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Zabludovsky, ?me pongo de pie
Jacobo siempre se ponía de pie para saludar a quien se acercara a él, aunque no lo conociera.
Descubrí a Jacobo Zabludovsky algún día en el 2002 entre la 1 y las 3 de la tarde en el 88.1 de FM. Esto no quiere decir que no supiera de su existencia antes de esta nueva etapa en su carrera periodística, simplemente, en los años anteriores me parecía tan negro como sus corbatas y tan aburrido como la vida política de México de los 70, 80 y los primeros cuatro años de los 90.
A raíz de ese día, confieso, comencé a admirar la figura del hombre que nunca conocí a través de la televisión. El papel que Jacobo desempeñó en el noticiero 24 horas fue paradójico: por una parte fue el papel más conocido e importante de su carrera y por la otra, fue quizás el papel que menos nos permitió conocer al gran ser humano que fue Jacobo Zabludovsky.
Como en el caso de cualquier personaje propositivo y exitoso, Zabludovsky ha acumulado un importante número de críticos. Si bien me parece válido criticar su carrera profesional durante los años que estuvo a la cabeza de 24 horas, me parece inútil y ridículo cuestionar el invaluable legado que el periodista dejó a nuestro país. A sus amigos, familiares y demás conocidos.
Desde ese día en el 2002 hasta el 1 de julio pasado, hice hasta lo imposible por no perderme su programa De una a tres. Mi segmento favorito del programa empezaba cuando anunciaba la hora con campanas: Son las 2 en el reloj de la Catedral , hasta que cerraba con el tango del día. Y dentro de esa hora, escuchar sus tres o cuatro minutos de ironía con Alfredo Domínguez Muro (antes de ser remplazado por Carlos Albert y Jorge Pietrasanta), previo a hablar de deportes. Fueron los minutos que más disfruté.
Durante esos 13 años viví, como supongo que lo hicieron cientos de miles de mexicanos, una íntima relación con Jacobo Zabludovsky. Aprendí a disfrutar inmensamente su elegante sentido del humor. Al escucharlo podía saber si la noticia que estaba dando le daba pena, alegría, vergüenza o rabia. Jacobo, a diferencia de otros periodistas menos expertos, jamás exageraba el tono para expresarse. Se podría decir que eran sentimientos que le salían del alma. En los momentos en los que se apoderaba del micrófono y relataba alguna anécdota taurina o culinaria, podía escuchar a través de su voz el placer que estas dos actividades le causaban.
A menudo hacía referencia a sus compañeros de carrera en la UNAM y con nostalgia recordaba a los pocos que seguían con vida. Jacobo tenía una facilidad para hablar del pasado y remontarse cinco, seis o siete décadas atrás con una claridad impresionante. Al parecer disfrutaba inmensamente compartir con su auditorio anécdotas de su rica vida y lo hacía con una informalidad que invitaba a seguirle escuchando. Como quien escucha a un viejo amigo o a un abuelo narrar historias de su vida.
Al escuchar a Jacobo sólo podía preguntarme cómo le daba tiempo de hacer tanto. Leer tanto, saber tanto, conocer a tanta gente y acordarse de todo tan claramente.
Otro de los momentos interesantes de su noticiero era cuando entrevistaba a algún amigo escritor, poeta, cantante o artista para promover su más reciente trabajo. Estas entrevistas dejaban ver su amor por el teatro y desde luego por lo que, imagino, era una de sus actividades favoritas: la lectura.
En persona lo vi varias veces en el Sanborns de Palmas y, sin conocerlo personalmente, siempre fui a saludarlo. Me impresionó, desde la primera vez que lo hice, que Jacobo siempre se ponía de pie para saludar a quien se acercara a él. Sin importar si se trataba de hombre, mujer, joven, conocido o un extraño, Zabludovsky se levantaba, escuchaba lo que le decían y asentía con esa sonrisa tan peculiar que seguramente estuvo en su rostro hasta sus últimos minutos de vida el 2 de julio.
Resulta triste ver que hasta el inmortal Jacobo Zabludovsky chupó faros, como él diría. Desde aquí mando un abrazo a su familia, en especial a su hijo Abraham, y su nuera Perla Ciuk.