Lectura 3:00 min
Tragedia en Valle de Bravo
Hace algunos días, en el lago de Valle de Bravo, ocurrió un percance náutico que costó la vida a seis turistas que disfrutaban de un paseo de fin de semana.
El 17 de septiembre fue un día soleado, pero había oleaje considerado fuerte para las condiciones usuales del lugar. Esto y la estela que dejaron al parecer dos lanchas rápidas que pasaron muy cerca de una embarcación de paseo, posiblemente con sobrecarga, provocaron la volcadura, desatando así los trágicos acontecimientos.
Quienes hemos tenido la fortuna de disfrutar y practicar las actividades náuticas en la Presa Miguel Alemán, nombre oficial del sitio, sabemos de los riesgos y tenemos respeto por lo que parece ser un tranquilo lago, en el cual aun cuando no son frecuentes, han ocurrido desde hace años percances trágicos.
En el incidente de cuenta, algunas autoridades se precipitaron a decir que, por tratarse de un accidente, no había responsables. Como el suceso fue un accidente, no hay responsables. Si a Cristo lo hubieran crucificado en México, el parte oficial habría resuelto seguramente que fue un suicidio, dicho sea con todo respeto.
No puede admitirse que en un hecho donde concurrieron conductas humanas y perdieron la vida seis personas no encontremos algún grado de culpabilidad.
Los hechos podrían analizarse en la forma siguiente:
a) Una lancha navegando con sobrecupo. b) Aparentemente, algunos pasajeros no utilizaban chaleco salvavidas. c) Dos lanchas rápidas que, con imprudencia, pasan a corta distancia de la embarcación turística. d) Una autoridad portuaria que no tiene matriculadas a las lanchas rápidas y permite la navegación de las mismas.
De lo anterior podemos concluir que debe ser analizada la responsabilidad del tripulante de la embarcación turística, de los tripulantes de las lanchas rápidas y de la autoridad portuaria. Todos los probables responsables pueden ser localizados y ubicados, incluidos, por supuesto, los tripulantes de las lanchas rápidas, mediante una investigación relativamente sencilla.
Como hemos comentado, aun cuando fue un accidente, puede haber responsables y deben encontrarlos. En el fondo de todo parece, como siempre, normatividad insuficiente y negligencia.
Debe provocarse, por lo pronto, la expedición de un reglamento que obligue a cualquier ciudadano que pretenda conducir una embarcación de motor, a tomar un curso de por lo menos ocho horas, en el que se le instruya sobre los rudimentos de la navegación y los riesgos y efectos que se provocan en el curso de la misma.
Esto obligaría a cualquier dueño de embarcación de recreo a contar con una licencia, una instrucción mínima y a tener matriculada y en condiciones de navegabilidad su embarcación. No estamos inventando el hilo negro: en la mayoría de los países son requisitos imprescindibles para utilizar una embarcación recreativa. En nuestros lagos, ríos y mares cualquiera se puede subir a una lancha de motor y manejarla sin restricción. En aguas solitarias y abiertas esto, normalmente, no provoca incidentes, pero en aguas confinadas y sobrepobladas, como Valle de Bravo, la impericia e imprudencia pueden provocar tragedias.
No hablo, por cierto, desde la barrera. Ahí, modestamente, 7,000 millas náuticas navegadas a vela y 40 años de estar en Valle de Bravo me dan tela para opinar.