.
Aquí ya he contado antes cómo empezamos el fondo de educación de nuestra hija: guardando en una alcancía el “cambio” o las monedas que nos habían sobrado en el día. No quiero distraerme en ello.
Cuando me dieron mi primer gran aumento, recuerdo que mi jefe me lo anunció con bombo y platillo, pero me advirtió con estas palabras: “sólo recuerda: quien gana más, gasta más”. Ten mucho cuidado con esto y con tu estilo de vida. Tenía mucha razón y de esto hablaré en la siguiente entrega.

