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La consagración de la primavera

El escándalo más estridente en la historia de la música fue el estreno del ballet La consagración de la primavera (La sacre du printemps), de Igor Stravinsky. El desorden y el enfrentamiento a gritos –casi a golpes– entre los partidarios del ruso y sus detractores fue épico. La noche del 29 de mayo de 1913, plena primavera, en el Théâtre des Champs-Élysées, París, se presentó ante el público una de las obras más influyentes del siglo XX.
El estreno de “La consagración” representa la victoria de la nueva música sobre la estética del siglo XIX. La composición es brutal, despiadada. Es todo lo contrario al espíritu del romanticismo, pero también es distinta a las corrientes imperantes en Francia, Alemania y Austria en ese momento, como el impresionismo o el serialismo. Esta obra es única es su clase, y en ese sentido no es posible compararla con nada.
Claro, el tema lo ameritaba: ritos de la Rusia pagana –una Rusia feroz–, el poder creador de la primavera, el misterio de la vida y de la muerte. Sergei Diaghilev, a través de su compañía “Los Ballets Rusos”, reunió al bailarín Vaslav Nijinsky, autor de la coreografía; a Nicholas Roerich, quien diseñó el escenario y el vestuario; y a Pierre Monteaux, que se encargó de la dirección orquestal. Y claro, al gran Stravinsky, con quien ya había puesto en escena El pájaro de fuego y Petrushka. El resultado fue histórico.
Stravinsky escribió la obra entre septiembre de 1911 y marzo de 1913. Realizó también un arreglo de la primera parte del ballet para piano a cuatro manos, que tocaron él y Debussy en junio de 1912. ¿Se imagina usted a estos dos genios al piano?
El ballet trata sobre un ritual de la antigua Rusia pagana en el que una doncella es ofrecida y sacrificada para que la primavera sea más propicia. El rito consiste en una danza orgiástica en la que jóvenes practican el sexo para emular la fertilidad. Después una joven es escogida para el sacrificio, y baila hasta morir. Demasiado para la audiencia parisina, acostumbrada a Las Sílfides o a Giselle.
Quien está familiarizado con “La Consagración” (aparece en el film Fantasía, de Walt Disney), recordará el inicio con el solo de fagot en el registro más agudo. Según el testimonio de varios asistentes, desde los primeros compases el público empezó a murmurar, y el ruido creció cada vez más hasta que hubo un momento en el que ya no se escuchaba la música. Stravinsky escribió que al principio alguien soltó una carcajada que fue secundada por varias personas. Molesto, se levantó de su lugar y se fue a la parte lateral del escenario. Monteaux, el director, dijo que a pesar de todo, a pesar de que el público dividido en dos facciones estaba a punto de llegar a los golpes, no interrumpió la ejecución de la música. Le Figaro publicó al día siguiente una devastadora crítica que se resume así: “barbarie pueril y brutal; la obra de un demente; una pena que el señor Stravinsky se haya involucrado en esta aventura desconcertante.” A Debussy le pareció una gran música, salvaje, sí, pero extraordinaria. A Puccini le pareció ridícula. A mí me parece una obra genial e inigualable, absolutamente propicia para empezar la primavera. ¡Qué mejor ocasión para escucharla! Y esa es la invitación que extiendo al lector.
El estreno de La consagración fue muy comentado en toda Europa. En inglés la obra se titula The Rite of Spring (El rito o ritual de la primavera), pero de inmediato se empezó a conocer como The Riot of Spring (El disturbio de la primavera). Mucha gente abandonó el teatro antes de que finalizara la primera parte del ballet, de modo que la segunda parte transcurrió con menores contratiempos. Al final de la representación, Diaghilev, Nijinsky y Stravinsky se fueron a cenar a un elegante restaurant. Diaghilev exclamó: “Es exactamente lo que yo quería”.
Stravinsky refiere en sus memorias que ese día experimentó varios estados de ánimo: primero disgusto, luego emoción, y al final del día felicidad. Seguro que este genio intuyó que esa noche había escrito uno de los episodios más importantes de la música.