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Gran Tzompantli de Tenochtitlan, una lección ideológica
El arqueólogo Raúl Barrera actualiza.

El Huei Tzompantli, hallado en el 2015 en el recinto sagrado de Tenochtitlan y las torres de cráneos que lo flanqueaban eran una manifestación de control ideológico y político de la élite gobernante sobre sus súbditos y los pueblos conquistados, asegura el arqueólogo Raúl Barrera.
El responsable del Programa de Arqueología Urbana del Instituto Nacional de Antropología e Historia, quien encabeza las labores de rescate del Gran Tzompantli, dictó una conferencia en el Antiguo Colegio de San Ildefonso la noche del martes, donde reveló información actualizada del singular descubrimiento, producto de la más reciente temporada de campo, que corrobora la existencia de una empalizada monumental de donde pendían cráneos de individuos sacrificados en honor al dios Huitzilopochtli, patrono de la urbe mexica, de la que sólo se tenía conocimiento por las fuentes históricas del siglo XVI y se intuía por hallazgos arqueológicos de principios del siglo XX.
En efecto, el arqueólogo Raúl Barrera detalló en su cátedra titulada “El Huei Tzompantli de Tenochtitlan”, que la estructura había sido referida en los códices Matritense y Durán y en algunas crónicas de la Conquista escritas por el misionero franciscano Bernardino de Sahagún, el soldado Andrés de Tapia, acompañante de Hernán Cortés, y el antropólogo José de Acosta, SJ, entre otros. Recordó que, a principios del siglo XX, el arqueólogo Leopoldo Batres encontró la esquina de una estructura con cabezas de serpiente empotradas, “pero nunca supo que se trataba del Huei Tzompantli”. Igualmente, Manuel Gamio, entre 1913 y 1914, localizó en el predio Guatemala 22 los restos de un incensario en una de las faldas de la plataforma rectangular, pero en ese momento tampoco pudo confirmarse la presencia de los restos de la empalizada.
Por su parte, el arquitecto Ignacio Marquina realizó en la década de los 50 del siglo XX un plano detallado del recinto ceremonial mexica basado en las descripciones de los cronistas del siglo XVI; sin embargo, el hallazgo del Gran Tzompantli demoró siete décadas más.
Fue la mañana del 29 de abril del 2015 cuando un grupo de arqueólogas encabezado por Raúl Barrera y Lorena Vázquez Vallín descubrió en un predio privado, en el número 24 de la calle República de Guatemala del Centro Histórico de la Ciudad de México (a unos 200 metros al poniente de donde se erigía el Huei Teocalli o Gran Templo, adoratorio de Huitzilopochtli), la plataforma rectangular, situada a dos metros de profundidad, evidencia que corroboraba lo que las crónicas de los conquistadores habían descrito con horror: “Estaban frontero de esta torre (Huei Teocalli) 60 o 70 vigas muy altas (...) puestas sobre teatro muy grande hecho de cal y piedra, y por las gradas de él muchas cabezas de muertos pegadas con cal y los dientes hacia afuera”.
La plataforma, datada entre 1486 y 1502 (etapa VI del Templo Mayor), fue construida con sillares de tezontle y recubierta de estuco y podría llegar a medir 34 metros de largo, 12 metros de ancho y entre 45 y 50 cm de altura. Atraviesa la calle de Guatemala de norte a sur, desde el subsuelo del atrio de la Catedral Metropolitana hasta el interior de una casona colonial.
Sobre la superficie de la plataforma, una especie de patíbulo de piedra de dos cuerpos, se localizaron huellas de 16 postes de madera de unos 25 cm de diámetro, separados uno de otro por 60 cm, y junto a estas improntas una estructura circular conformada por tres hileras de cráneos unidos con una argamasa de cal y gravilla de tezontle.
Las señales para el equipo arqueológico eran muy claras: estaban frente al Gran Tzompantli dedicado a Huitzilopochtli.
A tres años del descubrimiento, las hipótesis más consistentes apuntan a que los más de 200 cráneos de las víctimas sacrificiales recuperados hasta ahora, que están sometidos a estudio, correspondieron a individuos guerreros capturados en las batallas que los mexicas libraban contra los pueblos sometidos y a perdedores en el juego de pelota.
Estudios de antropología física realizados en estas osamentas revelan que la mayoría fue de varones de entre 15 y 44 años; un número menor de mujeres, también guerreras, todas menores de 35 años, y de algunos niños de entre cuatro y ocho años de edad.
Respecto a los niños sacrificados se sabe poco, pero Barrera señala que debieron ser los ixiptlas, niños que representaban a las deidades, que eran tratados con esmero y reverencia en Tenochtitlan y su destino era el sacrificio durante las fiestas religiosas.
Ante el horror que pudiera producir esta práctica, Raúl Barrera advierte que, en la cosmogonía mesoamericana, los hombres existían para adorar y alimentar a los dioses con sacrificios y era una condición para que la vida continuara. El sacrificio humano era necesario para tener contacto con la deidad. Era un ritual de vida y no de muerte, señala.
Se sabe que el Gran Tzompantli, el mayor de los siete que se localizaban en la ciudad sagrada de tenochtitlan, estaba compuesto por 11 filas de postes y 30 columnas y se estima que allí se exhibieron 11,704 cráneos, aunque sólo se han contabilizado 484.