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Arte e Ideas

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El éxito de todos ?los fracasos

Amar el fracaso no porque sea el condimento que le da sabor al éxito ni el ensayo para el triunfo. No. Amarlo por sí mismo. De eso trata la divertida obra Más pequeños que el Guggenheim.

Gorka y Sunday no aman el fracaso. Por eso se fueron a España y gritaron Adiós, pinche país de mierda cuando el avión levantaba las ruedas de la pista (lo gritó Sunday, tan vulgar y desinhibido como Héctor Suárez borracho). Dos teatreros jóvenes: Gorka, el dramaturgo prometedor; Sunday, el director incendiario, revolucionario. Tienen todo el futuro por delante, les dijeron. Sólo es cosa de aventarse, les dijeron.

Todos podemos hacerla si le echamos ganas. ¿No nos dicen eso a todos? Pide y se te dará. Ayúdate, que yo te ayudaré. Ahí van Gorka y Sunday, llenos de energía y talento. Serán un éxito. Como toreros, o regresan a México en hombros o no regresan.

Se regresaron a los tres meses. Sin un peso y con la autoestima pateada. No se vuelven a ver.

Pasan 10 años. Ahora Gorka ha encontrado un trabajo estable y relacionado con su gusto literario: es el encargado del pasillo de libros en un Walmart. Y Sunday puso un café-teatro, que tuvo el éxito que suelen tener esos locales: quebró a los seis meses.

Lo único que vuelve a reunir a Gorka y a Sunday es un fracaso vital: cuando Sunday trataba de colgarse, la viga del techo que sujetaba la cuerda se venció. Así encontró Gorka al pobre Sunday: suicida malogrado en el suelo y con la cara llena de tirol.

No, Gorka y Sunday no aman el fracaso. Así que ha llegado la hora de hacer otra obra de teatro. Una obra de teatro sobre dos amigos que se van a España a triunfar y regresan fracasados pero se reencuentran 10 años después y se ponen a hacer una obra de teatro. A huevo, como diría Sunday, no podemos fallar. Será un éxito. Nos aplaudirán. Conquistaremos la Unidad Cultural del Bosque y luego Broadway, West End y lo que siga. Seremos estrellas del Sistema Nacional de Creadores. Seremos felices al fin.

Entran en escena Jamblet (no Hamlet) y Al. El primero es un cajero de Oxxo cuya idiotez es tan tierna y absoluta que uno quisiera hacerle un Teletón en exclusiva; el segundo es un albino bizco cuya historia familiar es un rosario de tragedias. Son los actores que Gorka y Sunday necesitan (mejor dicho: los que encontraron).

La obra tremenda y posmoderna que Gorka está escribiendo llevará por título Los insignificantes y no es un intento de lograr el éxito sino de hacerle una confesión a Sunday: Tú y yo nunca vamos a tener nunca ni el menor asomo de éxito. Tú y yo somos tan insignificantes que nuestro reflejo en la lustrosa e imponente superficie del Guggenheim de Bilbao es ridículo por contraste . (Gorka tuvo esa revelación cuando vieron por fuera el Museo Guggenheim no tenían para entrar, a duras penas tenían para comer y vio al mundo como una avalancha que se los iba a tragar). Esa lucidez sólo tiene ante la muerte o ante la derrota asumida. Y los dos amigos tendrán que encarar a ambas deidades.

Amar el fracaso como condición espiritual: todos somos, de forma y fondo, unos fracasados. Todos tenemos pequeños sueños que, como barco mal hecho, se parten en dos cuando chocan con la realidad. De eso trata para mí Más pequeños del Guggenheim, la, paradójicamente, exitosísima obra de teatro del dramaturgo Alejandro Ricaño.

También es una alabanza a la amistad verdadera; un ejercicio narrativo complejo; un homenaje al teatro del absurdo (imposible no pensar en Beckett con esos cuatro perdedores esperando algo más etéreo que al tal Godot) y una comedia convencional en la que uno se ríe de buena gana.

Ricaño, director de su propio texto, cuenta con cuatro grandes actores. Adrián Vázquez como Sunday y Austin Morgan como Gorka son dos polos opuestos: Vázquez interpreta a Sunday como el típico chaparro bravucón y homosexual de clóset; el Gorka de Morgan es un monumento al apocamiento.

Hamlet Ramírez interpreta a su tocayo Jamblet como un tonto adorable y de buen humor. Miguel Corral como Al, un personaje que siempre habla con el mismo tono y casi siempre está en la misma posición, hace de su personaje una presencia inherentemente chistosa. Algunas de las escenas más desmedidas son narradas por los personajes en una especie de aparte, de voz en off, y varias de las narraciones más chistosas funcionan gracias al albino de Corral.

El único problema de Más pequeños que el Guggenheim es el ritmo cómico, muy rápido y difícil de sostener. Se le podrían cortar algunos chistes. Sí, de verdad es posible que una comedia tenga demasiados chistes.

Una comedia sobre la derrota puede sonar deprimente, pero de Más pequeños que el Guggenheim uno sale con el espíritu elevado, como si nos hubieran hecho un peeling emocional. Adiós cinismo. Todos amemos el éxito de todos nuestros fracasos.

(Más pequeños que el Guggenheim. Teatro Helénico. Av. Revolución 1500, Guadalupe Inn. Martes, 8:30 pm. $200).

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