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Arte e Ideas

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El Nigromante ?y los hechizos de su pluma

Ignacio Ramírez fundó junto a Manuel Payno Don Simplicio, periódico reformista, político, religioso y económico.

El 23 de junio de 1818 nació en San Miguel el Grande (hoy San Miguel de Allende, Guanajuato) Juan ?Ignacio Paulino Ramírez Calzada, mejor conocido como Ignacio ?Ramírez y muy reconocido como El Nigromante. De familia librepensadora, medianamente acomodada, su padre, de ascendencia tarasca, se llamó Lino Ramírez: fue un importante miembro del Partido Liberal Federalista y ejecutor de las Leyes de Reforma de 1833. Su madre Sinforosa Calzada, de puro origen azteca, permitió que en su casa se fabricaran perdigones y pólvora y escondía en su salón de costura armas y dinero para los insurgentes. Todo ello para no mencionar lo que se supo tiempo después: en los momentos más cruentos de la revolución de Independencia había otorgado su protección a la esposa del verdadero Pípila, Juan José Martínez, y alojado a Ignacio Pérez, emisario de doña Josefa Ortiz de Domínguez, tras descubrirse la conspiración.

Con un origen tan claramente orientado a desafiar a los poderes y gobernantes que oprimían al pueblo, una mente rebelde y poderosa y muchas ganas de enterarse y estudiar, el joven Ramírez se trasladó con su familia a la capital y comenzó a vivir la ciudad. Primero siguió el curso de artes en el ?Colegio de San Gregorio, después pasó al Colegio de Abogados de la Universidad Pontificia. Cuentan sus biógrafos que como colegial era un obsesivo visitante de bibliotecas como la del Convento de San ?Francisco donde se puso a estudiar toda materia, desde las ciencias naturales hasta la literatura . Visitas de las que Altamirano anota: Después de haber entrado a eses librerías erguido y esbelto, salió de ellas ligeramente encorvado y enfermo, pero erudito y sabio . Después sería admitido en la Academia de San Juan de Letrán, y desde aquel momento comenzaría a escandalizar, maravillar y a ganarse la fama de ser un espíritu oscuro de mente luminosa.

Fue entonces que inició una vida literaria y una labor periodística constante: fundó con Manuel Payno el periódico Don Simplicio, que con adecuada jiribilla pretendía ser la mirada de los simples , pertenecer a la proscrita clase de los trabajadores y proponía ser mexicano ante todo adoptando dos modalidades: una risueña y fandanguera y otra, formal y meditabunda . Con todo ello Don Simplicio se convirtió en el estandarte de una temprana reforma política, religiosa y económica. El periódico fue clausurado en abril de 1846 pero Ramírez, desde todas las tribunas posibles, siguió exponiendo de manera clara y apasionada ideas incendiarias para la época.

Figura influyente y maestro de muchos, Ignacio Ramírez fue determinante en la formación de figuras como Guillermo Prieto e ?Ignacio Manuel Altamirano, por cierto, su primer biógrafo. Su trabajo periodístico ininterrumpido arrojó artículos de ideas reformistas, profundos ensayos, publicaciones científicas y literarias y teorías políticas y económicas, por las cuales fue encarcelado numerosas veces. La primera de ellas después de haber escrito y publicado un artículo contra el fastuoso funeral que Antonio López de Santa Anna le había dedicado a su pierna perdida en la batalla y que decía así:

No sabré nunca como el mocho traidor no puso su cabeza, en vez de la pata, frente al cañón. Al menos hubiera podido decir: murió glorificado en su intento de salvar a México. Pero prefirió vivir deshonrado, lisonjeado y aplaudido por lo más inútil de este país, que no genera más que cargas espirituales y físicas al pobre pueblo mexicano. Si es cierto que la esposa del señor Santa Anna pagó por los aplausos y lisonjas debería darle a otros para que le digan a su esposo lo indigno de su existencia, vida de uno que nació y vivió para causar pena o lástima al pueblo mexicano, que en su heroico destino no merecía a ese personaje, perpetuado en el poder para ser sólo un estorbo y no solución, pero eso sí, rodeando y posándose siempre en el estiércol, con las más bellas mariposas .

Queda muy claro el carácter temible de su pluma y lo bien que quedaba su seudónimo con su escritura. Dice el Diccionario de la Real Academia de la Lengua ?Española, con una lógica que desarma, que un nigromante es aquel que practica la nigromancia, una actividad que la religión condena. La definición de tal actividad ya no es tan oscura, aunque el significado tenga mucho que ver con el color negro; quiere decir: Práctica supersticiosa que pretende adivinar el futuro invocando a los muertos o bien Magia negra o diabólica . Sin embargo, el sentido de la palabra poco tenía que ver con la realidad y las actividades de Ignacio Ramírez, pero lo divertía mucho.

Escribe Altamirano que cuando Ignacio Ramírez ingresó a la academia tuvo que decir un discurso en público y ante varios notables, y que al finalizar aquellas cabezas cubiertas de canas y de lauros se levantaron con asombro, fijándose todas las miradas con avidez en el joven orador, que acababa de lanzar en aquel santuario de la ciencia un pensamiento que fulminaba las creencias y los dioses. La tesis de Ignacio Ramírez versaba sobre este principio: No hay Dios; los seres de la Naturaleza se sostienen por sí mismos .

El estupor fue increíble y el escándalo todavía peor, pero sus seguidores explicaron que su disertación era una teoría enteramente nueva, fundada en los principios más severos de las ciencias exactas y deducía una serie inflexible de verdades: Que la materia era indestructible, y por consiguiente eterna y que en ese sistema, podía suprimirse, por tanto, un Dios creador y conservador .

Se desató el escándalo, le llamaron de todo, se santiguaron en su presencia y muchos se apartaron; sin embargo, su espíritu liberal e ilustrado, el haber sido maestro de muchos maestros y el haber escrito tanto que no pudiera condensarse ni en 20 tomos también provocaron que se dijera usaba la sabiduría como la luz de una antorcha que, como un hechizo mágicamente lo transformaba todo. Y que por ello le llamaron El Nigromante.

El mismo Guillermo Prieto se burlaba de los detractores de Ramírez. Tanto que escribió un día: Yo para hablar de Ignacio Ramírez necesito purificar mis labios, sacudir de mi sandalia el polvo de la Musa Callejera, y levantar mi espíritu a las alturas de los que conservan vivos los esplendores de Dios, los astros y los genios .

Años más tarde, en una magnífica carta dirigida a Ignacio ?Manuel Altamirano, Ignacio Ramírez volvería sobre el tema citando un poema de Voltaire:

Yo quise ¡Oh Dios!, contemplarte

Y en mi corazón te vi;

Si tu imagen no está aquí

No existe en ninguna parte

Cuán mutilado en el arte

de los teólogos te veo

Solo llena mi deseo

la sabia naturaleza

Reflejo de tu grandeza:

porque te siento te creo.

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