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Diciendo dichos de Juárez

Efectivamente. Parecería que ya nadie puede agregar nada a los numerosos estudios, discursos, artículos, postales e ideas fijas que la figura de Benito Juárez provoca. Parece del todo inútil convencer al descreído, enseñar al ignorante, sorprender al rutinario, escribir al que no lee o pedir rigor histórico al que nunca entiende un libro. Ojalá y todo fuera tan sencillo
Quizá lo mejor sería hacer un breve esfuerzo por olvidar todo lo que uno cree que sabe de Benito y empezar otra vez, desde cero, a realmente enterarse de algo.
Nacido hace 215 años, en aquella primavera de 1806, Benito Juárez vio la primera luz del mundo en el pueblo de San Pablo Guelatao, del distrito de Ixtlán, Oaxaca, habitado, en aquel entonces, por 20 familias zapotecas. Eran tiempos difíciles: nuestro país todavía no tenía nombre propio y la independencia apenas se atisbaba. A los tres años quedó huérfano, primero a cargo de sus abuelos y después del tío Bernardino. Luego decidió "fugarse". El mismo Juárez lo cuenta en sus “Apuntes para mis hijos” escribiendo así:
“Como mis padres no me dejaron ningún patrimonio y mi tío vivía de su trabajo personal, luego que tuve uso de razón me dediqué, hasta donde mi tierna edad me lo permitía, a las labores del campo. En algunos ratos desocupados mi tío me enseñaba a leer, me manifestaba lo útil y conveniente que era saber el idioma castellano, y como entonces era sumamente difícil para la gente pobre, y muy especialmente para la clase indígena, adoptar otra carrera científica que no fuese la eclesiástica, me indicaba sus deseos de que yo estudiase para ordenarme. Estas indicaciones y los ejemplos que se me presentaban de algunos de mis paisanos que sabían leer, escribir y hablar la lengua castellana y de otros que ejercían el ministerio sacerdotal, despertaron en mi un deseo vehemente de aprender”.
Iniciaba así su conocida gesta heroica, lector querido, la de Benito Juárez de apenas doce años caminando y descalzo que huye de madrugada y llega a la capital el mismo día. Tan legendaria hazaña y los pormenores de su vida fueron descritos por varios ilustres biógrafos: Justo Sierra en “Juárez, su obra y su tiempo”; Fernando Benítez en “Un indio zapoteco llamado Benito Juárez”; Andrés Henestrosa en “Los caminos de Juárez” y Brian Hamnett en “Juárez”.
Durante la mayor parte de su vida –ya consagrado el abrazo de Acatempan, Iturbide durmiendo el sueño de los injustos, los verdaderos conservadores acabados y los invasores detenidos, Benito Juárez se encargó de formar una nación que tuvo muchos apuros en dejar de estar sujeta a una corona extranjera y que aspiraba a formar ciudadanos libres. La nación participaba del paradójico acontecimiento de ser un país que no había consolidado con éxito formas de gobierno propias y distintas a las que acababa de rechazar pero que tampoco mostraba transformaciones importantes en su vida civil y la de su sociedad. Y fue a don Benito a quien le tocó encargarse. (Es por eso que, aunque se ha abusado y desgastando mucho su figura a base de repetir sus dichos, sigue siendo verdadero símbolo: un indio zapoteco que se convirtió en presidente, ejemplo de las bondades de la legalidad y atisbo de un país conformado por todas las razas).
Las reacciones seguirán siendo las de siempre: algunos afirmarán que Juárez supo ser el guía de una irrepetible generación de mexicanos que, buscando siempre el apoyo popular y sin más recursos que la honradez, la inteligencia y la pasión por la unidad nacional, lograron restaurar a la República triunfando en una lucha que se llevó buena parte de la Historia del siglo XIX mexicano. Otros -quizá todavía encantados por los ojos azules de los emperadores, creyentes que la riqueza es fuente de toda la bondad y temerosos de pisar terrenos fuera de los atrios- denostarán al oaxaqueño y seguirán elaborado teorías, donde afirmarán que Juárez fue el inicio de todo el mal y las equivocaciones de la patria.
Sin embargo – hasta Juárez lo pensó- hay que respetar cada creencia, mirar lo que los tiempos indican y aprovechar la oportunidad de revisitar, reinterpretar y aprender lo que se ignora. A lo mejor así nos daremos cuenta que las acciones tanto de fanáticos como de detractores de Juárez, han conformado buena parte de la vida ideológica de México. (Todo ello por no hablar de don Benito como personaje de películas y telenovelas, billetes y monedas, la dirección de calles, avenidas, plazas, colonias, parques y colegios; el nombre de una rosa, un danzón y hasta de un whisky, una ciudad del norte, enlutada y valiente; una estación de Metro y el gráfico de un escudo).
Y se puede terminar con otro dicho. Ya no el del respeto al derecho ajeno, sino aquel que escribió Juárez y decía “existe una cosa que no puede alcanzar ni la falsedad ni la perfidia y es la tremenda sentencia de la Historia.” He dicho.