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Políticas de muerte III

Lucía Melgar | Transmutaciones
La necropolítica antepone los intereses económicos y políticos a las necesidades básicas para la vida humana, privilegia el desarrollo armamentista, devora recursos con que se podría ampliar el acceso a la educación, la salud y la vivienda o impulsar las energías limpias. La expansión belicista que hoy atestiguamos, paradigma de la necropolítica, no daña sólo a las víctimas directas de bombardeos y destrucción irracional, deja secuelas materiales, psicológicas y ecológicas irreparables, cierra puertas al diálogo y a la construcción de la paz, favorece la difusión de propaganda falaz y discursos de odio.
En estos días de (des)información confusa acerca del potencial nuclear de Irán y de los motivos de los gobiernos de Israel y Estados Unidos para arrogarse el derecho de iniciar “ataques preventivos”, resurge en la memoria la justificación de la guerra de este país contra Irak en 2003. El gobierno de George W. Bush, que ya había iniciado su devastadora intervención en Afganistán, a raíz del 9/11, decidió que era hora de atacar también a Irak. Según escribe Thom Hartmann, en 1999 el futuro presidente le dijo a su biógrafo que, si tenía la oportunidad de invadir Irak, no la desperdiciaría, como (según él) lo había hecho su padre en 1991 (al no invadir Irak, sólo bombardearlo). En 2003, aprovechando el estado de shock y el ambiente militarista que prevalecían en su país desde septiembre 2001, su gobierno argumentó que el dictador Saddam Hussein tenía “armas de destrucción masiva”. A diferencia de la reciente decisión, inconstitucional, de Trump, Bush quiso justificar su guerra ante el Congreso. Aunque las pruebas eran endebles ( y resultaron mentiras), se inició una larga guerra en que nadie ganó, excepto la industria armamentista.
Las consecuencias de las intervenciones de Estados Unidos para los países atacados son desoladoras. Tras 40 años de conflictos, incluidos 20 de ocupación estadounidense en Afganistán, hay en el mundo 2.8 millones de personas afganas refugiadas, la mayoría en Irán y Pakistán, y más de 3 millones son desplazadas internas. Además, desde su vuelta al poder los talibanes han impuesto un régimen inhumano que está matando en vida a mujeres y niñas. La pobreza y el hambre afectan a millones de personas. La supuesta victoria de E.U. en Irak, con el derrocamiento de Saddam Hussein, dejó, tras ocho años, más de 100,000 iraquíes y 4,500 soldados norteamericanos muertos, con un costo militar de 800,000 millones de dólares sólo para E.U., además de la huella indeleble de crímenes de guerra y espeluznantes conflictos armados posteriores. Para fines de 2024 había en el mundo 457,161 refugiados iraquíes y 1.4 millón de desplazados internos.
Las consecuencias de estas guerras en Estados Unidos también han sido nefastas. En esos años, el patrioterismo alcanzó niveles delirantes, con banderas cada vez más grandes en vitrinas y casas, propaganda promilitarista y xenófoba y la exaltación de la fuerza como valor incuestionable. Con el Patriot Act de 2001 se extendieron la censura y el miedo, se normalizaron arbitrariedades contra migrantes y extranjeros…, se inició el totalitarista régimen de vigilancia que hemos normalizado.
También según Bush, “una de las claves para ser visto como un gran líder es ser visto como comandante en jefe” (The Hartmann Report). No es casual entonces que, tras su desangelado desfile militar y las masivas protestas contra sus políticas el 14 de junio, Trump se presente como gran estratega militar y ahora sí alabe al ejército, al que antes despreciaba. Aun si en el futuro se demostrara que Irán está por fabricar armas nucleares, esta nueva intervención, con bombas absurdamente destructivas y contaminantes, es ilegal y pone en peligro a toda la humanidad.
Las guerras no son mero espectáculo ni jugadas de ajedrez. Las guerras matan, destruyen ciudades y campos, devoran recursos que permitirían mejorar la vida de la humanidad. A los autócratas que hoy juegan a los dados con el mundo eso les tiene sin cuidado: los desechables pagaremos las consecuencias.