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Opinión

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Brexit: ¿fin del pensamiento único?

A principios del siglo XIX, un filósofo alemán con cara de loco y mente compleja, Arthur Schopenhauer, definió el pensamiento único como aquel que se autosustenta y tiene su propia lógica integral.

A principios del siglo XIX, un filósofo alemán con cara de loco y mente compleja, Arthur Schopenhauer, definió el pensamiento único como aquel que se autosustenta y tiene su propia lógica integral. Ya entrado el siglo XX, otro alemán, también de greña alocada y mente brillante, Herbert Marcuse, nombró pensamiento unidimensional a aquel cuyo discurso está poblado de hipótesis que se autovalidan. Basado en estos dos alemanes, el francés Ignacio Ramonet aplicó estos conceptos a la euforia del libre mercado de los 80 y advirtió del riesgo del pensamiento único en materia económica.

La caída del Muro de Berlín, en noviembre de 1989, fue, simbólica y políticamente, el triunfo del libre mercado sobre las economías socialmente planificadas. La victoria del neoliberalismo fue aplastante y contundente y logró instaurar, como una especie de acto de fe, que no había otro camino que no fuera el del libre mercado y su permanente expansión, un fenómeno tan natural, decían los sumos sacerdotes del libre comercio, como la expansión del universo. Por más de 30 años, la religión del mercado fue promovida como la única y verdadera, y cada cuatro o cinco años, cuando algún país abandonaba la creencia y caía en las tentaciones del populismo terminaba fulminado en el infierno de la bancarrota. Argentina, Cuba, Venezuela, entre otros, pagaron cara la herejía y el haber dado la espalda al dios del mercado.

Pero ¿qué pasa cuando son los padres del libre mercado los creadores de la divina figura de la mano invisible, los ingleses, quienes deciden abandonar la religión y ponen en duda los cimientos de la fe? El cisma parece inevitable. El gran pecado del neoliberalismo es que concentró la riqueza y quitó el piso social sobre el que estaba construida la base de la equidad, el Estado de Bienestar. El liberalismo abandonó a sus fieles que, en momentos de incertidumbre económica, buscan refugio en otras formas de creencia. El monopolio de la visión del mundo tuvo en el Brexit su primer gran descalabro. No es Europa lo que se rompió: es el paradigma.

La buena noticia es que todo parece indicar que hemos logrado salir del esquema del pensamiento único. La mala es que el nuevo pensamiento no se está construyendo desde una plataforma de libertades o desde la equidad sino de el nacionalismo, que creíamos anacrónico, y una xenofobia envuelta en la bandera del proteccionismo.

El mundo tiene que repensarse a sí mismo. Pero, como en toda época de crisis de los grandes sistemas de creencia, el momento es por demás propicio para el desarrollo de la charlatanería y las ideas baratas. Las sorpresas apenas comienzan.

petersen.diego@gmail.com

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