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Opinión

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El estorbo: la democracia

La sacudida que generó la elección del 2 de junio ha obligado a la reflexión profunda y, no sólo, al triunfalismo o al derrotismo, en muchas y respetables mentes dedicadas a estos menesteres.

Una de los primeros asombros, es lo eficaz que fuimos en construir instituciones confiables, para acceder al poder, pero lo poco que hicimos en la construcción de un sistema institucional más robusto y que ofreciera respuestas a la población y en particular a los más pobres y los más necesitados de apoyos para vencer o mejorar su condición socioeconómica. De ello surge un muy bajo aprecio por la democracia, salvo en ciertos sectores y una urgencia por el discurso simplista y las ayudas universales que al gobierno actual, tan buenos resultados le dieron, no única o necesariamente en la construcción de una clientela electoral, sino en la percepción de que este gobierno algo entregaba cada mes. Su éxito electoral bien puede deberse a ello.

Como lo ha dicho en su último libro Francisco Valdez: “Poderosas voluntades proponen dejar de lado, por estorbosas, las dificultades procedimentales e institucionales de la democracia para experimentar atajos que llevarían a una rápida mejora de los males percibidos según la dudosa ecuación de menos democracia = mayor eficiencia” (Valdés Ugalde, Francisco. Ensayo para después del naufragio: Prólogo de Roger Bartra. DEBATE).

Un segundo asunto que ha aflorado, se enfoca en qué deberá consistir el futuro del país. No es lo mismo construir un gobierno eficiente que dé resultados en todos los ámbitos de manera inmediata y, sobre todo para ciertos sectores, que imaginarse un país con instituciones que en el mediano y largo plazo ofrezca alternativas y construya a la par una relación que le permita a México mantener sus alianzas estratégicas con el mundo y dé certeza a inversionistas y el desarrollo capitalista del país.

Ese dilema nos domina y las consecuencias son enormes significativas. Primeramente, esas dos visiones generarán un conflicto al interior de Morena, que depende de su viabilidad, no en instituciones y una cultura de continuidad en el largo plazo, sino de la voluntad y pegamento que le ofrece un solo hombre. Y de ello una crisis permanente sobre quien es el que manda al interior de ese movimiento o incluso dentro del gobierno. No es que a la virtual presidenta no se le vaya a hacer caso u a obedecer, el problema es que las biografías personales de cada uno de sus miembros dependerán de la relación y lealtad que se llegase a tener con quien tiene al movimiento en sus manos: AMLO.

Derivado de lo anterior, enfrentaremos una pregunta obligada: ¿Queremos ser como el modelo Chino de capitalismo con control estatal? O ¿queremos ser más parecidos a nuestras contrapartes de América del Norte o europeos? Recurro de nuevo a Valdez: “En los extremos opuestos que comparten esta ruta se agrupan la defensa ultramontana del statu quo económico y social y los que quisieran destruirlo para inaugurar velozmente un orden por completo diferente. Los resultados son catastróficos: los atajos buscados desde ambos polos autoritarios conducen a la exacerbación de los problemas que quieren resolver, pues concentran aún más el poder y aumentan las incapacidades para dar solución a los males que los legitiman. La centralización, la exclusión, el refugio en el nacionalismo o la autarquía son formas inevitablemente transitorias ante el problema de fondo: responder a la expectativa de mayor autonomía y mayor poder de las personas y los grupos que se expresa en vastos movimientos de reclamo y en el aumento irreductible de la diversidad de las aspiraciones y las capacidades humanas en un curso de globalización cuyas raíces científico-técnicas la hacen imparable”. Nada más, pero nada menos, también.

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Ensayista e interesado en temas legales y de justicia. actualmente profesor de la facultad de derecho de la UNAM.

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