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Arte e Ideas

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La delgada línea frente a la apología del crimen en el cine

En internet abundan videos de niños mexicanos jugando al retén, a una desaparición, declarando sus intenciones de formar parte de un cártel. En cine y televisión se alimenta el deseo aspiracional por el glamour de lo ilícito.

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Infinidad de contenidos en español abonan al mito del crimen organizado

El derecho de narrar la historia como está pasando es absolutamente necesario e indispensable. Definitivamente ese cine lo vemos pocos. Pero también tenemos otro México. Hay una posibilidad de mostrarnos de otra manera, con otra esencia. Las personas mexicanas somos generosas, recibimos y arropamos, mientras que al lado puede estar sucediendo el horror. Ese es el rompeviento que tenemos como sociedad, es nuestra dicotomía”.

Gloria Carrasco, productora cinematográfica.

El video comenzó a difundirse con anterioridad, desde diciembre pasado, pero este cobró más relevancia, se viralizó, después de la ruidosa noticia de la recaptura de Ovidio Guzmán López, el pasado jueves, en Culiacán, Sinaloa. En él se observa a un grupo de al menos tres niños que no superan los ocho años de edad.

Todos portan armas de juguete. Uno cortó la mitad de un balón para usarlo como casco y con remiendos de cartón se hizo un chaleco que simula ser antibalas.

Juegan a controlar un retén en una carretera, presuntamente en Sinaloa. El video fue grabado por un conductor detenido por este grupo de infantes. “Voy al panteón, viejo”, se escucha decir al adulto detrás del video, y el pequeño que porta la imitación de casco le responde: “pásele pues”.

Si se buscan en internet temas como “niños jugando a ser sicarios” o “niños sicarios”, los resultados se cuentan por decenas entre imágenes, videos o historias de menores simulando un enfrentamiento, un retén o un interrogatorio. La mayoría de México.

En otro de esos resultados, un grupo de alumnos de secundaria en Zacatecas juega con las trompetas escolares como si se tratase de fusiles mientras simula el sometimiento de un cuarto joven como si fuese un rival. En otro material, una persona entrevista a dos pequeñitos en Reynosa, Tamaulipas, y les pregunta sobre sus planes a futuro: “Vamos a ser del Cártel del Golfo”, dicen, porque estudiar “es para niños chiquitos”.

Estímulos del cine nacional

La industria del entretenimiento audiovisual se ha vuelto una vía extensa y potente para establecer un mito y una cultura aspiracional sobre la vida en el crimen organizado, su opulencia e impunidad, aunque la vida sea corta, es la salida más fácil o la única posible.

Sobre imágenes de pistolas, “cuernos de chivo”, trocas lujosas y efigies de Malverde o de la ‘Santa’, versiones de la misma frase se repiten en los mensajes que jóvenes muestran en sus redes sociales: “Mejor como una vida corta como rey...”

Esos estímulos provienen tanto de Hollywood, con películas que han generado un prejuicio de lo mexicano: el delincuente que mata y tortura sin escrúpulos, y tarde o temprano será abatido por el infalible héroe estadounidense, como de la industria local, con exitosas series sobre los carteles de la droga, sus vínculos, su vida amorosa y glamures.

En 2018, el diario The Guardian entrevistó al actor Benicio del Toro con motivo del lanzamiento de la película Sicario: Día del Soldado. El texto detalla cómo el actor puertorriqueño ha interpretado “todos los ángulos de las drogas”, desde ser el policía que persigue a los traficantes en Inhala (2001) hasta su interpretación del también encumbrado Pablo Escobar, en 2014, sin olvidar su rol como el asesino de matones, de moral redimida por ello, como es el caso de Sicario (2015).

“Se ha vuelto un género, como puedes ver. (Estos filmes) se están convirtiendo en los nuevos westerns (…) y ha estado ocurriendo desde hace mucho tiempo”, declaró Del Toro para esa entrevista sobre el cine de carteles de la droga.

De este lado de la frontera, son varias las series, telenovelas y películas que han abordado el tema del narcotráfico, el sicariato y el liderazgo de una organización criminal desde la perspectiva biográfica, mitológica, erótica, política. Series como Narcos: México o El señor de los cielos recuperan para el público mexicano de todas las edades a figuras del narco como Miguel Ángel Félix Gallardo, Rafael Caro Quintero, Amado Carrillo Fuentes y Joaquín Guzmán Loera.

Pero es solamente la punta de lanza de una infinidad de contenidos en español que abonan al mito del crimen organizado, como La reina del sur, Rosario Tijeras, Sin senos no hay paraíso, El patrón del mal y El Chapo, por mencionar unas cuantas.

La dicotomía de contar nuestras historias

¿Hay una línea que permita a los espectadores distanciarse del crimen y sus horrores y empatizar con otras posibilidades de vida? ¿Se han disuelto esas fronteras? ¿La seducción del crimen es una respuesta a un Estado fallido?

Basta con una visita a las ciudades tradicionalmente controladas por el narco para percatarse de que no es solamente el cine y la televisión. La cultura del narco ha permeado la música, la ropa, los autos y la arquitectura. Hay un distanciamiento civil evidente hacia la autoridad del Estado y una romantización de la “autoridad” de las mafias, mismas con las que varios sectores sociales se relacionan e identifican más.

La productora de cine y ganadora de un Premio Ariel, Gloria Carrasco, reflexiona: “yo creo que el artista, en este caso, el artista cinematográfico, primero se nutre de su realidad. Evidentemente, en México no estamos viviendo el mejor momento. Históricamente, nuestra peor desgracia es esta: la muerte y la desaparición, y es muy difícil no alimentarse y no contarla. La responsabilidad de un artista también es esa. Si no lo hacen los cineastas, no quedará un registro formal de esto que también es parte de nuestra historia”.

Por otro lado, Carrasco señala que México ha intentado consolidar una industria “con la bota en la cabeza de la industria norteamericana”. Por esto mismo, argumenta que desde el cine nacional “no se ha podido generar una tradición reflexiva, con películas temáticas o de autor. Las películas de entretenimiento son las que llegan a las salas comerciales y las que ve el público”. De ahí la dicotomía.

ricardo.quiroga@eleconomista.mx

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