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Opinión

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¡Al diablo con la ciudadanía!

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Lucía Melgar

Un gobierno democrático reconoce la pluralidad de opiniones y posturas políticas. Un gobierno autoritario busca imponer la homogeneidad, repele la disidencia, estigmatiza a sus críticos. Un gobierno democrático escucha la crítica,  favorece el consenso y el acuerdo. Un gobierno autoritario polariza para impedir el debate y el diálogo. Un gobierno democrático respeta la ley, garantiza libertades y derechos, asume el equilibrio entre poderes. Un gobierno autoritario se afana en concentrar el poder, aborrece los contrapesos y mina a las instituciones autónomas. Un gobierno democrático respeta la voluntad popular, alienta la participación ciudadana, valora las instituciones que garantizan la legalidad. Un gobierno autoritario  obstaculiza y amenaza el voto libre, desconoce o descalifica la voluntad popular si le es adversa, sueña con perpetuarse.

Este fin de semana se enfrentaron en el discurso público dos conceptos de gobierno, si no dos conceptos de Nación, opuestos y excluyentes. Por una parte, concentraciones ciudadanas masivas ocuparon las plazas y calles en más de cien ciudades en defensa de la democracia, los derechos y libertades, el voto libre; en defensa de la división de poderes y la autonomía de las instituciones construidas por la lucha ciudadana.

Por otra parte, el domingo y desde Palacio Nacional ayer, el presidente volvió a exhibir su talante autoritario al denostar las marchas y mítines ciudadanos como movilizaciones en defensa de “la democracia de los ricos, de los corruptos”, sin captar siquiera las contradicciones que eso implica. Peor, atribuyó a las y los manifestantes el deseo de establecer una democracia”sin pueblo, nada más para las minorías”, como si el único “pueblo” fuera, como ya lo ha sugerido, el conjunto de personas que acepta sin chistar las acciones de su gobierno o, como si quienes tomaron las calles el domingo fueran todos y todas “enemigos del pueblo”, alebrestados por “traidores a la Patria”, estigma ya endosado a funcionarios y funcionarias con pensamiento propio y actuar independiente.

A la usual incapacidad del autócrata de reconocer el malestar ciudadano (se trate de madres de desaparecidos o jóvenes hartas de ser violentadas, de periodistas incómodos por honestos, de académicas críticas o de opositores a sus megaproyectos o a sus propuestas de reformas constitucionales), se sumó la  voz helada de la candidata oficialista que, lejos de tender un puente a la ciudadanía inconforme o cuestionadora, siguió al pie de la letra el discurso polarizador que ha caracterizado a este gobierno. Mal signo para la democracia y la convivencia pacífica es que, antes siquiera de ganar las elecciones, quien debería escuchar a la ciudadanía, de cualquier color, achaque “falsedad e hipocresía” a quienes demandan respeto a la Constitución y a la división de poderes, y se atreva a acusarles de haber promovido “fraudes electorales”, cuando el autor de la presunta o probada manipulación  electoral de 1988 pertenece al gobierno actual. Al parecer, para la candidata, exigir “voto libre” y elecciones confiables es un atentado de lesa democracia. ¿Así pretende atraer a una mayoría? ¿Confía tanto en sus promotores que ni siquiera le importa convencer?

Aunque el gobierno y su partido parecen  confiados en su arrastre entre el “pueblo” – que no sociedad  o ciudadanía- y el presidente más de una vez ha mostrado su afán de perpetuar su “proyecto”, así sea por interpósita persona, tanto éste como Morena y su candidata deberían preguntarse qué clase de país pretenden seguir gobernando. Ella, sobre todo, podría preguntarse qué legitimidad tendrá si gana en elecciones cuestionadas, cómo pretende gobernar un país polarizado y cómo podrá unir voluntades ciudadanas ante las probables dificultades económicas y sociales que enfrentará México en los próximos años. ¿A punta de insultos y descalificaciones? ¿Así como reprimió las protestas feministas? ¿O pensará apoyarse en las fuerzas armadas? ¿A qué “pueblo” representa? ¿Qué “democracia” imagina?

Es preocupante y peligroso que quien gobierna y quien pretende gobernar muestren con tanto desparpajo tal desprecio por la ciudadanía y sus convicciones democráticas.

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Lucía Melgar

Es profesora de literatura y género y crítica cultural. Doctora en literatura hispanoamericana por la Universidad de Chicago (1996), con maestría en historia por la misma Universidad (1988) y licenciatura en ciencias sociales (ITAM, 1986).

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