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Opinión

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Celebrar cantando el Himno

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Fue un día como hoy, cuando en la ciudad de San Luis Potosí y en el año de 1824, vino al mundo Francisco González Bocanegra. Descrito como poeta lírico, dramaturgo, crítico teatral, orador y articulista, en realidad obtuvo la memoria patria por haber sido el autor de la letra del Himno Nacional Mexicano. Cubrió la necesidad, presente desde el momento de la Independencia, de tener un canto patriótico para nuestro país.

La urgencia era tal, que en 1821 se estrenó la primera composición de himno nacional firmada por José Torrescano, una marcha que no tuvo la aceptación esperada. En 1844, la segunda composición, con letra de un poeta anónimo y música de un tal Eusebio Delgado, hablaba fundamentalmente de las victorias de Antonio López de Santa Anna, cuando el “Quince uñas” —como le decían sus detractores pues la faltaba una pierna— no podía ser protagonista porque algunas veces era presidente, otras veces no, y nunca se alejaba de los procesos electorales.

González Bocanegra, efectivamente quería escribir y ser poeta. A pesar de dedicarse al comercio, frecuentaba centros de reunión literaria, como la Academia de Letrán, en donde conoció a destacados poetas, literatos y periodistas y daba lectura a sus composiciones. Sin embargo, el éxito no llegaba. No fue sino hasta 1853 cuando las cosas cambiaron y se publicó en la prensa, una convocatoria dirigida a escritores y público en general, para participar en un concurso literario-musical, "para que hubiera un canto verdaderamente patriótico que, adoptado por el Supremo Gobierno, fuera constantemente el Himno Nacional”.

“Una cosa es tomar la pluma para escribir versos a la mujer amada y otra, muy distinta, buscar inspiración para cantarle a la patria”, cuenta la leyenda que le dijo Francisco a su prometida cuando ésta llegó con la convocatoria. Firmada por Miguel Lerdo de Tejada, oficial mayor del Ministerio de Fomento, tal convocatoria ofrecía un premio “a la mejor composición poética que pueda servir de letra a un canto verdaderamente patriótico”, y señalaba un perentorio plazo de veinte días para presentar el trabajo.  

Francisco estaba decidido a no participar. Se consideraba un poeta de talento que sin bien no había alcanzado la gloria estaba a punto de terminar su primer libro de versos. Lo del certamen, estaba seguro, le quitaría tiempo y concentración. Y así lo manifestó a propios y extraños pensando haber zanjado la discusión. Pero la que habría de ser su esposa —que llamaba Guadalupe y había logrado que todos la llamaran Pili— era tenaz y perseverante y no estaba dispuesta a permitir que su amado perdiera la oportunidad de demostrar su talento.

Cuenta la leyenda que con sutiles gestos y las más dulces palabras, Pili condujo a Francisco hacia una habitación aislada de su casa —situada en el número 6 de la calle de Santa Clara, hoy Tacuba— y sin siquiera preguntar lo encerró con doble llave. Tras la puerta, Francisco alcanzó a escuchar que no le iba a abrir hasta que terminara de escribir el himno. Mucho trabajo le costó empezar a componer su escrito. Tuvo que repasar todas las vicisitudes que había vivido México, el destierro de su padre cuando se opuso a la ley de expulsión contra los españoles, los ideales de la Independencia y otros logros y fracasos de su patria. Y eso que apenas era 1853.

 Sin embargo, la inspiración llegó, fluyeron los versos y después de cuatro horas —nada de cuatro días, lector querido— por debajo de la puerta cerrada pasaron una docena de folios, que fueron de las manos del poeta hasta los ojos de su captora.  Y de las manos de ella hasta los anales de la Historia patria.  

El fallo del jurado, compuesto por eminencias de la época como José Bernardo Couto, Manuel Carpio y José Joaquín Pesado, fue unánime y el entusiasmo suscitado por los versos de Bocanegra fue tal, que su composición, amparada por el título "Volemos al combate, a la venganza y el que niegue su pecho a la esperanza, hunda en el polvo la cobarde frente", fue declarada ganadora absoluta.

Aquella versión original constaba de 84 versos decasílabos repartidos entre el coro de introducción —que tiene cuatro— y en diez estrofas de ocho versos cada una. Hoy, solamente cantamos el coro (Mexicanos al grito de guerra), la primera estrofa (Ciña ¡Oh patria! tus sienes de oliva) y la última (Patria, Patria, tus hijos te juran) y todo lo de en medio está sepultado en viejos documentos, el silencio, el olvido, la estulticia y la vergüenza. Borradas están hoy la cuarta estrofa que habla de Santa Anna: Del guerrero inmortal de Zempoala/ Te defienda la espada terrible y la séptima, y la que nombra a Agustín de Iturbide: Todas las demás tampoco figuran. Será por motivos de tiempo, impedir arduos ejercicios cerebrales o disminuir la proverbial costumbre de equivocarnos cuando cantamos el himno nacional en eventos chicos y grandes.

Hoy, lector querido, que ya se han ido los Reyes y la patria no está de vacaciones, celebre el lunes y el cumpleaños de Francisco González Bocanegra cantando el himno nacional. No vaya a ser que alguna vez tengamos que aprendernos otro.

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