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El día que dejas de ser papá, te vuelves el líder que tu equipo necesitaba
Los líderes caen en la trampa de ser querido más que respetado, la de dar tanto que cuando dejan de dar, dejan de valer; la de confundir liderazgo con paternidad y convertirse en el peor jefe.

Liderazgo
Muchos líderes -principalmente los más jóvenes- creen que darlo todo es sinónimo de liderar bien, por lo que exigen poco y dan mucho: desde flexibilidad total y bonos extra, hasta afecto constante. Lo hacen buscando cercanía, pertenencia y gratitud. Pero cuando llega el momento de poner límites, la reacción del equipo no siempre es madurez, sino reclamo. Ahí es donde se rompe el mito: dar sin formar no genera cultura, genera dependencia.
Hace un par de años, Alex -un joven director al que le daba mentoría- me buscó con un problema similar. Nos vimos en una cafetería en la Ciudad de México.
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“Todo iba bien… hasta que dejé de darles cosas. Quería ser ese jefe cercano; escucharlos, apoyarlos, darles más. Permisos sin pedirlos, bonos adelantados, comidas donde quisieran y hasta días libres solo porque uno traía cara larga. Lo hacía porque me chocan los líderes fríos; quería que el equipo supiera que me importaba. Y por mucho tiempo, funcionó. Me veían como alguien cercano, me agradecían. Sentía que lo estaba haciendo bien”.
Lo dejé hablar. Necesitaba soltarlo.
“Luego, la compañía empezó a tener problemas y un día, dije que no; no me acuerdo ni por qué. Dije que no al permiso de último minuto; al bono extra, porque no llegamos a resultados; al restaurante caro, porque había que cuidar presupuesto. Y entonces cambió todo: uno dejó de hablarme, otro empezó a llegar tarde y uno más, renunció. El que más había recibido me dijo que ya no me reconocía como líder, que ahora solo era ‘otro jefe más’”.
Le dije ‘tranquilo’, como si le hablara a mi yo de hace 20 años:
“Alex, caíste en la trampa de querer ser querido más que respetado, la de dar tanto que cuando dejas de dar, dejas de valer; la de confundir liderazgo con paternidad. Pasaste de ser el mejor jefe, al peor cuando dejaste de darles todo, cuando por fin pusiste límites, cuando dejaste de ser ‘el buena onda’ y te pusiste en tu rol real: líder”.
Y no, no es que Alex estuviera mal al principio; la empatía es clave. Lo que falló fue que no lo equilibró con estructura, claridad y exigencia. De hecho, es algo que me costó años aceptar, pues en algún momento también quise ser el jefe cool; el diferente, y terminé decepcionado porque cuando más necesitaba que mi equipo respondiera, no lo hizo. Después entendí que no fue culpa de ellos, fue mía, por no enseñarles a crecer sin mí.
Le recordé que liderar no es que te quieran: es que los demás crezcan, porque cuando resuelves todo, ellos no enfrentan; cuando das, ellos esperan; y cuando siempre estás, el día que no estás… te odian.
También le conté lo que pasó conmigo: un par se fueron, otros se replegaron, pero unos pocos -los buenos de verdad- se quedaron, crecieron y hoy son líderes que tampoco regalan: exigen, forman e inspiran.
La reflexión es que el día que dejas de ser papá, te vuelves el líder que tu equipo realmente necesitaba. Hoy más que nunca necesitamos líderes incómodos, no los que apapachan para que no se vayan, sino los que enseñan, exigen y acompañan. Porque liderar no es darles todo, es formar personas que no lo necesiten.
Soy Mario Elsner, y creo que el liderazgo no se mide por cuánto das, sino por cuánto crecen sin que tengas que darlo. Te acompaño al siguiente nivel.