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Múnich: lecciones para México

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OpiniónEl Economista

Alexia Bautista

El fin de semana reunió a líderes de todo el mundo en la Conferencia de Seguridad de Múnich. Desde su primera edición en 1963, este encuentro ha servido como termómetro del estado de la seguridad en el mundo. Y este año dejó claro que el sistema internacional atraviesa por un cambio sísmico tras el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca.

El repliegue del liderazgo global estadounidense ya no es sólo posibilidad, sino una realidad en proceso. La retirada del Acuerdo de París, el abandono de la Organización Mundial de la Salud y el desdén por las alianzas que configuraron el orden internacional de la posguerra son sólo algunas señales de la transformación. En Múnich la fractura quedó al descubierto.

El vicepresidente J.D. Vance, emisario de Trump en la conferencia, no perdió la oportunidad de marcar distancia con Europa. Su discurso, beligerante y provocador, arremetió contra los gobiernos europeos. Los acusó de suprimir la libertad de expresión, de no frenar la migración irregular y de alejarse de las preocupaciones reales de sus ciudadanos por aferrarse a la corrección política y el "wokismo". Así, insistió en que la verdadera amenaza para Europa no proviene de Rusia o China, sino de su propia decadencia interna. Pero acaso lo más revelador de su intervención fue el cuestionamiento abierto sobre si Estados Unidos y Europa todavía comparten una agenda común.

Esto último tiene una importancia mayúscula. Si la administración Trump realmente cree que Washington y Europa no tienen objetivos compartidos, el compromiso estadounidense con la OTAN podría evaporarse rápidamente. Más aún, la decisión de Trump de iniciar un diálogo con Vladímir Putin para poner fin a la guerra en Ucrania sin incluir a sus aliados europeos, y peor aún, sin la participación de Ucrania es preocupante por decirlo menos. La obviedad histórica es brutal: si no estás en la mesa, estás en el menú. Y Ucrania, al parecer, lo está.

El desprecio por la alianza transatlántica, cuidadosamente construida durante ocho décadas, es sólo otro ejemplo de la capacidad destructiva de Trump. A él no le interesan las relaciones a largo plazo ni la estabilidad del orden internacional liberal. Su visión es otra: busca convertir a Estados Unidos en una potencia imperialista y dividir el mundo en esferas de influencia, sin rendir cuentas a nadie ni considerar a sus aliados.

Todo esto nos lleva a México. En un país en donde buena parte de la clase política se aferra a un provincianismo paralizante, lo que ocurre en Múnich podría parecer lejano, pero en realidad no lo es. La relación con Estados Unidos definirá el futuro del país y la gran lección de esta conferencia es cartesiana: Washington, hoy por hoy, es la mayor fuente de incertidumbre para el mundo. Las políticas temerarias de Trump abren la puerta a un sinfín de imponderables. Porque si está dispuesto a romper una alianza militar de 80 años, ¿qué le impediría hacer lo mismo con un socio comercial de apenas 30? Algo que no puede pasarse por alto al pensar en el futuro del Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC).

Desde mi perspectiva, frente a una amenaza externa, la mejor defensa de un país como México no es una postura meramente reactiva, ni la improvisación o la falsa esperanza de salir bien librado en el último momento. Es el fortalecimiento del Estado, la solidez institucional y la cohesión nacional. Hoy, México carece de varios de estos elementos. Y, en un mundo que se vuelve cada vez más inestable, esa fragilidad nos deja inevitablemente expuestos.

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