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Mujer en papel: tras la memoria de Rita Macedo
A poco más de un año de su presentación en la FIL Guadalajara, “Mujer en papel”, memorias de Rita Macedo recopiladas y editadas por su hija, Cecilia Fuentes, ha visto una tercera edición aumentada en medio de comentarios positivos, la inclusión en las listas de los mejores libros del 2020 (aunque sea del 2019) y un premio de la industria editorial mexicana. Incluso ha despertado una especie de revaloración de la trayectoria de la actriz y productora de teatro, quien se quitó la vida el 6 de diciembre de 1993 al dispararse en el interior de su automóvil.
Publicado por Trilce, el libro va más allá del mero relato en primera persona para convertirse en una autobiografía a cuatro manos, donde se nota un minucioso trabajo de la autora para nutrir el volumen con sus puntos de vista, recuerdos, fechas, mejoras al estilo, fotografías y carteles de películas y obras de teatro. No así con las cartas que Carlos Fuentes, padre de Cecilia, le escribió a su entonces esposa Rita Macedo, porque le fueron negadas para su publicación; entonces, quedaron plasmadas en papel a partir de un valiente ejercicio de imaginación para narrarlas en voz de su madre.
El volumen es también un viaje por algunos pasajes de la historia pero sobre todo del anecdotario del mundo cinematográfico y literario en años clave como las décadas del 50 y 60 del siglo pasado, donde Rita vivió sucesos que no dejan de tener cierta dosis de surrealismo, como la pelea de Luis Buñuel con un desconocido en las calles de París, la vez que estuvo a punto de compartir el ferri que llevaría a los Rolling Stones al Festival de Cine de Venecia, y hasta una fiesta con Jim Morrison, de la que -desafortunadamente- no se cuenta mucho.
Por estas páginas, nos enteramos de la soledad que vivió en los orfanatos de su niñez, abandono que al parecer la marcó de por vida. Asistimos a un paso muy amargo en un Hollywood casi subterráneo y perverso, que quizás no estaba tan alejado de lo que ocurría detrás de los sets en México. Nos deleitamos también con su gusto por la (alta) costura, que cultivó desde muy joven como aprendiz en talleres de ese oficio en el centro de la ciudad, lo que la llevó a confeccionar sus propios vestidos, a crear una empresa y hasta vivir un episodio más bien incómodo con María Félix.
A esto se suma un sinfín de anécdotas con directores y actores durante rodajes, como el mencionado Buñuel -con quien filmó Nazarín, donde tuvo el que consideró su mejor papel-, Pedro Armendáriz, o Julio Bracho, el director que “sacó lo mejor y lo peor” de ella. También su pasión por el teatro, que la hizo comprar los derechos y adaptar obras de autores como Jean Genet para traerlas a los escenarios de México.
La presencia de Carlos Fuentes, el gran amor en la vida de Rita Macedo, “el chico de los lentes” a quien conoció al terminar una obra de teatro protagonizada por ella, es como un fantasma que recorre gran parte de los capítulos de sus memorias. Se le presenta con un compromiso irrenunciable con las letras y con los ideales de izquierda que abrazó en su juventud, y con mucha energía para cambiar constantemente de residencia en los dos lados del Atlántico. A veces ocurrente, hipocondriaco y hasta soberbio, pero con arrebatos de ternura como los dibujos que hacía a Rita y Cecilia.
La relación con el autor de “La región más transparente” inició de forma casi idílica, entre noches de libros, amor y Vivaldi, y fueron años en donde incluso él llegó a corregir pasajes y diálogos de sus libros a sugerencia de ella. Sin embargo, todo terminó cuando el escritor se marchó con “la princesa que llegó para quedarse”. Es posible que al visitar ese rincón dentro de sus recuerdos, Rita fuera absorbida por un gran sentimiento de soledad del que ya no pudo salir.
“Mujer en papel” es un relato muy personal que tiene mucho de declaratoria: lo mueve el afán de contar una verdad que había estado guardada en el cajón durante casi tres décadas, abriéndose paso ante la negativa y los obstáculos. Hoy resuena, en casi 400 páginas donde no faltan el humor negro y el tono de confesión, como el testimonio de una mujer a la que le tocó una época que fue como un torbellino, que supo vivir con pasión y arrojo, y cuyas memorias se han inmortalizado en una tinta que ya no se podrá borrar.