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La polarización debilita a la política: caso Cataluña
La víctima de los primeros 20 años de siglo es la pasión por la razón.
Es una tarea compleja evitar la conclusión de una conversación sobre el procés catalán sin la existencia del desbordamiento de cauces radicales. Tengo un par de ejemplos de dos buenos amigos que recientemente me han reclamado por mis comentarios, artículos y entrevistas sobre el proceso independentista, y en efecto, ambos están en los extremos (a favor de la independencia y en contra).
Carles Marc i Cosials vive en Barcelona. Lo conocí durante las Olimpiadas de 1992. Carles es abogado y un personaje brillante con una conversación enriquecedora. Tiene estudios de posgrado sobre la cultura de la paz. Es un activista del procés y, por tanto, desea la independencia a través del voto. El 1-O conversé con él en Barcelona; también lo hice con políticos que estaban a favor y en contra del referéndum, por ejemplo, Ernest Maragall (Esquerra Republicana de Catalunya) y Susana Beltrán (Ciudadanos).
El 1 de octubre de 2017 era el día esperado para millones de catalanes que deseaban salir a votar. Otros pensaban lo contrario, era la culminación de una serie de violaciones a la Constitución española orquestadas desde el Parlamento catalán.
El otro amigo es español y vive en México. Lo llamaré “X”, desea el anonimato. “X” apela a la Constitución cada vez que tocamos el tema del procés. Profesional y, al igual que Carles, es un personaje brillante con quien da gusto intercambiar tapas, patatas bravas y algunas cañas, pero, sobre todo, puntos de vista sobre la actualidad política.
Carles no consulta los medios de comunicación de Madrid. Los considera peones del Ibex 35 y, lo peor, anticatalanes.
“X” no lee en catalán y no le interesa escuchar Catalunya Radio o medios afines a los círculos independentistas.
Carles cree que la inhabilitación de Quim Torra como presidente de Cataluña forma parte de la ruta de navegación del Estado español. “X” asegura que Mariano Rajoy nada tiene que ver con la inhabilitación. Y en efecto, nada tiene que ver. Torra violó la ley electoral y sabía a lo que se atenía. Pero el entorno político en Cataluña, particularmente desde 2012, cuando el Tribunal Constitucional rechazó una parte importante de la reforma del Estatuto que había sido aprobado por las Cortes españolas, el Parlamento catalán y en las calles de Cataluña, el ambiente político entró en franca descomposición, y quien es copartícipe directo del ambiente sí es Mariano Rajoy, pues ocupando la presidencia del Partido Popular realizó una gira por el país para promocionar la inconstitucionalidad del estatuto catalán.
Artur Mas también es corresponsable de la crisis política. Dinamitó la formación política Convergència i Unió y negoció con la izquierda radical de la Candidatura de Unión Popular (CUP) para ir juntos al referéndum inconstitucional del 1-O. El partido de los empresarios unido a los radicales de izquierda. Escenario inimaginable, pero ocurrió.
Judicializar la política revela impotencia de negociación entre políticos. “X” apela a la Constitución y tiene razón, pero Carles también la tiene cuando analiza política comparada, y menciona el derecho a votar en Quebec, Escocia, y en particular, el derecho a la autodeterminación.
Ambas posturas defienden sus conclusiones sin deseo de analizar las razones del origen del problema. En 2004, menos del 15% de los catalanes deseaban la independencia.
El porcentaje fue creciendo mientras ocurría el choque entre los gobiernos de Artur Mas y Mariano Rajoy por motivo de la reforma del Estatuto. Es evidente. El porcentaje creció hacia 2017 hasta dividir a la población catalana.
La polarización debilita a la política.
Carles y “X” no muestran intenciones de comprender lo que defiende el otro. Sus opiniones nunca cambiarán.
Lo peor que le puede ocurrir a la política es hacerla desde la polarización.