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Opinión

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Constelaciones juveniles en tránsito: identidades hipermediales en un país de tensiones sociales e IA

Jorge Alberto Hidalgo Toledo | Columna invitada

México se está convirtiendo en una nación con características urbanas y grandes tensiones sociales. Particularmente en este momento se cuenta con un bono poblacional marcadamente juvenil pero que poco a poco tiende a envejecer, lo que nos llevará a tener próximamente un país de adultos.

En ese contexto se está dando un incremento de los niveles educativos y un mayor acceso a herramientas tecnológicas para adscribirse a la Sociedad de la Información, la participación y la denominada Cuarta Revolución Industrial. Educación, ocio y urbanización tienen una gran relación con acceso a las tecnologías de información y comunicación, e Inteligencia Artificial.

En este gran cambio estructural también se incrementaron los espacios habitacionales, descendió el número de ocupantes por viviendas pero aumentó el equipamiento electrodoméstico; particularmente aumentó la posesión de bienes comunicaciones en el hogar mexicano. Este cambio, reconfiguró los hábitos de consumo mediático e hipermediático. Los tipos de receptores y las formas de recepción son totalmente diferentes a lo que conocíamos hace algunos años.

Las prácticas y procesos comunicativos han cambiado. Se pasó del consumo pasivo a un consumo activo. Hoy las audiencias (desde la generación Baby boomers hasta la Alpha) están estableciendo compromisos más profundos con los medios y las interfaces tecnológicas. De acuerdo a los distintos estudios de consumo de medios e hipermedios, se ha democratizado parcialmente el acceso a los mismos, ya cada vez más sectores de la población tienen la posibilidad de participar de la lógica mediática e incorporar en sus vidas en modo profundo las tecnologías de información, comunicación y participación social

Cartografías en mutación: la nación urbana y el despertar de los hipermedios

En este país en tránsito, donde la modernización urbana avanza con el ritmo de un organismo que se expande y reconfigura, las tecnologías se han vuelto la epidermis invisible que cubre los modos de vida. La vivienda, cada vez más reducida, cada vez más equipada, es ahora un microecosistema digital donde convergen pantallas, señales, imaginarios, consumos y nuevas ritualidades mediáticas. El hogar se ha convertido en una cápsula interconectada que sincroniza espacios de socialización, ocio y formación, haciendo del acceso digital una extensión constitutiva del habitar contemporáneo.

La juventud, en este horizonte, se vuelve un vector privilegiado de transformación. Como señalara Jesús Martín-Barbero, los desplazamientos culturales no se explican nunca por tecnología sola, sino por la reconfiguración de la vida cotidiana que ellas posibilitan. Y en México, el joven se ha transformado en ese “sujeto bisagra” que articula la aceleración del cambio con la resignificación de la vida social.

Su relación con los hipermedios deja de ser un gesto instrumental para convertirse en un acto ontológico: ser es estar en red; existir es circular por los dispositivos; narrar la propia vida es hacerlo en constelaciones hipermediales donde cada fragmento visual o textual opera como coordenada simbólica.

Desde esta perspectiva, la expansión urbana, el bono demográfico y la masificación tecnológica se articulan como tres capas geológicas de un mismo proceso civilizatorio: el surgimiento de una sociedad mediada en todos sus pliegues, donde la identidad se vuelve dinámica, mutable y profundamente situada en las prácticas de consumo, producción y circulación de significados.

Jóvenes en modo hipertexto: identidades que se narran, se negocian, se performan

El paso del consumo pasivo al consumo activo no describe únicamente un cambio de hábitos mediáticos: supone, como diría Stuart Hall, un desplazamiento en la construcción misma del sujeto. La identidad deja de ser un atributo para convertirse en un proceso, una obra abierta en permanente reescritura.

Las juventudes mexicanas, insertas en una ecología hipermediática, se han apropiado de los medios como dispositivos expresivos, como repertorios simbólicos y como territorios de pertenencia. En ellos proyectan sus búsquedas, sus vínculos, sus deseos de visibilidad, sus aspiraciones y su necesidad de reconocimiento mutuo. En ellos construyen su “yo público”, un yo que emerge del encuentro, y del conflicto, entre las narrativas personales y los códigos de la cultura popular.

Estas prácticas no son simples conductas de uso: son elaboraciones simbólicas que permiten ordenar el mundo, darle densidad emocional, trazar fronteras y alianzas. El hipermedio actúa como un territorio de significación permanente. Allí operan agencias, performatividades y negociaciones que no solo redefinen la identidad individual, sino también la identidad generacional.

Las juventudes consumen, pero también se consumen a sí mismas en el proceso; producen significaciones, pero también son producidas por ellas. Navegan un flujo que simultáneamente les amplifica y les fragmenta, les potencia y les desnuda. Su subjetividad se convierte en interfaz: un nodo donde circulan discursos, imágenes, memorias, dolores, aspiraciones y luchas simbólicas.

Hipermediatización y cultura: la tríada que sostiene la vida social

Los medios, en su condición de infraestructuras simbólicas, se han vuelto el dispositivo que soporta la vida social. No son un entorno más: son el entramado sobre el cual reposan las interacciones, las prácticas, los imaginarios y las posibilidades de articulación comunitaria. Como sostiene Sonia Livingstone, los medios constituyen la subestructura que sostiene todas las estructuras sociales.

Por ello, cuando los jóvenes incrustan en los hipermedios sus narrativas, están modulando el tejido mismo de la cultura. El consumo se convierte en acto identitario; la cultura popular opera como un repertorio simbólico; la identidad funge como un campo de batalla semiótico donde se negocia el ser con otros.

La dialéctica medios-cultura-identidad no es un marco analítico: es el sistema operativo de la vida cotidiana en la hiper y metamodernidad. Allí donde antes la identidad se formaba en instituciones estables (familia, escuela, comunidad), hoy se articula en territorios mediáticos, rizomáticos, transnacionales, líquidos y en la nube. Zygmunt Bauman habría visto en este proceso el surgimiento de una identidad nómada, deseosa de nuevas figuraciones, pero también expuesta a nuevas vulnerabilidades.

Cada interacción, cada meme, cada playlist, cada selfie, cada stream es un acto performativo que reconfigura el mapa afectivo, político y cultural de las juventudes, como lo dejaron ver últimamente algunos miembros de la Generación Z. Las pantallas son ahora espejos, pero también oráculos, ventanas y umbrales. Las plataformas son templos donde se rinde culto al yo y a la comunidad; son también territorios donde se disputan hegemonías simbólicas que moldean el proyecto de país.

Entre la expansión digital y la condición humana: el umbral donde se redefine México

En esta nación que envejece mientras su juventud se digitaliza, la pregunta no es únicamente qué consumen los jóvenes, sino qué mundos construyen mientras consumen; qué vínculos erigen; qué ideologías sedimentan; qué futuros imaginan; qué heridas cargan; qué sentido fabrican.

La hipermediatización no solo ha transformado los hábitos: ha modificado la textura ontológica de lo real. La realidad se ha vuelto una trama de capas superpuestas: lo presencial, lo digital, lo espectral, lo aspiracional. México, desde sus ciudades expandidas hasta sus territorios invisibles, se reconfigura mediante la circulación simbólica que los propios jóvenes producen.

Los hipermedios no son el fin: son la atmósfera donde respiran los nuevos sujetos sociales. Y su respiración marca la pauta de la cultura, de la democracia, de la economía y de la ética del porvenir.

Los territorios del ciberespacio son la producción, el uso de las nuevas tecnologías, las comunidades mediadas por computadoras, teléfonos celulares y aplicaciones de Inteligencia Artificial, los estudios de la cultura popular en la ciencia y la tecnología, el crecimiento y el desarrollo cualitativo de la comunicación humana mediada por dispositivos e interfaces y la economía política de la cibercultura.

En este territorio en expansión, México observa cómo su juventud se convierte en el pulso del porvenir. Allí, donde cada like es una afirmación, cada video una búsqueda y cada silencio un grito soterrado, se juega la posibilidad de un nuevo pacto cultural. Uno en el que la identidad no sea una carga, sino una constelación abierta en movimiento; un gesto de resistencia frente a la saturación y un acto de creación frente a la inercia. Un país que se atreva a mirar a sus jóvenes no como consumidores, sino como arquitectos de sentido. Y quizá la única pregunta que queda en el aire sea ésta: ¿estaremos a la altura del mundo que ellos ya comenzaron a construir?

Doctor en Comunicación Aplicada por la Universidad Anáhuac; miembro del Sistema Nacional de Investigadores Nivel 1. Expresidente de la Asociación Mexicana de Investigadores de la Comunicación, AMIC y del Consejo Nacional para la Enseñanza e Investigación de las Ciencias de la Comunicación, CONEICC. Investigador en temas de Cultura digital e Inteligencia Artificial. Actualmente es Coordinador General del Human & Nonhuman Communication Lab de la Facultad de Comunicación en la Universidad Anáhuac México.

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