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Opinión

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Los minerales raros y el mundo

Jorge A. Castañeda | Columna invitada

La semana pasada, mientras el mundo tenía los ojos puestos en Medio Oriente, las tensiones económicas y comerciales entre EE. UU. y China –que parecían superadas– vivieron su mayor escalada en años, detonada por una acción china.

Todo gira en torno a los minerales raros, un sector donde China domina más que casi cualquier otro. En 1992, Deng Xiaoping, artífice del milagro chino, dijo: “Oriente Medio tiene petróleo. China tiene tierras raras”. Y, como casi siempre, tenía razón.

Pero ¿qué son las tierras raras que se han vuelto tan importantes?

Estos minerales se han convertido en los elementos más críticos de la economía del siglo XXI: esenciales para vehículos eléctricos, electrónica avanzada y la industria de defensa. Es casi una certeza que para leer estas líneas, usted usa minerales raros en su teléfono o computadora. Se trata de 17 elementos metálicos –15 lantánidos más escandio e itrio– cuyas propiedades magnéticas y de luminosidad únicas los hacen indispensables para todos los aspectos de tecnología moderna, desde la miniaturización hasta la precisión.

A pesar de su nombre, no son realmente raros. Se encuentran en casi todo el mundo, pero lo escaso es su concentración económicamente viable. Hoy, la mitad de las reservas probadas se encuentran en China, 20% en Brasil, 7% en India y el resto en Australia, Rusia y EE. UU. En 2024, la producción global alcanzó 390 000 toneladas métricas, de las cuales China aportó 270 000 (70%) y EE. UU. apenas 45 000 en el segundo lugar. Más allá de la dificultad técnica, el gran problema es ambiental: producir una tonelada de tierras raras genera unas 2 000 toneladas de residuos tóxicos, consume 12 000 metros cúbicos de agua y emite entre 15 y 25 toneladas de CO2, además de una tonelada de residuos radiactivos que contienen torio y uranio.

Si China domina la minería, su poder en la refinación es aún mayor. La refinación y separación de minerales raros es uno de los procesos metalúrgicos más complejos del mundo, que puede requerir cientos de procesos químicos distintos. Más del 90% de la capacidad mundial de refinación está en China, resultado de décadas de inversión –a menudo a pérdida– en recursos, conocimiento técnico y capital humano. Ese dominio y sus costos de producción tan bajos –en parte artificiales– hacen imposible competir con ellos.

Ante esta dependencia, el gobierno chino anunció nuevas restricciones y controles a la exportación de estos minerales. La de mayor impacto exige que entidades extranjeras obtengan permisos especiales con jurisdicción extraterritorial, además de prohibir las exportaciones para la industria armamentista. Con ello, China ha puesto al mundo – y a EE. UU.– en jaque. Estos minerales no tienen sustitutos, y crear la capacidad minera y de refinación fuera de China implicaría inversiones gigantescas, años de esfuerzo y enfrentaría enormes obstáculos ambientales. Washington respondió con la amenaza de aranceles al 100% a todos los productos chinos y con mayores restricciones a la exportación de semiconductores, donde EE. UU. tiene una dominancia similar a la China en tierras raras.

Por ahora, parece que las pláticas se han retomado y que tanto EE. UU. como China optarán por recular. Pareciera que la economía global se salvó de esta. Pero esto debería recordarnos la fragilidad del equilibrio en que vivimos hoy: en este y otros aspectos, estamos a una mala decisión de presenciar un verdadero shock económico mundial.

Y, por cierto, mientras el mundo se fija en esto, nosotros seguimos viéndonos el ombligo.

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