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Opinión

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Fuera máscaras

Las mentiras que inventamos resultan insostenibles cuando las medimos contra el margen de legalidad necesario para la funcionalidad democrática.

Octavio Paz escribió hace 60 años, en El laberinto de la soledad, que los mexicanos mentimos sistemáticamente para ocultarnos y ponernos al abrigo de los intrusos. Con (la mentira) no pretendemos nada más engañar a los demás, sino a nosotros mismos .

Las reflexiones del Nobel vienen a cuento cuando tratamos de explicar sucesos como nuestra pasividad frente a los maestros que agreden impunemente el patrimonio cultural; el desdén frente al teatral amago de un líder sindical millonario y sus huelguistas de hambre que tras 89 días no pierden peso; la indiferencia frente a las exigencias de unos beneficiarios de la tragedia en la guardería ABC que no pueden acreditar su afiliación al Seguro Social, el silencio frente a unas autoridades estatales coludidas con los cárteles criminales más violentos y sangrientos y, con ello, facilitadoras de masacres del crimen organizado.

Hemos creado unas máscaras tan sofisticadas que las confundimos con la realidad. Por ello nada de esto se denuncia.

Pero cada crisis desenmascara una realidad de simulación y engaño que no podemos seguir negando. Los mexicanos tenemos un muy estricto rasero para medir a los demás y una infinita tolerancia frente a nuestras propias trasgresiones, las de las eternas víctimas del poder, del gobierno, de los gringos, de los ricos, de los narcos, etcétera.

Uno de los efectos de la alternancia ha sido salir de ese estado de excepción en que nos encontrábamos: un régimen político, económico y social creado para una realidad que ya no existe. Nuestra lejanía de los demás y del mundo se acorta.

Hoy, las mentiras que inventamos nos están alcanzando y resultan insostenibles cuando las medimos contra el margen de legalidad necesario para la funcionalidad democrática. No de la particular, única y sui generis democracia mexicana, sino de la democracia a secas.

No hay avance posible sin una revisión de nuestros paradigmas sobre lo correcto y lo incorrecto, lo aceptable y lo inadmisible. Los problemas nos asemejan a nuestros vecinos y contemporáneos; las soluciones no pueden ser muy distintas a las empleadas en otras latitudes.

Dejemos de mirarnos con la condescendencia que exculpa de toda condena.

En estas fechas históricas, quitémonos las máscaras para vernos tal cual somos, retomar lo bueno y señalar lo malo. Sin crítica, y sobre todo sin autocrítica, no hay posibilidad de cambio. Palabra de Paz.

vortiz@eleconomista.com.mx

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