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Arte e Ideas

Lectura 7:00 min

José Juan en su feria y su jardín

En un iniciático viaje a Japón, Tablada quedó prendado de la cultura nipona, lo que dio como resultado una infusión de esta cultura en su trabajo.

Nadie, solamente él tuvo la culpa. La evocación de sus letras resultó una feria y de sus poemas nos quedó un haikú. (¡Del verano, roja y fría / carcajada, / rebanada de sandía!). Como si su producción no hubiera sido extensa y larga, su poesía diferente y hermosa, y sus crónicas el ejercicio de toda una vida. Pero es que la figura de José Juan Tablada, por sus muchas certezas e imaginaciones, puede adquirir cualquier forma. Y cambiar de aspecto en cada renglón de la lectura.

Tablada nació en la Ciudad de México, específicamente en Coyoacán, el 3 de abril de 1871, y cuenta que pasó su infancia en varias haciendas de los estados de Tlaxcala, Puebla y México. Durante su adolescencia se estableció con su familia en Tacubaya y cuenta que como castigo por haber vuelto a su casa sin avisar a la medianoche, fue enviado por sus padres al Colegio Militar que se encontraba en el Castillo de Chapultepec. Durante aquellos años junto a su amigo Julio Ruelas (quien se convertiría en un destacado artista gráfico) publicó el periódico El Sinapsismo, episodio que consideraba como su auténtica iniciación periodística. Después estudió en la Escuela Preparatoria Nacional y durante un tiempo tuvo un empleo en la administración de ferrocarriles. Se casó en primeras nupcias con Evangelina Sierra, sobrina del escritor y político Justo Sierra, y con ella visitó París en su viaje de bodas. Pero la vida conyugal no resultó ni larga ni armoniosa. Malas y envidiosas lenguas dijeron que emprendió una vida bohemia, salpicada de ajenjo y equívocas sustancias que terminó en desastre y soltería. Pero ya había emprendido el camino de las letras y publicaba regularmente en periódicos y revistas; sin embargo ya la suerte estaba echada y su renovación como escritor lo esperaba al otro lado del mundo.

Todo comenzó con un viaje. El 15 de junio de 1900, José Juan Tablada abordó en el puerto de San Francisco un transpacífico que lo condujo a Yokohama, desde donde escribiría una serie de crónicas que aparecieron en la Revista Moderna como parte de una columna titulada En el país del sol. Al presentarlas a los lectores, el autor recuerda una anécdota en la que Hokusai, el gran pintor de la vida japonesa , había llevado a su editor 300 de sus obras más relevantes, y cuando éste preguntó el nombre con el que las publicaría, el artista dijo simplemente: Mangua . Tablada explica que la palabra Mangua en su traducción literal significa: el dibujo como viene , y escribe: Mangua serán, pues, estas crónicas, estas acuarelas rápidamente lavadas en el álbum de viaje; frágiles aspectos de kaleidoskopio que se fijarán en el paciente mosaico de mañana, en el soñado libro futuro .

Aunque la veracidad de este viaje ha sido puesta en duda , como señala el poeta y académico Rodolfo Mata, resulta indudable que el interés y la fascinación por lo japonés, que surgió principalmente a través de la lectura de los hermanos Goncourt , fue parte vital de la eclosión que permitió a Tablada, ese escritor proteico, maleable, vasto como un paisaje e íntimo como un cajón , depurar, como dice Guillermo Sheridan, una tradición ajena que rebasó y aceleró a uno de los poetas más singulares y avanzados de nuestro idioma . Pero también lo convirtió en el primero que como una máquina de vivir y de escribir ejerció un periodismo cultural riquísimo y se convirtió en un divulgador de la vastedad artística y su crítico ferviente . La adaptación, conocimiento y difusión del haikú japonés en Hispanoamérica se deben a Tablada. Curioso como una pequeña estrofa de 17 sílabas es un poema completo y puede convertirse en una obra maestra. Pero casi desde siempre Tablada venía informándose con verdadero interés sobre teosofía, doctrinas esotéricas y culturas orientales. Su devoción por el Japón se haría cada vez más fuerte y nunca lo abandonaría. (Muy famosa es la historia del jardín japonés que Tablada cultivó con rigor y soltura en su casa de la Ciudad de México. Y también cómo cambió las costumbres de su vida cotidiana para siempre. Una breve escena de una visita de López Velarde y Pedro de Alba a José Juan Tablada a aquella su casa-huerta-jardín quedó escrita: Su asistente le trajo uno de sus kimonos historiados; le quitó las botas de goma con las que trabajaba en el jardín y le puso unas sandalias de seda. Enseguida nuestro anfitrión, dirigiéndose a su ayuda de cámara en lengua japonesa, le dio las instrucciones para que sirviera el té a la manera oriental. El entrenamiento de José Juan en la gimnasia calisténica le permitió sentarse en el piso con toda soltura y elegancia, en tanto que nosotros nos acomodábamos en un diván de bambú ).

Al regresar de aquel iniciático viaje a Japón, Tablada trabajó en el Ministerio de Instrucción Pública y se dedicó al comercio de vinos importados. Ya había escrito su primer libro de poesía y seguía redactando críticas y crónicas; sin embargo, llegó la Revolución y en 1914, al ser derrocado el gobierno de Victoriano Huerta, del que era abierto colaborador, tuvo que partir al exilio a Nueva York. Después obtendría el indulto de Venustiano Carranza y en 1918, el mismo año que se casó en segundas nupcias con Eulalia Cabrera, fue enviado con un encargo diplomático que lo hizo recalar en Bogotá y Caracas. Fue en aquella etapa entre 1919 y 1922 cuando publicó sus famosos libros de haikú, Un día... y El jarro de flores. Cuenta a los críticos ?que su volumen Li-Po y otros poemas se inspira en el poeta chino del siglo VIII, que muere ahogado cuando, borracho, quiere alcanzar la luna reflejada en un lago.

Tablada volvió a Nueva York en 1920 y ahí se estableció hasta 1936. En esa temporada recibió el nombramiento de miembro correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua y publicó sus libros de poemas más celebrados.

Cuentan sus biógrafos que Tablada escribió 262 crónicas que se publicaron en Excélsior entre agosto de 1936 y diciembre de 1939 y ésta fue la última serie de trabajos periodísticos que realizó para la columna México de día y de noche. ?En poco tiempo deja la Ciudad de México y se retira a vivir a ?Cuernavaca a causa de un padecimiento cardiaco. En 1941 es investido como miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua, y en agosto de 1944 es nombrado vicecónsul de México, por lo que viaja, una vez más, a Nueva York.

Su muerte ocurre el 2 de agosto de 1945 en esa ciudad y sus restos son traídos a nuestro país y ?depositados en la Rotonda de los Hombres Ilustres en noviembre de 1946. Hacedor de versos, dibujos y un libro dedicado a los ?hongos historia, origen y recetas , fue premiado por el gobierno japonés. Tablada murió desilusionado del periodismo, los intelectuales y la soberbia de los escritores mexicanos. En su poema Un poeta en la feria , parece despedirse en persona y escribe:

No tengo el delirio vano

De querer ser universal

Ni siquiera continental

Me basta ser poeta mexicano.

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