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Opinión

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Del norte al narco: la geografía de una acusación

"Las palabras son balas cuando el silencio es Estado."
— A. Monterroso


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Stephanie Henaro | Café Colón

Stephanie Henaro

A veces, la guerra no comienza con un misil ni con un tratado roto. Comienza con una palabra. Y esta vez, la palabra fue “adversario”.

México ha sido incluido por Estados Unidos en la lista de países adversarios en materia de narcotráfico. No como socio fallido, no como aliado distraído, sino como amenaza directa. El anuncio no vino de un blog oscuro ni de un vocero marginal. Lo dijo la fiscal general de Estados Unidos, Pam Bondi, ante el Comité de Gastos del Senado. Bajo juramento. Con toda la carga simbólica de una audiencia oficial.

“México permite el paso de drogas que matan a nuestros hijos”, afirmó, equiparando a nuestro país con Irán, Rusia y China. No lo hizo al calor de una campaña, sino en el contexto de una escalada geopolítica. Porque si bien las cifras —según los propios CDC— muestran una caída en muertes por fentanilo, el discurso ha cambiado de objetivo: ya no se trata solo de combatir a los cárteles, sino de responsabilizar a los Estados.

Y ahí es donde comienza la verdadera tragedia.

México, que alguna vez se pensó como bisagra entre América Latina y el mundo desarrollado, se ve ahora retratado como flanco vulnerable del continente. No por sus cifras macroeconómicas, ni por su papel en la industria automotriz, sino por su incapacidad —o su falta de voluntad— para contener la violencia criminal que cruza su territorio y se cuela en las venas de la potencia vecina.

Esta narrativa no es nueva, pero su intensidad sí. Trump la alimentó durante años con la idea del “narcoestado”, del “control de los cárteles” sobre amplias zonas del país. Ahora, en su segundo mandato, ese discurso ha dejado de ser campaña para convertirse en doctrina. Y como toda doctrina que necesita enemigos, México ha sido llamado por su nombre.

No se trata solamente de retórica. Cuando Estados Unidos designa a un país como adversario, las consecuencias se sienten en múltiples frentes: cooperación militar reducida, operaciones encubiertas justificadas, sanciones veladas, presión comercial. No es casual que esta declaración ocurra después de los bombardeos en Irán. Ni que ocurra justo cuando el fentanilo ha sido elevado al rango de amenaza existencial.

Tampoco es casual que se invoque la protección de “las niñas y niños estadounidenses” como razón para actuar. La infancia es el argumento más difícil de contradecir y el más fácil de usar. Y en Washington, cuando se agotan las excusas, se invoca el deber de proteger.

¿Y México?

Calla.

Calla, como quien teme que responder agrave el castigo.

Calla, como quien olvida que no nombrarse es otra forma de ceder soberanía.

Porque el verdadero problema no es que nos llamen adversarios. Es que nadie, desde Palacio, se atreva a decir que eso también es una forma de agresión. Que las acusaciones —aunque tengan una parte de verdad— forman parte de una construcción narrativa mucho más peligrosa: la que prepara el terreno para la intervención política, económica o incluso militar, bajo el disfraz de ayuda o prevención.

Los cárteles no se derrotan con silencios. Ni la soberanía se defiende con gestos protocolarios mientras nos acomodan al lado de Irán y China en las listas negras del Congreso estadounidense.

A México le urge responder con claridad y con verdad. No para negarlo todo, sino para evitar que la única historia que se cuente sobre nosotros sea la escrita por otros.

El último en salir, apague la luz.

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Stephanie Henaro

Actualmente da asesorías geopolíticas, conferencias, e imparte la materia en la Universidad Iberoamericana de México y en la Universidad Francisco Marroquín en Guatemala. También comparte sus análisis en ADN40, MVS, Radiofórmula, El Heraldo y Televisa.

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