Lectura 6:00 min
Pemex, Zapata y la descarbonización

Existen varios íconos intocables en México. Desde luego la Virgen de Guadalupe es uno de ellos. Algunos todavía recordamos aquella exposición en el Museo de Arte Moderno que sustituía su cara con la de Marilyn Monroe, entre otras provocadoras alteraciones de símbolos endémicos de la religiosidad cotidiana de México. Más reciente está el caso de un Emiliano Zapata exhibido en el Palacio de Bellas Artes con una plástica crítica de la masculinidad. Desde luego, existen otros íconos y símbolos intocables o, al menos, notoriamente ofensivos para una mayoría por momentos abrumadora.
Cuando ocurrió aquel evento en 1988 ganó la censura. Después de una débil defensa de la libertad de expresión, la exposición fue clausurada. En 2019 el cuadro soportó la presión y no fue retirado, aunque llegó a generar el rechazo de descendientes del Caudillo del Sur. Poco a poco, parece que en nuestro país lo sagrado va cediendo a lo profano. Esto es lo que está sucediendo con el petróleo y con Pemex aunque desde luego los parámetros de la disputa son distintos. No se trata de un grupo defensor del petróleo y de Pemex a “capa y espada” contra un contrario unificado. Es una discusión en el seno de la élite gobernante y la que quiere gobernar. Hay una fuente en el cruce de dos de las avenidas más importantes de la Ciudad de México y colonias y calles por todo el territorio que tienen el nombre de Petróleos Mexicanos. Pero la disputa no proviene de la profanación de un templo o de la perturbación de un ícono sino de contrastantes propósitos en su papel cotidiano. El tema es quién es el dueño y puede dar uso al ícono.
En un extremo, pueden advertirse los herederos de una tradición que cree en el petróleo como palanca de desarrollo y uno de los pilares fundamentales del poder del gobierno. Más aún, una extensión de la seguridad nacional y de la viabilidad independiente. Una reserva ulterior de autonomía y soberanía. En otro, una fuente de recursos para apalancar el crecimiento económico y una oportunidad para el sector privado. Un insumo necesario para el funcionamiento adecuado del mercado y de la economía. Es una disputa en familia porque no se profanan íconos ni se demuelen símbolos. Es un forcejeo sobre el control y la propiedad, una disputa por las regalías de los derechos de autor, en todo caso. Entre ambas posiciones existen algunos vasos comunicantes a veces tan notorios, que parecería que con un encuentro relativamente franco, abierto y sereno, se podrían construir muchos puentes. Pero en el proceso de construcción de narrativas cada uno dice lo que se le viene a la mente y, desafortunadamente, literalmente lo que le estimula.
Así como ocurrió con la Virgen y Zapata, Pemex y el petróleo provocan discusiones airadas, apasionadas y frecuentemente irracionales. La razón, la argumentación serena y aquella basada evidencia apenas se asoma por momentos, mientras que los datos e indicadores -la evidencia pues- son deliberadamente ignorados o simplemente desconocidos. Ello no es obstáculo para que ambos grupos se sientan enormemente empoderados. Por ello lo único que ayuda a aclarar porqué tiene lugar tal bloqueo a la razón es la razón política o razón de Estado, para referir al clásico italiano. Es una cuestión política porque se quiere lograr un objetivo y el arreglo -razonado o no- es hacia un objetivo no siempre manifiesto.
Hagamos un esfuerzo por encontrar un punto de navegación: un desacuerdo básico entre los fieles es que Pemex y el petróleo están mejor en sus manos que en las de los otros. Es decir, ambos deben estar total o parcialmente en manos privadas que al revés, es decir, bajo control y gerencia del gobierno. Todo lo que toca el sector privado lo pervierte, todo lo que toca el sector público lo arruina pareciera recitarse una y otra vez.
En principio es un jaloneo, como dije, por las regalías. Es lo que define el extractivismo que no persigue otra cosa más que extraer recursos naturales sin o con propósito de largo plazo. En el caso de los privados se trata de rentabilidad o literalmente de rendimientos sobre inversión que va a manos privadas. En el caso del gobierno una renta que produce flujo de dinero para sus necesidades. A estos gobiernos se les llama rentistas porque, dado el control y propiedad de recursos no renovables obtienen una renta económica que supera, por mucho, la mera inversión de capital. Es, como ocurre con muchas personas, vivir de las rentas.
El gran ausente en estas posiciones es el supuesto dueño, que conceptualmente es la nación pero para efectos prácticos es la población. El sector privado y el gobierno utilizan esa noción para legitimar sus posiciones pues “el petróleo es de todas y todos en México” y no es propiedad de las empresas. El gobierno, en representación del dueño, es el único legítimo. Este es un resumen simplista pero posiblemente práctico para caracterizar ambas posiciones.
El agotamiento de las reservas, el incremento del costo de exploración y extracción, y la desinversión de Pemex en muchos sectores con potencial tanto económico como de soberanía, entre muchos otros factores, nos han colocado en donde estamos. Una posición señala el fracaso gubernamental para llevar adelante a Pemex y el petróleo y por ello la necesidad de participación o, de plano, parcelización del negocio. Otro reafirma su rectoría, para usar el término clásico, en el sector energético. El gobierno ha decidido reducir el extractivismo significativamente y al recular sobre la renta petrolera, también está poniendo en duda el paradigma impuesto desde 1982. La idea es producir gasolinas para escapar de los veneros del diablo, como alguna vez llamó al petróleo el poeta de Jerez. El propósito gubernamental es huir del extractivismo y del rentismo, esto no es tan notorio en el sector privado.
La descarbonización, que quiere decir dejar de contaminar lo más posible ya sea extrayendo o refinando petróleo tiene el gran potencial de unificar a Tirios y Troyanos. Por el momento parece que el gobierno y la candidata oficial están adoptando con mayor claridad esta ruta. Esperemos que su contraparte haga su parte.
*El autor es profesor de la Universidad de Georgetown en Washington, D.C.