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Opinión

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La Cultura de la Paz, Día Internacional de la Educación

La mediocridad no se imita: Honoré de Balzac

El pasado 24 de enero se conmemoró el Día Internacional de la Educación, fecha adoptada por la ONU para crear conciencia sobre la importancia de la educación en el desarrollo humano y en la construcción de un futuro sostenible. También es una oportunidad para reflexionar sobre los avances logrados, los retos pendientes, y recordar que la educación es un derecho humano, un bien público y una responsabilidad colectiva.

En ese tenor conviene reflexionar sobre el aliento a la mediocridad, fenómeno que se observa a nivel global y que se traduce, entre otras cosas, en la banalización de algunas figuras clave de los tejidos sociales. En México esta realidad se manifiesta en la destrucción de la figura del experto, la militarización de tareas civiles, la sumisión legislativa y de los poderes judiciales al Ejecutivo; la eliminación ilegal de la pluralidad política; la degradación y adoctrinación educativa, la cosificación del estudiante, la politización de la ciencia, la descalificación del periodismo y la degradación del mediador.

Parece ignorarse que la riqueza de cada nación es su pueblo y que su futuro depende de la inversión que sus gobiernos realicen a favor de niños y jóvenes en materia de educación y salud, principalmente. Esa riqueza es de importancia estratégica y un tema de seguridad nacional en cada país.

Las sociedades y los gobiernos que buscan el progreso y el desarrollo actualizan constantemente los programas y materiales educativos que se proporcionan a sus niños y jóvenes para dotarlos del conocimiento y las destrezas que los preparen para aprovechar las oportunidades en el mundo que los rodea, no para condenarlos a una perversa manipulación, obstaculizar su desarrollo personal ni hundirlos en la pobreza. También les otorgan servicios de salud suficientes y de calidad.

Entre más y mejores conocimientos tenga una persona y esté saludable podrá aprovechar y alcanzar mejores oportunidades en su beneficio, el de su familia y el de su país, además de estar protegido contra la mediocridad.

Durante los últimos seis años, a partir de la “nueva escuela mexicana”, se compromete y pone en riesgo el destino de nuestra principal riqueza que son la niñez y la juventud. Que nos encontremos entre los 37 países de la OCDE con la peor cobertura de salud y que la UNESCO y el Banco Mundial nos hayan colocado entre los países con mayor retroceso a nivel global en educación, son algunos de sus resultados.

Con motivo de la celebración del Día Internacional de la Educación, el titular de la SEP declaró que “La educación…es la llave para otros derechos, como la cultura, la salud, el trabajo y el bienestar… y que los sueños se construyen en las escuelas...” Lamentablemente la “nueva escuela mexicana” no contribuye a la construcción de sueños, sino de pesadillas, al pervertir y depauperar los objetivos que debe perseguir la educación.

La educación, en todos sus niveles, ha de sustentarse en los cuatro pilares del saber, que son: aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a ser y aprender a vivir juntos. Además, conviene adoptar la idea de adoptar un quinto pilar: aprender a emprender.

La “nueva escuela mexicana” tiene como propósito transformar la escuela pública en centros de adoctrinamiento y pretende hacer creer a niños y jóvenes que la pobreza es una virtud como si se les quisiera convencer de que ellos no merecen esperar ni aspirar a la excelencia ni al bienestar y para programarlos para una vida miserable y mediocre.

Debe cancelarse la pretensión de enseñar qué pensar, en vez de enseñar a pensar y de estimular la imaginación y la creatividad. Nadie tiene derecho a secuestrar el futuro de México.

De persistir la “nueva escuela mexicana” pronto estaremos en el cabús del desarrollo en el mundo y nos dirigiremos al fracaso educativo de las nuevas generaciones.

De las escuelas públicas egresarán niños y jóvenes sin oficio ni beneficio y, por lo tanto, estarán condenados a la pobreza y a la mediocridad eternas. Respecto de la educación superior, en un claro desequilibrio, se regatean los recursos a las universidades públicas mientras se priorizan las “universidades del bienestar”. Estas últimas, envueltas en una serie de irregularidades, ponen en duda su capacidad para ofrecer una formación de calidad y para contribuir al progreso social de sus estudiantes. De ello resultará una deficiente preparación que imposibilitará su incorporación al mercado laboral, sobre todo ante la creciente competencia, automatización y mayor complejidad de los procesos productivos, así como de la aplicación de la inteligencia artificial.

La mayor desventaja que se puede tener en la vida es una mala educación, por ello debemos evitar que se establezca la mediocridad como parámetro de medida.

Otra vía de fomento a la mediocridad es la indiscriminada y peligrosa política pública de dádivas a personas en edad productiva que tiene como verdadero propósito la compra de voluntades y que distorsiona al aparato productivo.

En muchas familias beneficiarias ya nadie trabaja ni desea trabajar sino sólo vivir de las dádivas gubernamentales que estimulan el deseo de vivir sin trabajar ni estudiar. Así se cancela la iniciativa propia, el interés por adquirir una buena educación y el afán de progresar o de seguir adelante por esfuerzo propio, además de propiciar la mediocridad y fomentar la pasividad y la apatía. Las nuevas becas a estudiantes de secundaria y preparatoria que no exigen asistencia ni calificaciones mínimas, obviamente tienen como propósito la compra de votos, no el estímulo estudiantil.

Es urgente e indispensable restaurar la educación y diseñar y adoptar una estrategia económica en favor de los más vulnerables para que puedan disfrutar de la dignidad a través del trabajo. Sólo así podrán salir millones de personas de su estado de pobreza y se recuperará su legítima ambición de generar riqueza y bienestar personal y para sus familias. Debe recordarse que, para una efectiva redistribución de la riqueza, lo primero es crearla.

Las instituciones responsables de la socialización: la familia, la escuela y la comunidad, tienen el compromiso de propiciar el desarrollo y de salvarnos de la mediocridad.

*El autor es abogado, negociador y mediador.

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