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La desdicha del primer ser humano en la Luna
La cinta de Damien Chazelle, protagonizada por Ryan Gosling, aborda el duelo que Neil Armstrong enfrentó al mismo tiempo que se aproximaba a convertirse en un héroe.
A partir de que el comandante del Apolo 11, Neil Armstrong, puso un pie sobre el Mar de la Tranquilidad en la superficie lunar aquel 20 de julio de 1969, todo lo que hizo, pero más que eso, todo lo que enunció, quedó perpetuado en la historia de la humanidad y más aún en la memoria ilustre de los Estados Unidos.
Su nombre fue relativo de la heroicidad. La transmisión en vivo desde el exterior del Módulo Lunar fue vista en todo el mundo. Se le escuchó decir esa rememorada frase sobre el gran salto que daba la humanidad a partir de su pequeño desplante desde la escalera de descenso, que, por cierto, quedaba un poco más corta de lo que se había calculado, hasta ese terreno que, de acuerdo con lo que describió al centro de control en Houston, tenía una consistencia parecida al talco.
Poco se sabe que detrás de ese héroe había un hombre en duelo que muchas veces lo relegaba a un estado taciturno y que durante los años que tomó parte de las diversas misiones y pruebas del proyecto de la conquista lunar, también intimó con la pérdida, y que su misión espacial fue el colofón de un viaje mucho más íntimo, demandante y determinante.
Esa es la historia que el director Damien Chazelle (La La Land, 2016) y el guionista Josh Singer (Spotlight, 2015), quisieron desarrollar en la cinta protagonizada por Ryan Gosling, El primer hombre en la Luna (First Man), que este fin de semana se proyectó por primera vez en México en el marco del Festival Internacional de Cine de Morelia, y que ya se ha posicionado como una de las cintas favoritas para contender por varios Oscar en los próximos premios de la Academia.
Un viaje más largo
La historia comienza en junio de 1961 con el fallecimiento de la pequeña Karen, la hija de dos años de Neil y Janet Armstrong; un vértigo de la vida que el entonces piloto de pruebas no había enfrentado ni en sus días más difíciles y que quizás fue un motivo para llevarlo a inscribirse en el Programa Gemini de la NASA, que ocho años después lo llevó a enrolarse en la misión que lo llevaría a la Luna.
En esos años de demandantes pruebas físicas, las más difíciles fueron siempre las emocionales. Ahí mismo el personaje dramatizado de Armstrong tuvo que lidiar con la muerte de varios de sus compañeros de proyecto cuando todavía no podía resolver la pérdida de su pequeña, un pesar que dejó a un Armstrong cada vez más retraído y errático, atormentado y apabullante al interior en todas las veces que ese dolor no se asoma pero se nota en la mirada que Gosling creó para su personaje.
La dinámica cinematográfica es impresionante. Si bien no es una cinta exagerada y apoteósica, es apabullante, intrigante y sorpresiva, con una extensión de 141 minutos que se diluyen sin pesadez.
La mayoría de las escenas espectaculares se viven desde diversas cabinas de las naves a la que el Armstrong de Gosling aborda y sus limitadas vistas al exterior, como los momentos de incertidumbre, en los que las ínfimas ventanillas a las que las tripulaciones se pueden asomar no son de gran ayuda; cuando las decenas de instrumentos de medición y de control parecen colapsar o en las ocasiones en las que la cámara se agita enloquecida al interior de una cápsula sin control.
Pero también son abrumadoras las escenas en la tierra, esas secuencias en las que el astronauta no dice ni una palabra y se retrae dramáticamente hasta aislarse de su propia familia que, a su vez, enfrenta la incertidumbre de no saber si ese hombre retraído volverá de su letargo, y el desazón por desconocer siquiera si ese piloto de mirada extraviada volverá con vida del trabajo.
No es sino hasta avanzada la película que Neil se ve obligado, y no por determinación, a enfrentar a sus hijos y explicarles que ha sido designado como comandante de la primera misión que llegará a la Luna y que está precedida nada menos que por una decena de fallos y fallecimientos.
La escenas de remanso, de poesía visual, de reflexión y evocación que también ocupan una parte de la historia, terminan por desnudar a ese acorazado primer ser humano que viaja para plantarse sobre el suelo lunar con todo y sus fantasmas a bordo.
Es una cinta sobria, poco o nada patriótica norteamericana; más bien universal, humana, tan conmovedora como trepidante, sin exageraciones; con una producción de sonido envolvente, incluso en aquellos instantes en los que el estruendo se desvanece en el vacío del espacio.
Pero más vale que usted la juzgue por sí mismo a partir del próximo 9 de noviembre.