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Opinión

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Holismo contra la desesperanza ante el Covid-19

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Un empleado del Broward Health Medical Center en Florida manipula un frasco con la vacuna contra el Covid-19 de Pfizer-BioNTech, el 17 de diciembre. Foto: AFP

El holismo es una doctrina epistemológica según la cual la comprensión de las totalidades se adquiere a través de leyes específicas que no se reducen a las propias leyes que afectan a las individualidades. Las dos ramas de las ciencias biológicas desarrolladas en el siglo XX que sustentan el pensamiento holístico son la ecología y la genómica.

Actualmente es incontrovertible que la vida depende del equilibrio de los ecosistemas, y que variantes de la magnitud del cambio climático son capaces de poner en jaque la existencia misma. Esta convicción holística contradice la visión antropocéntrica de que los seres humanos somos capaces de controlar y modificar a nuestro antojo las fuerzas de la naturaleza, y nos coloca en la postura realista de evitar el desequilibrio de los ecosistemas para preservar la vida en la tierra.

Por otra parte, la genómica ha comprobado que no existe una supremacía biológica humana sobre las demás especies vivientes. El desciframiento del código genético y el Proyecto Genoma Humano, que culminó con su cartografía y total secuenciación, han mostrado que el grado real de variación genómica humana es menor que el de los chimpancés; en otras palabras, los seres humanos somos genómicamente más homogéneos que esos primates, aunque a nuestros ojos nos parezcan muy semejantes.

El conocimiento del genoma ha puesto de manifiesto que si las diferencias entre especies afines son muy pequeñas, las que se refieren a los seres humanos son tan insignificantes que todas las teorías raciales supremacistas quedan relegadas como prejuicios irracionales e insostenibles: somos biológicamente iguales y compartimos el mismo destino en la tierra con los demás seres vivientes.

La singularidad de nuestro género, lo que verdaderamente nos distingue de los animales, es la conciencia de existir, y de ella deriva la responsabilidad para preservar la vida. Este debe ser el núcleo de la ética, tal como lo planteó Albert Schweitzer, premio Nobel de la Paz 1952.

Indudablemente, una condición fundamental para la realización plena de la vida es la salud, lo que debe ser una prioridad en la concertación y entendimiento entre las naciones como un bien invaluable. En el ámbito específico de la vida humana, el humanismo es el complemento indispensable del conocimiento biológico para alcanzar esa plenitud, y en esta esfera la esperanza constituye una importantísima fuerza vital.

Las frases universales para confortar a las personas que enfrentan una situación de amenaza conminan a no perder la confianza. Los dichos “mientras haya vida hay esperanza” y “la esperanza nunca muere” no son sentencias vanas ni falsas expectativas, por el contrario: son inductores de la certidumbre para obtener lo que se desea, pues en esa certidumbre reposa el deseo de vivir.

Existe entonces una estrecha liga entre el pensamiento holístico y la esperanza. En el terreno de la salud este vínculo se expresa en un parámetro de medición que no es otra cosa que la esperanza de vida; es decir, el promedio de duración de la existencia en determinada población, siempre en relación directa con las formas de estar, la alimentación saludable, el acceso a servicios e insumos médicos de calidad.

El paradigma actualizado de la salubridad pública deriva de esta necesidad holística de estudiar las realidades complejas que inciden en la sanidad social; por ello se acuñó el concepto de una sola salud. En otras palabras, los modelos animales de las enfermedades humanas han jugado un papel protagónico en el desarrollo de medidas preventivas que sustentan nuestra salud. El origen de la vacunación constituye un espléndido ejemplo.

Durante siglos la viruela causó gran sufrimiento a la humanidad. Quien venció en el sitio de Tenochtitlán fue esa enfermedad importada por los conquistadores, que diezmó por igual a la población mexica y a su ejército de defensores, mucho más que la acción militar conjunta de españoles y tlaxcaltecas. Hasta el siglo XVIII el virus continuó causando estragos en el mundo, hasta que en 1798 Edward Jenner publicó sus estudios sobre la viruela de las vacas.

Jenner comprobó que los bovinos se contagiaban de una forma de viruela mucho más benigna que la de los humanos, y a partir de ahí decidió inocular personas con fluidos obtenidos de las vesículas de vacas infectadas, con lo que pudo comprobar que los pacientes inoculados se hacían resistentes a contraer la enfermedad. Desde entonces usamos el término vacunación, que deriva de vaca y que se refiere a ese primer ensayo exitoso que dio pauta a los programas de medicina preventiva en el mundo y que en el caso de la viruela, tras 200 años de campañas de aplicación, redundaron en su erradicación mundial —un logro incontrovertible de salud pública en un esquema de concertación global.

La importancia del análisis comparativo entre la salud humana y la salud animal se ha puesto de manifiesto en pandemias más recientes como la del Sida. En 1980 una revista veterinaria especializada publicó un estudio sobre la inmunodeficiencia combinada en caballos de la raza árabe. Se demostró que la enfermedad era hereditaria y se transmitía por un gen recesivo; como causa de muerte en los potrillos afectados se detectó una neumonía producida por un hongo imperfecto de la especie Pneumocystis carinii, organismo que no es infeccioso en equinos con inmunidad normal.

En 1981 los centros de control de enfermedades de Estados Unidos informaron sobre cinco hombres jóvenes homosexuales que habían enfermado de una neumonía causada por un microorganismo que normalmente no es infeccioso, justamente el hongo imperfecto Pneumocystis carinii. La publicación previa sobre la inmunodeficiencia en los caballos árabes fue un importante oriente para comprobar la inmunodeficiencia en los pacientes humanos; a la postre, las investigaciones en el seguimiento de la causa de dicha inmunodeficiencia conducirían al aislamiento del retrovirus causante del Sida.

Con los avances en la ciencia genómica, actualmente es posible secuenciar el genoma de los virus y agrupar éstos en familias, a modo de conocer cuál es el comportamiento de determinado núcleo viral en la naturaleza, es decir, en animales y humanos, y desde el enfoque de estudio de una sola salud.

Los virus poseen un ácido nucleico, ya sea ADN o ARN —nunca ambos—, que contienen las instrucciones genéticas para que las células infectadas repliquen las partículas virales. Son justamente los mecanismos de adhesión, penetración, replicación y liberación de esas partículas virales los que dañan las células causando enfermedad. Los correspondientes a la familia de los retrovirus, a la que pertenece el virus del Sida, contienen ARN, que paradójicamente codifica provirus ADN para así insertarse en el genoma de las células infectadas.

Esta transcripción inversa es posible porque la característica distintiva de la familia de los retrovirus es justamente la de poseer la enzima transcriptasa reversa. El complicado mecanismo de infección de los retrovirus se conoció primero en las diversas enfermedades que éstos patógenos causan en los animales, y con base en esos modelos también pudo comprobarse la dificultad de elaborar vacunas contra ellos.

Aunque no se han logrado elaborar vacunas contra infecciones por retrovirus importantes en la industria animal, como la leucemia de las aves (leucosis aviar), los modelos animales han contribuido enormemente a conocer el mecanismo de infección de los retrovirus y han ayudado a desarrollar medicamentos anti-retrovirales que, por ejemplo, han incrementado de manera notable la duración y la calidad de vida de los pacientes infectados con VIH. Es pertinente esta mención del Sida en el contexto de la pandemia de Covid-19 porque el hecho de que no exista una vacuna contra el síndrome ha contribuido a generar incertidumbre respecto a la elaboración de tratamientos efectivos contra el SARS-Cov-2; la comparación no tiene sustento, pues los coronavirus tienen mecanismos de infección muy diferentes a los retrovirus.

La familia de los coronavirus se ubica entre los virus respiratorios a los que pertenece también la familia de los ortomixovirus causantes de la influenza. Los virus respiratorios poseen una llave especial que abre selectivamente cerraduras específicas en las células que infectan; es decir, la llave viral solo abre las cerraduras celulares que le corresponden, de ahí la razón de que los virus infectan solo los tipos de células a las que pueden adherirse y penetrar. En los ortomixovirus de la influenza, la llave se denomina hemaglutinina y se designa con H. Las cerraduras celulares, es decir los receptores de H, son glicoproteínas presentes en las células del epitelio respiratorio, por ello la influenza es una infección respiratoria. Las vacunas contra la influenza producen en el individuo vacunado anticuerpos contra H, lo que las hace efectivas porque envuelven la llave de entrada, inutilizándola.

Para dar una idea de la estrecha relación y de la importancia de la vacunación contra la influenza de animales y humanos, simplemente hay que considerar que sin aquella no hubiese sido posible la avicultura comercial, que nos da el alimento animal más importante. Los virus de la influenza están categorizados en 16 clases de H y 9 clases de N (enzima neuraminidasa de la envoltura). Los virus que poseen H5 o H7 tienen la virulencia suficiente para infectar y aniquilar al 100% de aves no vacunadas. El de la pandemia de influenza humana de 2009 fue H1N1, y se incluye con éxito en las vacunas que desde entonces y para el caso se aplican anualmente. Resulta evidente que la influenza no se ha podido erradicar, sin embargo las medidas de prevención han sido exitosas en controlar los contagios y la severidad de las infecciones.

En mi opinión, la vacunación contra el virus SARS-Cov-2, causante de Covid-19, será tan efectiva como la vacuna contra la influenza, es decir, no erradicará la enfermedad pero permitirá convivir con ella sin tantas restricciones a las actividades normales de la sociedad.

En el caso de la familia de los coronavirus, la llave de infección es la proteína S (de las espigas de la envoltura) y la cerradura o receptor específico en las células es la enzima convertidora de angiotensina 2, que se designa ACE-2. Las células que expresan ACE-2 incluyen al epitelio de los alveolos pulmonares, a las células de la mucosa gastrointestinal y a las células de los túbulos renales, por ello las enfermedades que producen los coronavirus en los animales y en los seres humanos incluyen traqueo-bronquitis (bronquitis infecciosa de las aves BIA), neumonía (SARS-Cov, MERS- Cov y SARS-Cov-2 de los humanos), gastroenteritis (gastroenteritis transmisible GET de los cerdos) y nefritis ( MERS-Cov y BIA) .

El modelo animal de infección por coronavirus más antiguo que se conoce es el que produce la bronquitis infecciosa de las aves (BIA), que se reportó por primera vez en 1930 y que tiene distribución mundial. Se han desarrollado vacunas contra BIA que son de gran ayuda; además, las pruebas de diagnóstico y de detección de anticuerpos permiten monitorear el estado inmunológico de las parvadas y establecer calendarios de vacunación idóneos para cada región y país.

Desde el punto de vista de una sola salud, es inadmisible que lo que se ha podido lograr en la avicultura no sea factible de realizar en el ámbito de la salud pública. Tómese en cuenta que en las explotaciones avícolas sería imposible establecer medidas de sana distancia de parvada y sugerir el uso de cubrepicos.

Por otro lado, Covid-19 no es el primer brote de enfermedad respiratoria producido por coronavirus en humanos. Desde hace décadas se han realizado aislamientos de coronavirus de casos de resfriado común y se han identificado cuatro serotipos: 229-E, HKUI, OC43 y NL-63.

El denominado síndrome respiratorio agudo severo de donde surgen las siglas SARS, se diagnosticó en Guang-Dong, China en noviembre de 2002, el virus se designó como SARS-Cov-1 y tiene una similitud genómica del 79% con SARS-Cov-2. El SARS-Cov-1 se diseminó en 37 países, registrándose 8,000 casos con una mortalidad de 9.6%; la pandemia duró 7 meses.

El brote de enfermedad de humanos producida por coronavirus conocida como síndrome respiratorio de medio oriente (MERS), tuvo una mortalidad alta del 34.4%, porque además de afectar los pulmones produjo en un número significativo de casos daño renal severo. MERS apareció en 2012 en Arabia Saudita, presentó una réplica en Corea del Sur en 2015 y los últimos casos se reportaron en enero de 2020, sin embargo, se limitaron a un total de 2,500 eventos.

La actual pandemia de Covid-19 se desencadenó a fines de diciembre de 2019 en Wuhan, China, y aún continúa, aunque la tasa promedio de mortalidad se estima en 4%. Covid-19 ha dejado una secuela de angustia, incertidumbre y pesimismo que será la más difícil de superar. Se ha caracterizado inexplicablemente como un evento aislado y sin precedentes, y se ha bombardeado a la sociedad casi exclusivamente con información de desesperanza, sin tomar en cuenta el enfoque holístico de una sola salud.

Si bien es pertinente, por ejemplo, insistir en que la obesidad, la diabetes y las enfermedades cardiacas y respiratorias preexistentes son un factor de riesgo para contraer la forma severa de Covid-19, añadir que cualquier persona puede sufrir la forma grave y que se desconoce la razón de esa predisposición, es poner innecesariamente en estado de angustia a mucha gente que no tiene tan alto riesgo.

Investigaciones recientes han señalado al sistema inmune innato que cuenta entre sus células con receptores de patrones moleculares asociados a patógenos —denominados receptores TLR—. Es posible que las diferencias individuales en este sistema tengan que ver con diversos grados de susceptibilidad a la infección porque los individuos con más receptores TLR presentarían una respuesta más intensa y más temprana. En tales casos, la consulta médica ambulatoria pero inmediata es lo más pertinente, cuando un internista competente es capaz de instaurar un tratamiento adecuado para moderar y modular dicha respuesta, por encima de la indicación desesperanzadora de simplemente aislarse porque no existen tratamientos médicos efectivos para curar la enfermedad.

La predicción holística apunta a que se contará con una vacuna efectiva al corto o mediano plazo, y a que es necesario que los médicos familiares actúen a tiempo previniendo en lo posible que los pacientes requieran hospitalización.

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* Leopoldo Paasch Martínez es médico veterinario zootecnista por la Universidad Nacional Autónoma de México y doctor en Filosofía en el área de Patología Comparada por la Universidad George Washington de Washington, D.C., Estados Unidos. Ha sido director de la Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia, secretario administrativo y candidato a rector de la propia UNAM, donde es profesor titular “C” e imparte en licenciatura y posgrado las asignaturas Patología General, Patología Aviar y Enfermedades Metabólicas de las Aves. Sus áreas de especialización son patología aviar, patología comparada y políticas públicas pecuarias. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores.

nlca@unam.mx

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