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Profundas y subterráneas. Algunas historias del Metro de la CDMX

Este incidente fue en la estación El Rosario de la Línea 6
En un principio, el metro no era lo que es y ni siquiera se movía. Se trataba de un nuevo término que fue definido en 1793 como la diezmillonésima parte de la distancia desde el Ecuador hasta el Polo Norte, trazado a lo largo de un gran círculo: la circunferencia de la Tierra.
En 1799, el metro volvió a redefinirse en términos de una barra prototipo y en 1960, cuando el prototipo se cambió, fue otra vez explicado gracias a un determinado número de longitudes de onda desde una cierta línea de emisión. No fue sino el año 2002 cuando se rehicieron los cálculos y todo el mundo coincidió en que los datos eran adecuados y los entendían perfectamente, pero en ese momento nadie estaba pensando en el transporte público, como ya lo adivinó usted lector querido, sino en una unidad de medida.
Fue a mediados del siglo XIX, en 1843, cuando el ingeniero inglés Charles Pearson propuso, como parte de un plan de mejora para la ciudad de Londres, abrir túneles con vías férreas para transportar a la población de un lugar a otro. Tras diez años de debates, el parlamento inglés autorizó la propuesta y en 1860, comenzó la construcción. Fue hasta el 10 de enero de 1863 cuando se inauguró la primera línea ferroviaria urbana, con seis kilómetros de longitud y diez locomotoras de vapor y nació el primer Metro del mundo. Su nombre, apócope de “ferrocarril metropolitano”, se hizo popular y logró que todos se olvidaran de las unidades del sistema métrico decimal, para llamar Metro al mejor y más moderno medio masivo de transporte del mundo.
La siguiente ciudad en tener Metro fue Nueva York, cuya línea más antigua entró en operaciones el mismo año que el Subterráneo de Londres. En 1896, se inauguró el de Budapest, después el de Glasgow, y luego siguieron otras ciudades en Europa -como Berlín y París- y varias más de Estados Unidos, donde se construyeron un elevado número de sistemas. No fue sino hasta el siglo XX cuando comenzó la expansión del Metro por Latinoamérica, Oceanía, África y Asia, sin embargo, el primer tren subterráneo del mundo hispanoparlante, donde el habla y hasta los letreros estaban escritos en español, fue el de Buenos Aires (El Subte), inaugurado en 1913, mucho antes, incluso, que el Metro de Madrid.
En México, como bien dijo Alfonso Reyes que nos sucedía siempre, llegamos con retraso al concierto de la Historia y nuestro primer viaje en Metro se verificó el 4 de septiembre de 1969, durante la presidencia de Gustavo Díaz Ordaz. Aquella inauguración fue considerada, por supuesto, tan histórica que hasta se hicieron monedas conmemorativas previas a la inauguración. Y es que, también como siempre, la construcción y puesta en marcha del Metro tomó su tiempo.
Fue el ingeniero Bernardo Quintana quien presentó el proyecto para construir el Metro de la Ciudad de México a las autoridades del Distrito Federal en 1958, y éste fue rechazado por su elevado costo. Cuando volvió a presentarse el proyecto –y dicen que gracias a la intervención de Alex Berger– el presidente Díaz Ordaz y su homólogo francés, Charles de Gaulle, se pusieron de acuerdo, se tramitó un crédito y la obra comenzó a construirse. Tuvo un costo total de 2,530 millones de pesos, de los cuales, 1,630 millones provinieron del gobierno francés y 900 millones del Departamento del Distrito Federal. Fue así como la línea Rosa, es decir la Línea 1, comenzó a correr hacia el este y el oeste. Desde Zaragoza hasta Chapultepec, presumiendo sus 16 estaciones y recorriendo a toda velocidad sus 12.6 kilómetros de extensión.
Comenzaría así, una nueva época para la Ciudad de México que, a partir de ese momento, y hasta ahora, estaría sembrada de historias reales y magníficas, pero también de cuentos de miedo, curiosidades y anécdotas misteriosas. Además de maravilla tecnológica, el Metro se convirtió en muchas cosas; desde escenario de amores reales y apasionados, hasta casa de irreales fantasmas y vampiros invitados. Pero también en la última morada del Hombre del Metro Balderas –que poco tenía que ver con la canción de Rockdrigo y fue un esqueleto perfectamente conservado de un hombre que había vivido 10 mil años atrás–; de la Rata Gigante de la Línea 3, que después de aterrorizar a millones de usuarios terminó en zarigüeya y fue trasladada a Cuemanco para su protección, pero también en el lugar de la más reciente aparición de la Virgen de Guadalupe, que en 1994 se manifestó en una mancha de humedad de la pared de la estación Hidalgo.
Fuera de accidentes –y muy lejos de los incidentes– hoy, cuando otra vez el Metro de la CDMX está en el centro de la atención de propios y extraños, hay nuevas apariciones –como los elementos de la Guardia Nacional en cada una de sus estaciones– y estamos en espera de otra manifestación. Alguna que nos asegure calma y tranquilidad. Ya sea por un reporte pericial o por intervención divina.