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La épica de Stonewall
Se cumple un ciclo mitológico en la historia del movimiento gay.
El domingo pasado se cumplieron 46 años de los motines del Hotel Stonewall, en Nueva York.
Si no conocen la historia, se las cuento.
Corría el año de 1969. La liberación sexual era el asunto preponderante entre los jóvenes, pero de ese néctar de libertad solo abrevaban los heterosexuales. En general los homosexuales estadounidenses seguían enclosetados a piedra y lodo.
Vamos a Nueva York, una de las ciudades históricamente más liberales y diversas del mundo. Bueno, no era así en el 69. La policía seguía haciendo redadas en clubes de fama gay y maltratando a los travestis y hombres que practicaban la prostitución. En aquel tiempo ser homosexual y libre sólo se podía entender formando parte de la Factory de Andy Warhol.
Pero me desvío. En 1969 había pocos lugares en toda la ciudad que atendieran de manera más o menos abierta a la clientela homosexual. Existía el Hotel Stonewall, un local de baja estofa que pertenecía a un grupo local de mafiosos italoamericanos.
La del 28 de junio parecía ser una noche cualquiera. Como era así, a la policía se le ocurrió hacer lo de costumbre: caerles de redada. Total, quién se va a quejar de detener y golpear a unos cuantos maricas.
Pero esa vez las cosas fueron de otra forma. Los clientes del Stonewall formaron una muralla en contra de los policías. No se dejaron. Hubo disturbios en todo el Greenwich Village, el barrio alternativo de Nueva York donde los gays y lesbianas tenían cierto respiro.
El enfrentamiento entre los parroquianos del hotel y la policía se prolongaron varios días. El verdadero gran triunfo fue la sensación entre los gays, transgéneros, travestis y lesbianas de que pertenecían a una comunidad que tenía, estaba obligada, a luchar por sus derechos. En el motín del Stonewall nació el movimiento de la diversidad sexual, la LGBTTI y todas las variantes sexuales que quepan en esas siglas.
El desfile del orgullo gay (o el Pride Day, como también se le conoce) se celebra siempre alrededor del 28 de junio para recordar a aquellos bravos que alzaron el puño ante la injusticia. Ese día dejaron de ser víctimas y comenzó una largo camino hacia el reconocimiento pleno del derecho a amar a quien se quiera. Que digo amar: de cogerse a quien se quiera, siempre y cuando sea sexo consensual. Y que eso no tiene por qué significar infamia, ni convierte a nadie en un freak.
En la obra de teatro Un corazón normal se habla de los motines del Stonewall. Los reconocen como un punto de quiebre de la historia, pero también un momento en el que la comunidad gay decidió sembrar su identidad en la pura libertad sexual, que después devino en promiscuidad muy al estilo romano. Con la llegada del sida, otro quiebre en la historia del LGBTTI, habrían consecuencias terribles para ese sexo de todos contra todos. Hasta la llegada del sexo seguro el movimiento de la diversidad sexual alcanzaría una nueva mayoría de edad.
Bueno, ¿y a qué viene a cuento Stonewall en mi Garage? Con los fallos de la Suprema Corte de México y de Estados Unidos, con pocos días de diferencia (¡pero México primero!), a favor de extender el reconocimiento del matrimonio a las parejas del mismo sexo, esta columna quiere saludar con harto gusto a toda la comunidad gay. Qué sería del arte sin los Óscar Wilde, los Federico García Lorca, las Gertrude Stein, las Virginia Woolf.
Por supuesto, en este asunto hay posturas encontradas. Hay quien piensa que los derechos sexuales van mucho más allá de tener permiso para casarse y adoptar el estilo de vida heteronormativo (o sea, copiarles el estilo de vida a los heterosexuales, con la esposa, los hijos y el perro, nada más que en versión gay). No les faltará razón, pero yo no quiero dejar de celebrar el hecho de que, a 46 años de Stonewall, un ciclo mitológico en la historia del movimiento de la diversidad sexual se cumple. Ya estamos más cerca de lo civilizado.