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Tomar partido: una fallida puesta en escena
El esfuerzo del elenco encabezado por Humberto Zurita y Rafael Sánchez Navarro se pierde par falta de dirección escénica.

Tomar partido es una obra llevada a la pantalla grande en el 2001 por el prestigiado cineasta István Szabó, Taking Sides de Ronald Harwood, traducida al castellano como Tomar partido ha sido escenificada en México con producción del Centro Deportivo Chapultepec AC, en un montaje cuya expectación se centró en la unión de dos de los actores de mayor solidez histriónica en nuestro país: Humberto Zurita y Rafael Sánchez Navarro, quienes gozan no sólo del gusto del público sino de largas y congruentes trayectorias.
Ubicada en la Alemania de la posguerra, la pieza se centra en Wilhelm Furtwängler (1886-1954), director de orquesta que trabajó para el nazismo y acometió desplazamientos desleales en contra de los jóvenes artistas que le significaban un peligro para su estatus.
El músico, al concluir la Segunda Guerra Mundial enfrentó los cargos que Estados Unidos e Inglaterra levantaron en su contra, de servir al régimen nazi y ampararse en él como artista. Harwood exploró esta historia con audacia en su texto, escrito en 1995, y estrenado ese mismo año bajo la dirección del gran dramaturgo Harold Pinter (Nobel de Literatura en el 2005); en el 2001 la versión cinematográfica de Szabó tuvo como intérpretes a Harvey Keitel y Stellan Skarsgård.
Para la puesta mexicana, por desgracia, muchas cosas no funcionan. En primer lugar la fallida puesta en escena de Antonio Crestani, que no acierta a homologar tonalmente a su equipo de actores, pero sobre todo, que no supo trazar escénicamente con limpieza, haciendo que surjan torpes encontronazos en el trayecto escénico y poniendo a Zurita (el protagónico de la obra, sin duda, como lo fue Keitel en el filme) en aprietos de elemental incomodidad para sus desplazamientos escénicos, movimientos y gestualidades.
¿Por qué no ubicar a la voz cantante en el centro del escenario, de la acción misma, y sí a derecha actor/izquierda espectador, donde Zurita tiene que hacer maromas literalmente para sortear las escenas e incluso sus propios aportes histriónicos? Indudablemente el director se basó en la disposición mobiliaria que usó Szabó en el filme (guión del propio Harwood), pero en la película hay cámaras, obvio, y se utilizan los close up para narrar -amén de lo que toca a la edición- lo que en el enorme escenario del Chapultepec es prácticamente imposible apreciar. Zurita es un gran actor y lo demuestra a carta cabal yendo sólo contra la obliterada puesta en escena que, para colmo, recae toda en él.
No resultan tampoco agraciadas las actuaciones de Martín Altomaro con una melena que no viene a cuento, aunque él cumpla con buena disposición en sus intervenciones- o Stefanie Weiss quien aparece conturbada, no precisamente por su personaje, recorriendo alteradísima el escenario injustificadamente para darle vuelo a la acción, pero disparándose por entero. Ni qué decir de Marina de Tavira (en el centro del escenario, cuando su personaje es de mínima importancia) y Sergio Bonilla (evidentemente incómodo en un escritorio que no le permite tener apoyos a su encarnación). Desde luego, todos son buenos actores. Se les ha visto antes, se les ha aplaudido y reconocido, pero en este caso, la dirección escénica no logra apoyarlos, no puede amarrar ni aun con el sencillo multimedia que presenta secuencias de los campos de concentración y de la misma figura original de Furtwängler que, interpretado también con incómodo estatismo, por Sánchez Navarro, no logra conmover ni que el público entienda realmente el drama interno que de él se pretende narrar.
Lástima por la producción (ese armatoste innecesario como decorado escenográfico de Gloria Carrasco debió haber costado una fortuna, pero no sirve para nada teatralmente hablando); por la presencia fuerte de Sánchez Navarro, quien a pesar de no estar en personaje ni darlo interiormente- hace un esfuerzo sobrehumano por conquistar al espectador y por los demás integrantes del elenco que, se ve, hacen su mejor esfuerzo (y no es poco). Pero no hay un verdadero y hondo trabajo de conceptualización escénica; sólo encontramos una dirección rutinaria y, en verdad, fallida, que extraña en un director que, en sus primeras direcciones, halló eficiencia.
gonzalo.valdes@eleconomista.mx