Buscar
Opinión

Lectura 5:00 min

La llegada del emperador

main image

Foto: Especial

La población veracruzana, aquella mañana de finales de mayo, se despertó sorprendida por el estruendo de las detonaciones de una salva de artillería. No tardaron en cubrirse de espectadores, el muelle, las azoteas, los balcones y los miradores del puerto. Hacia las dos de la tarde, una enorme embarcación, el Novara, hizo su majestuosa entrada a la bahía y a las cinco de la tarde, la comitiva de recepción, encabezada por el general Almonte, lugarteniente del nuevo imperio, estaba lista. Demostrando los buenos resultados de la marcha ensayada y con discurso en mano, Almonte se dirigió al muelle para recibir a Maximiliano de Habsburgo, ya designado –por los conservadores, los extranjeros, los invasores franceses– como segundo emperador de México.

“Una nueva era de esperanzas fundadas en sabiduría y nobles designios, comenzaba para los mexicanos”, dijo Almonte. Maximiliano tenía lista una respuesta donde había escrito que consagraría todos sus esfuerzos a labrar la felicidad del pueblo mexicano y que en sus manos tremolaría siempre la bandera de la independencia, la justicia y la concordia para todos sus súbditos. Sin embargo, y aunque Maximiliano y Carlota habían planeado desembarcar en ese mismo momento, no se atrevieron a hacerlo. El médico imperial dijo que lo avanzado de la estación, la intensidad de los calores y la ferocidad de los olores hacía inminente el peligro de las enfermedades regionales que atacaban siempre a los europeos, y que, sus múltiples lecturas sobre la prevención de los contagios americanos aconsejaban permanecer en la fragata hasta el día siguiente. Por ello, para la historia nacional y sus muchas efemérides, quedaría muy claro que justo un día como hoy, –el 29 de mayo, pero de 1864– quedaría consignada la efeméride oficial del desembarco de Maximiliano de Habsburgo en tierras mexicanas. Y, de paso, el inicio del Segundo Imperio. Un período que comenzaría con doradas ilusiones, negras humillaciones y habría de terminar con muerte y sangre.

Las opiniones sobre la llegada de los nuevos monarcas se dividieron desde el principio Según algunas crónicas, aquel día, el puerto de Veracruz estaba engalanado con banderas, flores, poemas y un arco triunfal en medio de la plaza. Una estructura construida a mano y coronada con alegorías que representaban las Ciencias, la Justica, la Agricultura y el Comercio. Se había planeado también hacer hizo una valla de imperialistas contentos a lo largo del muelle, para que en al momento de desembarcar los soberanos, recibieran pleitesía de los generales Almonte, Salas, el Prefecto del Distrito, el Comandante Superior y una enorme cantidad de personas que aspiraran a formar parte del séquito.

Algunos cronistas reportaron que, entre gritos y vítores, el presidente del Ayuntamiento le entregó a Maximiliano en una bandeja de plata, las llaves de la ciudad y que todo era felicidad y algarabía. Otros, dijeron lo contrario. Conte Corti, por ejemplo, reportó que Veracruz, a la llegada de los monarcas, permaneció callado y frío y pues en la población dominaban los elementos liberales y los enemigos de la intervención y muchos quisieron testimoniar sus sentimientos con completa indiferencia hacia la llegada del emperador extranjero. En tal versión, se cuenta que la pareja imperial atravesó en coche recatadamente la ciudad, las calles estaban tristes y desiertas, no había preparada ninguna festividad en honor de los soberanos y el emperador quedó con ánimo deprimido y la emperatriz casi en lágrimas. Otros, nada más dijeron que la pareja imperial había sido recibida fríamente y algunos, más conciliadores, señalaron que fueron recibidos “si no cálidamente, sí favorablemente”.  Todos sostienen que Almonte se esforzó en paliar del ánimo de los monarcas, logró convencer a Maximiliano de que el pueblo mexicano lo deseaba como su gobernante e hizo un llamado a "que todos los mexicanos se le unieran para detener la indiferencia hacia la llegada del emperador”.

Ante muchos oídos sordos, cuentan que Maximiliano aseguró toda clase de bondades: libertad personal y de la propiedad, el fomento de la riqueza nacional, mejoras en la agricultura, la cultura, la educación, el desarrollo y todo lo que siempre dicen quienes anhelan el poder y el mando.

Todavía no caía la noche cuando los emperadores se fueron de Veracruz y tomaron el tren rumbo a la Ciudad de México, donde habitarían un gran palacio. En el aire, por lo pronto y para siempre en la memoria, quedaría el último párrafo de una carta que Maximiliano había leído antes de llegar a Veracruz y estaba firmada por Benito Juárez:

“Es dado al hombre, Señor, atacar los derechos ajenos, apoderarse de sus bienes, atentar contra la vida de los que defienden su nacionalidad, hacer de sus virtudes un crimen y de los vicios propios una virtud; pero hay una cosa que está fuera del alcance de la perversidad, y es el fallo tremendo de la historia. Ella nos juzgará.

Soy de usted atento y seguro servidor”.

Temas relacionados

Únete infórmate descubre

Suscríbete a nuestros
Newsletters

Ve a nuestros Newslettersregístrate aquí
tracking reference image

Últimas noticias

Noticias Recomendadas

Suscríbete