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Papas santos
Ayer 27 de abril, en la Basílica de San Pedro, en Roma, fueron canonizados Angelo Giuseppe Roncalli (1881-1963), el Papa Juan XXIII, y Karol Woytila (1920-2005), Juan Pablo II. La iglesia católica reconoce al mismo tiempo, como ejemplares, a dos personajes que en vida se pronunciaron y trabajaron por proyectos no sólo distintos sino antagónicos.
El primero, ahora San Juan, trabajó en su corto pontificado (1958-1963) por cambiar y renovar a la iglesia. Para eso, en 1962 citó al Concilio Vaticano II, que se propuso fue el tema central renovar a la iglesia para que pudiera comunicarse y significar en los nuevos tiempos. Ésta, entonces, se abrió al mundo al que había dado la espalda.
En un mensaje claro de lo que esperaba del Concilio, el Papa nombró como expertos a un grupo de teólogos en la mira, algunos ya eran perseguidos, de la Congregación de la Doctrina de la Fe. Estos renovadores, vistos como herejes por muchos jerarcas, jugaron un papel central en las discusiones y elaboración de los documentos del Concilio. Un cáncer terminó con la vida de Juan XXIII, conocido como el Papa bueno, un año después de haberse instalado la reunión que fue clausurada en 1965 por el nuevo Papa, Paulo VI.
El ahora San Juan Pablo realizó el segundo papado más largo de la iglesia en sus 2,000 años de existencia; ejerció de 1978 al 2005. Fueron 27 años. Su tarea se caracterizó por el conservadurismo e hizo todo lo posible por dar marcha atrás a los avances logrados por su antecesor. En su trabajo se enfocó, con la colaboración de Joseph Ratzinger, después Benedicto XVI, en descalificar las posiciones teológicas y pastorales más avanzadas que habían quedado signadas en los documentos del Concilio.
A lo largo de su papado, los teólogos más importantes del Vaticano II, los expertos nombrados por Juan XXIII, fueron perseguidos por la Congregación de la Doctrina de la Fe, sus libros prohibidos e impedidos de enseñar en seminarios católicos. Ante la persecución algunos decidieron salir de la iglesia, pero la mayoría permaneció en ella. De éstos solo queda con vida el extraordinario teólogo suizo Hans Küng, en ese entonces muy joven.
El Papa Benedicto XVI aceleró el proceso para canonizar a Juan Pablo II, pero al renunciar no lo logró. Quien lo sucedió en el 2013, el cardenal Jorge Mario Bergoglio (1936), el Papa Francisco, se encontró con que en sectores de la iglesia se rechazaba la canonización de Juan Pablo II por su conservadurismo, el papel desempeñado en el problema de pederastia y su cercanía con Marcial Maciel.
Tomó, entones, la decisión salomónica de acelerar el proceso de canonización de Juan XXIII, para que el mismo día fueran llevados a los altares dos personajes que entendieron la teología y el papel de la iglesia de manera antagónica, el uno abierto y el otro conservador. Hay creyentes, como yo, que no están de acuerdo con la canonización de Juan Pablo II, pero sí con la de Juan XXIII.