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El superpeso contra el peso mosca ¿Qué modelo queremos imitar?
Superpeso o peso mosca, he ahí nuestro dilema. El superpeso ayuda a bajar la inflación y nos ofrece la satisfacción de sentir el poder de nuestra cartera cuando salimos al extranjero. Es una gran cosa que tiene un efecto secundario no desdeñable: quita competitividad a nuestras exportaciones, porque funciona como un impuesto o sobreprecio a nuestros productos.
En el otro extremo tenemos al peso mosca. A ese santo se encomiendan la mayoría de nuestros exportadores porque abarata nuestras ventas al exterior, aunque active las presiones inflacionarias.
Más allá del terreno económico, tiene un efecto en la autoestima. Nos hace sentir pobres o miserables, cuando estamos ante el reto de comprar un producto cotizado en dólares o euros.
Hemos tenido las dos caras de la moneda en lo que va de este sexenio. Tuvimos un peso minimosca en el 2008. En el primer trimestre, el tipo de cambio rebasó la barrera psicológica de los 15 pesos por dólar y desató la especulación. Los pronósticos más exagerados proyectaban que se necesitarían 18 pesos para comprar 1 dólar. Se equivocaron.
Estaban tan errados que ahora tenemos un superpeso. Llevamos unas semanas debajo de la marca de 12.50 por dólar y ahora las bolas de cristal nos entregan un paisaje que sería increíble, de no ser porque aquí todo puede pasar.
Merrill Lynch lanza una cifra. El tipo de cambio podría estar en 11.50 por dólar.
Superpeso o peso mosca. Ninguno de los dos es absolutamente bueno o malo. El problema es que no queda clara cuál es nuestra estrategia en el largo plazo.
China ha optado por mantener subvaluada su moneda, el yuan, como parte de un plan sostenido a lo largo de dos décadas para convertirse en una potencia exportadora. Inglaterra ha impulsado una libra esterlina fuerte para consolidarse como un centro financiero y, además, porque ha preferido que sus productos se reconozcan en el mundo por su calidad y no en función de su bajo precio.
Son dos formas de afrontar el dilema. El modelo chino es muy similar al aplicado por Corea. La solución inglesa es compartida por varios países europeos, el caso más notable es Alemania, principal exportador del mundo, luego de China.
El éxito está vinculado con la consistencia en el largo plazo. Una definición clara de política cambiaria sirve para alinear otras decisiones de política industrial. A los orientales les ha funcionado la estrategia de subvaluación de sus monedas porque han ido subiendo en la escala de la calidad y siguen siendo competitivos en precio.
Los europeos han conseguido que un tipo de cambio fuerte no sea un obstáculo, dentro de una estrategia donde sus marcas están asociadas a alta calidad e innovación.
El riesgo de México es que no se define. ¿Superpeso o peso mosca? Hace dos años éramos minimosca y ahora nuestra moneda está tan fuerte que parece que trae esteroides. En el corto plazo no hay problema. La recuperación del mercado estadounidense compensa la revaloración del tipo de cambio.
¿Queremos imitar el modelo coreano, el alemán o inventar una tercera vía? Todo es posible, si se planea, ejecuta y comunica bien. Llevamos años jugando con la falacia de que es el mercado quien determina nuestro tipo de cambio. No es cierto: el gobierno interviene para aliviar las crisis cambiarias de corto plazo. Sabemos que no quiere un peso minimosca ni un superpeso al cuadrado, pero no sabemos qué es lo que quiere.
Peor aún: no está claro cuál es la estrategia de largo plazo.
Choque de trenes
PAN y PRI coinciden en una sola cosa: la banca de desarrollo necesita una cirugía reconstructiva.
Lo demás son desavenencias. El PAN quiere fusionar NAFIN con Bancomext y consolidar Proméxico como la gran agencia de promoción económica del país. El PRI no quiere fusiones ni simpatiza con Proméxico. Propone un Consejo Nacional de Financiamiento que sería el órgano rector de la banca de desarrollo y rasurar a Proméxico.
La propuesta del PAN destaca por el ahorro en costos administrativos que derivaría de la desaparición de Bancomext. El tricolor apuesta por una banca de desarrollo donde las instituciones se coordinen mejor, aunque hay un riesgo claro de burocratización.
En juego está el futuro de la banca de desarrollo y los instrumentos que impulsarán la política industrial. El PRI cree que la banca debe involucrarse más en la política industrial. El PAN postula que es mejor separar la tarea de financiamiento de la promoción.
Son dos visiones irreconciliables. El debate le viene bien a la banca de desarrollo, pero no basta. Hay un riesgo real de que las dos propuestas se neutralicen y no pase nada.
lmgonzalez@eleconomista.com.mx