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¿Golpe de Estado técnico o autogolpe de Estado?

En sus ocho columnas del día 13 de marzo pasado, el diario El Universal dio a conocer que el presidente López Obrador ha mencionado 167 veces la frase “golpe de Estado” en sus casi 1,300 mañaneras, en cuatro veces más ha hablado de “golpe de Estado técnico” y en una sola ocasión se refirió a un “golpe blando”. Por supuesto, habla de un golpe de Estado en su contra.
En este mar de obsesiones que padece el mandatario (la más reiterada es hablar de sí mismo), ¿por qué es diferente su referencia en la mañanera del 12 de marzo a “un golpe de Estado desde el Poder Judicial y la oposición”? Hay varias razones para preocuparse por esta última referencia. La primera está ante nuestros ojos: las cosas no le han salido como ha querido. Para un presidente que aspira a ser recordado en la historia a la altura de Benito Juárez, Madero o Hidalgo, sus proyectos han resultado ser unos fracasos. A pesar de esto, la situación no es más grave socialmente hablando por dos razones: la economía marcha bien, en general, y gran parte de la sociedad mexicana está acostumbrada a no tener derechos, así que no los exige.
El presidente conserva una gran popularidad personal, pero su gobierno no, sobre todo en temas como salud, educación, combate a la corrupción y seguridad. En la medida que se acerca el fin de su sexenio cada vez hay más personas que, sin tener filias o fobias hacia el mandatario, se dan cuenta de que no cumplirá ninguna de sus promesas y ofertas. Se dirá que lo mismo pasó con otros, pero hay una diferencia fundamental: los demás presidentes se dedicaron a administrar, pero López Obrador se avocó a machacar una y otra vez que cambiaría al país, que lo transformaría para hacerlo mejor. ¿Se puede ser popular y perder una elección? La respuesta es sí.
Adicionalmente, su candidata no prende. Claudia Sheinbaum tiene atrás el apoyo y popularidad del presidente y todo el aparato del gobierno federal y casi todos los gobiernos estatales morenistas. Esto es mucho, pero no es necesariamente suficiente. La candidata del oficialismo puede perder la elección ya que no termina de despegar.
Es en este esquema que López Obrador está recurriendo todos los días a inmiscuirse en la elección, violando las leyes sin mayor pudor. Aunque el INE y el Tribunal Electoral parecen pasmados, el presidente sabe que camina en una cuerda floja porque le está dando armas a la oposición para pedir la anulación del proceso. Por esto su discurso fue tan específico ya que para él un argumento legal de peso, como el de su intervención ilegal en el proceso, significaría un golpe de Estado técnico. Está advirtiendo a los órganos electorales y a la oposición a que no jueguen a esa carta porque entonces…
Y esta es la gran pregunta: ¿entonces, qué? ¿Qué se atrevería a hacer este hombre ambicioso de poder? ¿Permitiría que una oposición arrinconada, desprestigiada y debilitada le ganara la presidencia? He dicho durante años que el presidente ha estado preparando un autogolpe de Estado en cámara lenta y existe la posibilidad de que lo lleve a cabo.
Hay ejemplos de gobernantes que acusaron que se preparaba un golpe de Estado en su contra. En julio de 2018, Daniel Ortega acusó a los obispos de la Conferencia Episcopal de promover un golpe de Estado en su contra. Poco antes de esa fecha había habido más de 300 muertes ocasionadas por la represión. La arenga del dictador nicaragüense fue agresiva y en ciertos pasajes burlona. ¿a quién nos recuerda?
En mayo de 2019, Nicolás Maduro y las fuerzas armadas de Venezuela declararon la guerra contra los “golpistas”. En julio de 2021, ante las protestas masivas en varios puntos de Cuba, Díaz Canel los señaló como movimientos contrarrevolucionarios pagados por las agencias.
Hay una cosa que une a los tres momentos en estos países. Poco después de estos señalamientos, los tres gobiernos desataron una feroz represión contra los opositores y endurecieron las medidas para quedarse en el poder.
Con estos antecedentes, la referencia de López Obrador a un golpe de Estado técnico no puede ser pasada por alto y menos con la cercanía al día de la votación. En un país brutalizado por el crimen organizado, que lo mismo asesina periodistas que candidatos o aspirantes incómodos, con una Comisión Nacional de Derechos Humanos y una fiscalía general de la República que miran hacia otro lado cuando se trata de agresiones de las fuerzas armadas, el presidente podría tomar lecciones de sus colegas de Nicaragua, Venezuela o Cuba.
Alguien hace el trabajo de amedrentar y contener a opositores y críticos. La compra de votos a través de los programas sociales hace el resto.