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Opinión

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Tigre, tigrillo, tigrucho

Tiger Woods era demasiado bueno para ser cierto. El Tigre puede caminar en el agua , titulaba Businessweek en un artículo de septiembre del 2008.

Había hecho el milagro de convertir el golf en un deporte popular y eso le valió ser el primer atleta en amasar una fortuna de 1,000 millones de dólares. Era el deportista más poderoso del mundo y cada año ganaba 100 millones de dólares por ingresos publicitarios.

Era perfecto en el campo de golf y parecía casi perfecto en su vida personal… hasta que se rompió el embrujo. El principio del fin parecía poca cosa: Tiger Woods tuvo un accidente automovilístico, cerca de su casa en Florida. Esta noticia cedió su lugar a un trascendido sobre un pleito doméstico por amoríos extramaritales. La bomba cayó en racimo. El Tigre había tenido 13 amantes, entre ellas strippers, damas de sociedad y famosas.

Go ahead, be a Tiger decía la campaña de la consultora Accenture. Era un excelente eslogan, que luego se volvió ridículo. Accenture había construido una parte de su imagen corporativa en torno de El Tigre. Es fácil entender por qué tomó la decisión de romper con él: se había convertido en un tigrucho.

Una encuesta de Los Angeles Times revela que 64% de los consultados había perdido el respeto por el héroe del golf. El índice Davie Brown, que mide los atributos de las celebridades, registra una caída en picada de El Tigre. Se desplomó el número de personas que quieren ser como él, lo mismo que su influencia y atractivo mercadológico.

La publicidad hace a las celebridades… y las destruye, decía el pensador Daniel Boorstin en 1961. Su voz sigue proyectando sabiduría medio siglo después, aunque hay un matiz: los medios son mucho más poderosos ahora, cuando se trata de crear una celebridad y en el momento de destruirla.

Los medios masivos han hecho un seguimiento puntual del desbarranque de El Tigre, pero el mayor daño a su reputación viene de la cobertura de sitios no tradicionales, como Pérez Hilton, Hollywood Tuna y The Superficial.

Estos medios han hecho ceviche de tigrillo. Despliegan galerías de sus amantes, en poses que van del soft porno al hard core. Las contraponen con fotos de su guapa esposa, sin maquillaje y alterada o abatida.

La estrategia de comunicación de Tiger fue un desastre, sentencia Advertising Age, una de las publicaciones más importantes del mundo del marketing. Fue naif al pensar que podría controlar la situación con medias verdades. Arrogante, al no contratar a un profesional en manejo de crisis.

Tiene razón Ad Age, pero quizá menosprecia el tamaño del reto: una vez que se abrió la puerta del lado oscuro del campeón Woods, era casi imposible evitar el saqueo. Su vida privada era un botín lleno de tesoros ocultos, ¿qué sigue?

Las multitudes han descubierto el placer de ver la desgracia de las celebridades. Britney Spears a rapa; Lindsay Lohan en drogas o El Tigre en desgracia son carnada para la turba. Las multitudes ya probaron el sabor del cebiche de tigrillo y quieren más.

¿Podrá volver El Tigre?, se preguntan los expertos. Nunca será el mismo, contestan. Podría reconciliarse con Elin, conseguirse otra novia o reinventarse como playboy, ironiza The Economist. Los estadounidenses aman las historias de redención, pero hay límites. Es imposible que vuelva a tener una admiración de 90% ni a ser el símbolo de la perfección en el campo de golf.

Podrá ganar otro Major y otras decenas de millones, pero nadie volverá a afirmar que camina en el agua.

lmgonzalez@eleconomista.com.mx

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