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De osos y venganzas
Salvo en agradabilísimos casos, el cine mexicano de festival sigue estancado.
Foto: Especial.
Algo pasa en el mundo nuestro del cine. Los cineastas mexicanos siguen siendo ombliguistas, y no me refiero a que sean impúdicos (ojalá), sino a que siguen mirándose al ombligo.
Llevo un lustro cubriendo este festival y todos los años las películas mexicanas en competencia podrían ser la misma. Aparentemente conceptuales, según radicales y revolucionarias y, bah, todas empiezan igual: pantalla negra, un sonido y entrada en frío a una acción.
Y los guiones, santos dioses del demonio, son una pena. Apenas un esbozo de anécdota que se pierde en largas secuencias “contemplativas”. Un larguísimo close-up de alguien que fuma, o de un niño en bicicleta hacia ningún lugar, o una escena de sexo vista desde lejos. Sí, ya sabemos que queremos liberarnos de Hollywood y su influencia perniciosa (jaja), pero este tipo de películas son un desastre. Nacen y mueren en los festivales. No llegan nunca al público, si acaso a la Cineteca.
Y es una pena, no porque sea buenas y todo mundo deba verlas, sino porque hacer una cinta es carísimo y requiere de docenas de apoyos y coproducciones. Ah, así se va la inversión: en películas que ni avanzan la calidad de nuestro cine ni entretienen siquiera. Para mí eso es un acto de megalomanía.
Lamento decir que este año las cosas no son muy diferentes. Casa Caracol, de Jean-Marc Rousseau, por ejemplo, tiene una buena idea (contar la violencia que ha llegado inclusive a pueblos pequeños y aparentemente paradisíacos), pero se pierde en un ritmo lento que arrullaría al más grande adicto a la coca.
Cuadros en la oscuridad de Paula Markovitch pretende ser un coming-of-age entrañable, la relación entre un niño y un pintor, pero no bien se ha establecido la amistad, a la directora y guionista se le ocurre romperla faltando 40 minutos de película. Lo que sigue es puro vacío.
Sinvivir de Anäis Pareto es otro desastre, aunque más entretenida que las mencionadas. Otra buena idea que no cuaja.
No me quejo de mi trabajo, pero creo que esta mala curaduría de las cintas en competencia hace de Morelia un festival sólo de estrenos internacionales. Ver cine mexicano resulta una decepción.
Son puros osos. Excepto que no todos los osos son iguales.
Por más Marcelos Tobar
Oso Polar es la gran excepción. Su director, Marcelo Tobar, se va a poner por las nubes cuando gane la edición de este año de Morelia. Bueno, no sé si gane (nunca le atino a los premios; el jurado y la crítica están peleados), pero ya tiene algo mejor: su cinta tendrá corrida comercial y llegará a un público mucho mayor que el de un simple festival.
Todos hablan de la técnica con la que se filmó Oso Polar (usando un iPhone) pero lo realmente importante es, como siempre, una historia bien narrada.
Humberto Busto interpreta a Heriberto, el clásico “puerquito” de la primaria. Todos sus compañeritos lo traían de bajada por ser tímido, morenito y quizá gay.
Ahora, ya adulto, va a la reunión con sus excompañeros. ¿Los ha perdonado? En el camino, pues se trata de una road movie por la Ciudad de México, lo acompañan dos de esos bullies que ahora según son sus amigos.
Oso Polar dibuja muchas cosas: el racismo mexicano, la hipocresía de la clase media y el hecho de que la vida da revanchas.
Como dijo Marcelo Tobar, el director, la verdad es que los niños que fuimos siguen perviviendo en la botarga de adultos que nos colgamos. Las heridas de infancia viajan a todas partes con nosotros.
Otro gran acierto de la cinta son los diálogos. Wow, por fin un guionista con oído. Las frases se escuchan naturales, hasta las majaderías están bien puestas. Es un deleite.
Sí, se habla mucho de lo del iPhone, que si es una democratización del cine. No sé, no todos tenemos acceso a uno, pero sí que habla de que algo está por suceder en nuestro cine, como ya ha sucedido en otros países.
Quizá se venga la verdadera revolución que necesita el cine mexicano y el año que viene en Morelia al fin veremos cintas diferentes. Que así sea.