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Opinión

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Los cárteles de empresas en épocas de guerra

En épocas de guerra todo se trastabillea, y la presente invasión a Ucrania por Rusia no tiene por qué ser la excepción. Hay inclusive un término, “economía de guerra” que manifiesta las particularidades que la guerra incorpora a una economía. Una de ellas tiene que ver en la competencia económica.

La pandemia ya implicó una cierta flexibilización de las normas de competencia, al favorecer los acuerdos de cooperación con cierta independencia de los efectos sobre la concurrencia de ciertos proyectos para el diseño e implementación de vacunas, dada la rapidez con la que debían conseguirse. De hecho, no es extraño, el Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea establece la posibilidad de limitar la competencia en los acuerdos si es en aras del progreso económico, no desaparece plenamente la competencia y los consumidores tienen una participación equivalente en las ganancias que transmite un acuerdo (art. 102, sección 3). En el derecho norteamericano existe desde hace muchos precedentes judiciales la regla de razón para analizar caso por caso la posible ilegalidad de una práctica contraria al derecho antitrust.

En épocas de guerra, si nos atenemos a la experiencia de la II Guerra Mundial y al New Deal de Roosevelt que lo precedió, hubo flexibilidad en las normas de competencia para favorecer la creación de cárteles, legislación que luego fue declarada inconstitucional por la Suprema Corte de Estados Unidos. En Alemania e Italia proliferó la economía industrial a través de cárteles, que constituyen acuerdos entre competidores sobre la producción. En el caso alemán, los cárteles eran, además, parte de las convicciones económicas del nacionalsocialismo, y cabe añadir que la economía alemana tuvo un crecimiento económico con el nazismo previo a la guerra mundial de manera sustancial que lo alejó rápidamente de las huellas de la Gran Depresión y le dio la posibilidad de financiar la guerra.

Aunque no de manera expresa, en la II Guerra Mundial, la economía norteamericana como economía de guerra favoreció la creación de tales cárteles, aunque más bien de manera velada e implícita, lo que le ayudó a convertirse en la Primera potencia económica del mundo. Estados Unidos, desembarcado en Normandía, presionó para que los países aliados adoptasen políticas anticártel en el Tratado de Roma y sus legislaciones internas correspondientes (como la moderna Ley de Competencia alemana de 1957). Ello no constituyó un óbice para lograr la recuperación económica más rápida después de un conflicto armado de la naturaleza de la II Guerra Mundial.

Con la guerra de Ucrania se vuelven a dar los posibles presupuestos en el funcionamiento de los Estados para una economía de guerra. Habrá que ver cómo evoluciona la economía rusa a medida que avanza la guerra a ver si Putin la vuelve cartelizada. Si otros países se vieran envueltos además de Ucrania en la pelea no debería extrañarnos el surgimiento de este fenómeno a medida que las economías de mercado se van transformando en economías de guerra. El problema con la cartelización de la economía -amén de que pueda hacer ésta más competitiva- es que constituye el caldo de cultivo para el advenimiento de gobiernos populistas o tiranos, que de por sí ya abundan en el mundo.

La cartelización debería utilizarse sólo en casos de la industria relacionadas con el conflicto bélico y de manera excepcional. Sería muy peligroso que con motivo de la pelea las principales transnacionales se fueran poniendo de acuerdo en precios, licitaciones, producción o mercados entre las grandes empresas. Sería el pretexto adecuado para subidas de precios más elevadas en perjuicio de los consumidores, que de por sí ya tienen el bolsillo muy gastado -en el mejor de los casos si no se van a la ruina, a la deportación o se vuelven refugiados, a medida que vaya avanzando el conflicto bélico-.

Lo que queda claro es que en una guerra todos pierden, porque la demanda agregada que se crea con las necesidades de seguridad nacional, se destruye al momento de los enfrentamientos, sin contar la gran cantidad de infraestructuras que se destruyen y que es necesario reparar una vez que termine el conflicto armado, lo que ya le está empezando a pasar a Ucrania y podría trasladarse fácilmente a otros países a medida que la guerra se extienda y los países involucrados aumenten. Una guerra nunca es buena para la economía, ni siquiera para el país vencedor.

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