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¿Cómo penetró el billete?
Se trató de un feliz resultado fortuito, nunca imaginado ni intentado por las autoridades promotoras de lo que fue la reforma monetaria de 1931.

El presente 2025 se cumplirá el centenario del establecimiento del Banco de México. Debe ser claro que en largos 100 años de existencia han tenido lugar muchos avances dignos de consideración. Sin embargo, si se me pidiera resumir en una síntesis apretadísima los principales rasgos de la evolución institucional, destacaría dos. Primero, en el orden organizacional, haber podido establecer una institución de excelencia. En el orden operativo, el logro de darle al país un sistema monetario moderno y verdaderamente funcional. Un sistema basado en la moneda fiduciaria.
Durante sus primeros años, el Banco de México experimentó un repudio por los billetes que emitía. Se atribuía el repudio al recuerdo muy vivo que tenía el público del papel moneda que habían emitido los dos bandos revolucionarios en acción: el Constitucionalismo de Carranza y la corriente de la Convención, con Pancho Villa a la cabeza. Por su gran volumen y otros problemas de legitimidad, los denominados despectivamente “bilimbiques” ocasionaron infinidad de problemas, pero sobre todo una inflación rampante.
Hacia la segunda mitad de la década de los veinte, las autoridades de la Secretaría de Hacienda mostraban gran preocupación por la depreciación que sufrían las monedas circulantes de plata con respecto a las de oro. En su momento, la solución discurrida para tan grave problema monetario pareció simplista. Al desmonetizar las monedas de oro y convertirlas en tan solo un mero almacén de valor, las monedas de plata en las denominaciones de un peso y 50 y 20 centavos ya no tendrían referencia contra la cual depreciarse.
Sin embargo, no se cayó en la cuenta de que, al tomar la decisión referida, se dejaba a la circulación monetaria interna gravemente trunca al desaparecer las piezas circulantes de 2 y 2.50 pesos y 5, 10, 20 y 50 pesos (esta última, el famoso “Centenario”). El referido vacío circulatorio se hizo muy grave. Hay que recordar que en aquellos tiempos aún no había tarjetas de crédito y de débito, y el cheque tenía muy escasa utilización. Y fue en ese cuasi vacío monetario en el cual el público empezó a recibir y a utilizar los billetes del Banco de México en reemplazo de las desaparecidas monedas circulantes de oro.
Se trató de un feliz resultado fortuito, nunca imaginado ni intentado por las autoridades promotoras de lo que fue la tan criticada reforma monetaria de 1931. Y el Banco de México aprovechó la coyuntura al adquirir los dólares que se requerían para conformar una reserva internacional con vistas a establecer un nuevo tipo de cambio fijo mediante la emisión de sus billetes. Incidentalmente, esa nueva paridad fue la de 3.60 pesos por dólar, establecida en 1934.
