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12 mundos
Distintas visiones femeninas sobre ser mujer.

No es una antología de ensayos feministas. Tsunami (Sexto Piso, 2018) es la reunión de 12 mujeres reflexionando sobre sus experiencias, saberes, haceres, prácticas, aproximaciones, sobre lo que para cada una significa ser mujer, “corporal, material e ideológicamente”, citando a la compiladora Gabriela Jauregui, en el momento actual, en México.
Además de Jauregui, escriben Vivian Abenshushan, Yásnaya Elena A. Gil, Verónica Gerber Bicecci, Margo Glantz, Jimena González, Brenda Lozano, Daniela Rea, Cristina Rivera Garza, Yolanda Segura, Diana J. Torres y Sara Uribe.
El común denominador que encontré es que todas interpelan a los feminismos (aunque de modos diferentes) y, por supuesto, combaten al patriarcado. Más allá de eso, todos sus textos son distintos, ricos en su individualidad, y con transparencia. Por falta de espacio, los dividiría en tres grupos: 1: los que proponen prácticas artísticas-literarias distintas; 2: los que se basan en experiencias personales para imaginar nuevas vías, y 3: los textos de Yásnaya A. Elena Gil y Margo Glantz.
Entre las primeras (Abenshushan, Gerber, González, Lozano, Rivera Garza), destacaría el texto de esta última, el cual hace un recorrido por la obra de autoras y autores como Claudia Rankine, Rosario Castellanos, Elena Garro, Inés Arredondo, Karl Von Knausgaard o Gabriela Weiner, para hablar de propuestas literarias sobre amores distintos al amor romántico, el cual ha elogiado por ejemplo a la maternidad, pero en el cual las mujeres siempre han salido perdiendo.
«Recuerdo las palabras de Gabriela Weiner escribiéndole [una] carta a su madre para explicarle el peculiar arreglo sentimental al que ha llegado en un trío que descree fundamentalmente de los principios egoístas y mordaces del capital y me digo, ahí vamos. Otro modo de ser».
Entre las segundas (Jauregui, Rea, Segura, Torres, Uribe), imposible destacar un texto por encima del otro. Toda experiencia personales es valiosísima, y sería pedante juzgar una por encima de otra.
Jauregui habla de grupos de redes sociales donde lxs integrantxs han decidido escapar al binarismo hombre/mujer y, de paso, comunicarse con afectividades alejadas del patriarcado. “Aprovechamos espacios de reproducción tecnológica y virtualidad para seguir cuestionando la falta de espacios seguros en la vida, para seguir organizándonos en torno a los derechos a escoger y a nuestras autonomías corporales más allá de los cercos de las instituciones médico-capitalistas, para hablar de cuestiones de acoso, violación, violencias domésticas varias, sin miedo a ser retraumatizadas o amenazadas”.
Torres, quien escribe desde su convalencencia por el apuñalamiento a causa de un asalto en la Ciudad de México, propone que “dejar de naturalizar los actos violentos que nos atraviesan, dejar de entendernos desde el derrotismo y pensar en los modos de transformarnos desde el privilegio de pensar y poder hablar o escribir, podría ser un buen paso”.
Uribe comparte la estrategia que le ha permitido, en un país feminicida como México, seguir viva: haberse mantenido a la sombra, en las orillas del poder del Estado y de los hombres (tan parecidos): alejarse de la ineficiencia y la violencia de los hombres y del Estado.
Por otro lado, A. Gil plantea cómo el asumirse “mujer indígena”, marcador que trae consigo tantos significados impuestos por el Estado mexicano, ha sido a la vez su estrategia para formar parte de una comunidad en resistencia. Problematiza igual su relación con los feminismos: si fue complicado abrazarlos, se debió a que estos forman parte de otro dominio que también ha violentado a las mujeres indígenas: las mujeres blancas. Esas reflexiones la llevan a afirmar que: “Culturalmente soy mixe, políticamente, mujer indígena.”
Finalmente, Glantz, en su texto donde plantea una posible genealogía de los movimientos #MeToo, hace un recorrido que va desde los clásicos: El segundo sexo, de Simone de Beauvoir o Cuarto propio, de Virginia Woolf, hasta la violencia sexual del exdirector del FMI, Dominique Strauss-Kahn, o las violaciones sexuales que a diario comete el Ejército Mexicano. Al cabo llega al movimiento #MeToo, que inició gracias a las valientes denuncias contra el productor y acosador sexual Harvey Weinstein. Es llamativo (y polémico) que al tiempo de reconocer su importancia, Glantz sostenga, en sintonía con la feminista mexicana Marta Lamas —cuyo libro Acoso, de hecho, cita— que el movimiento fue producto de la “americanización” del mundo; es decir, que #MeToo se debió a la globalización de la cultura norteamericana que ha marcado casi cualquier aspecto de la vida en cualquier país.
La idea de Glantz parecería estar a contracorriente de las demás. Sin embargo, citando nuevamente a Jáuregui, “las mujeres de esta antología nos definimos de formas diferentes, y venimos de mundos diversos, aunque todas nos reunimos en torno a la palabra: el resultado son textos de formas distintas de cosas que nos competen a todas”. El libro cumple ese cometido.