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Opinión

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Invirtamos en el futuro y el presente parecerá menos desesperanzador 

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Álvaro Lario

El mundo tiene un problema grave. Tras décadas de reducción de la brecha de ingresos, los países más pobres vuelven a ser relativamente más pobres.  

Los 193 Estados miembros de las Naciones Unidas, incluidos los países del G7, se comprometieron en 2015 a alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) para 2030, entre los cuales está el primero: poner fin a la pobreza; y el segundo, acabar con el hambre. Pero no hemos progresado al ritmo necesario para lograrlos durante mucho tiempo, incluso antes de que crisis como la del Covid-19 y las guerras en Ucrania y Gaza hubiesen alterado la geopolítica y la economía global.  

Los líderes del G7 reunidos en Apulia, Italia, tienen la oportunidad de retomar la senda del progreso para acabar con la pobreza y el hambre. La necesidad es urgente. No sólo porque la erradicación del hambre y la pobreza son derechos humanos fundamentales, sino también porque generan desigualdad, fragilidad e inestabilidad.  

Si los países más ricos escatiman ahora en la prevención de la pobreza, se arriesgan a gastar mucho más en ayuda de emergencia en el futuro. Décadas de experiencia demuestran que cada dólar invertido ahora en resiliencia ahorra hasta 10 dólares en ayuda de emergencia en el futuro. La opción más sensata, humana, y fiscalmente responsable es invertir ahora en los países más pobres del mundo —donde viven 1,900 millones de personas, aproximadamente el 25% de la humanidad— para que sus poblaciones jóvenes puedan alcanzar su potencial. 

¿Cuál es la evidencia? 

Un informe de abril del Banco Mundial ofrece algunos datos desalentadores. Un tercio de los 75 países más vulnerables del mundo se está empobreciendo. Y en la mitad de estos países, la diferencia de ingresos con las economías avanzadas está aumentando. Esto es un retroceso tras décadas de progreso. 

La mitad de los países más pobres del mundo se encuentran en el África subsahariana. En 31 de ellos, la renta media anual es inferior a 1,315 dólares. Y 33 de estos países más pobres del mundo sufren conflictos.  

El hambre y la malnutrición están desproporcionadamente presentes en los países vulnerables. Y el coste de los desastres climáticos se ha duplicado en las últimas décadas en los países más pobres, reduciendo su producto interno bruto promedio en un 1.3% anual. Este impacto es cuatro veces mayor que en otras economías emergentes. 

¿Podemos cambiar las cosas? 

La geografía no marca el destino. La inversión respaldada por políticas y programas sólidos puede dar la vuelta incluso a las peores situaciones y transformar vidas. China e India son ahora economías pujantes. Antes estaban entre las más vulnerables del mundo. 

Hay cabida para muchas más historias de éxito. Muchos de los países más vulnerables a día de hoy tienen poblaciones jóvenes, abundantes recursos naturales y sol para la generación de energía solar. Un crecimiento inclusivo, sostenible y resiliente está a su alcance. Con mejores políticas, instituciones más fuertes, conocimiento y, sobre todo, inversión, podrían materializar su potencial, en lugar de sumirse aún más en la pobreza, la fragilidad y el conflicto. 

Existen pruebas sólidas de que el crecimiento del PIB generado por la agricultura es más de dos veces más eficaz para reducir la pobreza que el crecimiento en cualquier otro sector. Y una agricultura próspera también puede limitar los conflictos. Una evaluación de los proyectos respaldados por el FIDA realizada por investigadores de las universidades de Cornell y La Sapienza concluyó que en Etiopía, por ejemplo, cada 1% de aumento de la producción agrícola reducía los conflictos en un 3 por ciento. 

¿En qué debemos invertir? 

La gran mayoría de las personas más pobres del mundo viven en zonas rurales de países en desarrollo. La alimentación e ingresos de la mayoría depende de pequeñas explotaciones agrícolas. Y alrededor de la mitad de los alimentos del mundo se cultivan en parcelas de menos de cinco hectáreas. 

La producción de las pequeñas granjas es vital para alimentar a la humanidad hoy y en los próximos años. Las comunidades rurales también ayudan a preservar las fuentes más ricas de biodiversidad del mundo, la vida de insectos y animales, y recursos naturales esenciales como el agua y los bosques.  

Para que las sociedades sean resilientes, deben proporcionar alimentos suficientes y asequibles a todas las comunidades —por remotas que estas sean— y a todas las personas. Para acabar con la pobreza y el hambre tenemos que invertir en los pequeños agricultores, asegurándonos de que disponen de infraestructuras, semillas, tecnología, conocimientos y financiación resilientes al clima para mantener la producción y abastecer los mercados locales y nacionales. 

El Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA) es una institución financiera internacional y un organismo especializado de la ONU. Su misión es acabar con la pobreza rural mediante la concesión de subvenciones y préstamos a bajo interés para proyectos de desarrollo, que creen las condiciones necesarias para que las mujeres y los hombres pobres de las zonas rurales cultiven y vendan más alimentos, aumenten sus ingresos y determinen el rumbo de sus propias vidas. El FIDA da prioridad a los más necesitados, pero también se centra en reforzar los sistemas alimentarios en contextos vulnerables. 

En los últimos años, los miembros del G7 han aumentado su apoyo al FIDA a niveles históricos. El FIDA tiene como objetivo impulsar la prosperidad y la resiliencia de más de 100 millones de personas en el período 2025-2027. Tenemos previsto conseguirlo mediante la colaboración con otras instituciones multilaterales, los Estados miembros del Fondo, el sector privado y la propia población rural. 

Convertir la crisis en oportunidad 

Si invertimos todos juntos en construir una prosperidad integradora, podemos reducir la pobreza, mejorar la nutrición y calmar las posibles fuentes de conflicto. Insto a todos los Estados, incluidos los miembros del G7, a invertir en las zonas rurales, en los pequeños agricultores y en sistemas alimentarios inclusivos y sostenibles desde el punto de vista económico, social y medioambiental. Mediante estas inversiones, creemos que el fin de la pobreza y el hambre puede volver a estar a la vista, y que un mundo más justo y pacífico es posible. 

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Texto publicado originalmente en G7 Italy: The 2024 Apulia Summit background book. 

*Álvaro Lario es Presidente del Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA). Cuenta con más de 20 años de experiencia repartidos entre el mundo académico, la gestión de activos del sector privado, el Grupo del Banco Mundial y en las Naciones Unidas, incluyendo el cargo de Director Financiero del FIDA. Bajo su liderazgo financiero, el FIDA fue el primer fondo de las Naciones Unidas en acceder a los mercados de capitales y obtener una calificación crediticia, lo que le permitió ampliar la movilización de recursos e incluir en ella al sector privado. Antes de incorporarse al Fondo a principios de 2018, Lario fue responsable del área de operaciones de mercados de capitales del Departamento de Tesorería en la Corporación Financiera Internacional del Grupo Banco Mundial. 

@IFADPresident 

ifad.org

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Álvaro Lario

Álvaro Lario es Presidente del Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA). Cuenta con más de 20 años de experiencia repartidos entre el mundo académico, la gestión de activos del sector privado, el Grupo del Banco Mundial y en las Naciones Unidas, incluyendo el cargo de Director Financiero del FIDA. Bajo su liderazgo financiero, el FIDA fue el primer fondo de las Naciones Unidas en acceder a los mercados de capitales y obtener una calificación crediticia, lo que le permitió ampliar la movilización de recursos e incluir en ella al sector privado. Antes de incorporarse al Fondo a principios de 2018, Lario fue responsable del área de operaciones de mercados de capitales del Departamento de Tesorería en la Corporación Financiera Internacional del Grupo Banco Mundial.

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