Lectura 4:00 min
De cómo odié a García Márquez y eso me hizo quererlo
Me despido de ese que supo conquistarme para su grey. Es cierto lo que dijo: el periodismo es el mejor oficio del mundo. Por esa frase me inclino ante el hijo de Aracataca.
Ya les he hablado antes de Antonia. Era mi maestra de español y literatura en la secundaria. Gorda, cursi, muy dedicada. Sentimental de izquierda, los ojos le chispeaban cuando nos hablaba de guerrilleros, revoluciones y la poesía que escribían el Che Guevara y sus émulos.
Antonia estaba especialmente interesada en que leyéramos a autores latinoamericanos que ella tenía en alta estima. Lo que significaba que Antonia nos ponía a leer a los autores de los que yo huía como de la sarna. A mí denme a mis gringos, a mis rusos, a cualquiera que me hablara de un mundo distinto a este. Apenas Borges, los demás al caño.
Antonia y yo éramos enemigas.
Cada vez que ella sacaba un nuevo poema de Neruda yo hacía como que me colgaba, la lengua de fuera y todo; si ella recomendaba los cuentos de Mario Benedetti yo gritaba que mejor me hubiera muerto en el vientre de mi madre.
Debo decir que, dramatismos y antipatías adolescentes aparte, Antonia era una buena maestra. Por muy horrible que me parecieran los textos de Cortázar o las novelas de Poniatowska, Antonia sabía traerlos a la vida. Hoy todavía recuerdo cuando nos explicó la necesidad de la sorpresa en los cuentos con La muerte y otras sorpresas de Benedetti, cuentos simplones, sí, y no la mejores perlas de la cuentística en español (¿me parecieron realmente odiosos entonces? Recuerdo que algunos me gustaron) pero muy útiles para enseñar estructura literaria a unos rapaces de 13 años.
Antonia nos presentó a Gabriel García Márquez. Es casi una obviedad decirlo porque las profesoras de literatura con tendencias izquierdosas llevan a García Márquez en la bolsa. Qué digo la bolsa: en el ADN.
No me gusta García Márquez. Está mal decirlo ahorita que acaba de morir (qué conchudez la suya de morir en vacaciones), pero es la verdad. Me enerva la sangre cuando le dice Gabo gente que ni lo conoció y me molesta todavía más cuando algún descosido dice que es el mejor escritor que ha dado América Latina. De verdad que amé odiar al colombiano, llevé ese odio literario como enseña. Si me entero que alguien que conozco es fanático de Cien años de soledad, de inmediato subo la guardia.
Si eso pienso ahora, que he rebajado mi tono, imaginen lo que pensaba a los 13 años con mi furia al natural. Me negué a leer a García Márquez tirando babas y bilis, declaré que yo no celebraba a amigos de dictadores y demás tonteras oídas a algún mayor.
Antonia me mandó a casa con un reporte disciplinario y la orden de conseguir Doce cuentos peregrinos y La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada y leerlos durante los próximos meses para discutir en clase.
A punta de regaños abrí esos libros llenos de exotismos para nórdicos. Y me enganché. Sobre todo con los infortunios de la Eréndira. No he releído el libro desde entonces, pero llevo bien grabada la escena de la fila sin fin de hombres que venían a conocer a Eréndira, prostituida por su abuela, su maquillaje de starlet de cine mudo y las sábanas empapadas de sudor que había que exprimir a cada rato. Por Dios, qué bueno era García Márquez para crear imágenes.
Después que acabábamos con algún autor, Antonia nos permitía escoger alguna otra obra de su trayectoria para hacer un reporte que contaba extra. Tomé Crónica de una muerte anunciada porque estaba en mi casa. Lo leí en un día, cosa que nunca antes había hecho. Yo no lo sabía, pero estaba conociendo la cara por la que sí me cae bien el Gabo: su periodismo. Muchos años después leería sus crónicas. Cualquiera que hable sobre un ingeniero alemán que se rasura con jugo de durazno para ilustrar la desesperación de Caracas sin agua merece toda mi estima. Vivimos ahora un llamado boom de la crónica latinoamericana. García Márquez llevó la palma en ese boom (su segundo boom), enseñó el camino para todos los periodistas que buscan narrar lo verídico con los instrumentos de la ficción.
Me despido de ese García Márquez que supo conquistarme para su grey. Es cierto lo que dijo: el periodismo es el mejor oficio del mundo. Nada más por esa frase me inclino ante el hijo de Aracataca.