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Todo fuera como eso: La lengua de Belisario
Todo parecía tranquilo. Nadie sabía que el Destino marcaría aquel modesto cementerio de Coyoacán para la inmortalidad cívica. Porque entre las lápidas se había cometido un asesinato: el del doctor Belisario Domínguez

Dicen que aquel día nubarrones negros cruzaban la Ciudad de México. Era apenas octubre pero la sensación de muerte anticipada hacía sospechar que en el cementerio había fiesta. Quizá el Día de Muertos había llegado y pasado de reojo y el olor que se pegaba a las narices era de copal y cempazúchitl marchito.
Pero en el camposanto no había nada que sugiriera devoción. Ni música, ni veladoras. Ninguna ofrenda para complacer a los difuntos. Los muertos estaban quietos en sus tumbas.
El panteón de Xoco, al norte de la calle de Mayorazgo; al sur del río Churubusco; al poniente en San Felipe; y al oriente en la avenida del camino real que llevaba a Coyoacán tenía un eje transversal que lo dividía en cuarteles y, un lugar separado para los párvulos, muertos chiquitos que habían abandonado muy pronto el mundo.
Apenas el año anterior, 1912, los habitantes de la ribera norte del norte del río Churubusco habían empezado a reordenar el panteón. Hicieron algunos enterramientos al frente de la iglesia de San Sebastián, en un terreno enorme, como de 20,000 metros cuadrados que había donado un tal señor Wolf.
Todo parecía tranquilo. Nadie sabía que el Destino marcaría aquel modesto cementerio de Coyoacán para la inmortalidad cívica. Porque entre las lápidas se había cometido un asesinato: el del doctor Belisario Domínguez.
Dicen que el martes 7 de octubre de 1913 Francisco Chávez recibió orden del general Huerta de sacar del hotel Jardín, al senador Domínguez y matarlo.
Que Chávez llamó al teniente Alberto Quiroz, Jefe de la gendarmería de a pie y a Gabriel Huerta, Jefe de las Comisiones de Seguridad, para que se encargaran de llevar a cabo la orden. Que a media noche los dos comisionados acompañados por Gilberto Márquez y José Hernández , El Matarratas , llegaron hasta el cuarto número 16 del 2º piso del hotel, allanaron la alcoba del doctor quien ya dormía y lo sacaron.
Que lo subieron a un coche con destino a Coyoacán.
Que le dijeron que ya se iba a morir.
Llegaron al panteón de Xoco y en la puerta Márquez, le disparó un balazo por la espalda que se le incrustó en la cabeza. Ya caído Alberto Quiroz le hizo dos disparos más. A continuación lo desvistieron, extrajeron de sus bolsillos los 15 pesos que llevaba que llevaba y con ellos pagaron al sepulturero José de la Luz Pérez, para que procediera a meterlo bajo tierra.
Dicen que le cortaron la lengua para llevársela a Huerta como trofeo.
Y que en el panteón no había el papel picado de los muertos sino un pedazo del discurso impreso que había dicho en el senado y le había quitado la vida.
Y que en el papel todavía podía leerse: don Victoriano Huerta está dispuesto a derramar toda la sangre mexicana, a cubrir de cadáveres todo el territorio nacional, a convertir en una inmensa ruina toda la extensión de nuestra patria .
Dicen que todo fue como eso.