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Minería y transición energética

Existe en nuestro país una notable fobia gubernamental y social contra la minería, tal vez explicable, es verdad, por preocupaciones ambientales legítimas, pero también, anclada en prejuicios ideológicos parecidos a los que hacen repudiar el maíz transgénico (sin ninguna base científica) y el fracking. (Por cierto, el fracking o fractura hidráulica y la perforación horizontal de pozos constituyen tecnologías de vanguardia en explotación de hidrocarburos, que, irónicamente, son ahora fundamentales en el desarrollo de campos de energía geotérmica, que es energía limpia, firme, despachable y a costo accesible). El caso es que, de hecho, está en proceso legislativo en México la prohibición constitucional de la minería a cielo abierto, además de haberse suspendido el otorgamiento de nuevas concesiones mineras. Desde luego que la minería a cielo abierto puede entrar en conflicto con Áreas Naturales Protegidas, generar problemas de gobernanza territorial con ejidos y comunidades, y plantear riesgos ambientales importantes (incluso catastróficos) por la posibilidad de ruptura de presas de jales y de contenedores – como ocurrió con el desastre del río Sonora en 2014. Sin embargo, esto puede preverse y evitarse a través de una regulación sólida de parte de las autoridades federales (Semarnat). Pero, prohibir la minería a cielo abierto sería un golpe brutal a la economía nacional y al empleo. La minería a cielo abierto representa más del 60% de esta actividad en México, que a su vez contribuye con casi el 3% del PIB, y con más de 200 mil empleos directos y un millón de empleos indirectos. Pero también, la prohibición de la minería a cielo abierto implicaría graves consecuencias ambientales. Una de ellas sería la transferencia masiva de la actividad minera al lecho marino, lo cual provocaría impactos ecológicos muy severos, por ejemplo, en toda la zona Clarión – Clipperton en el Océano Pacífico, frente a las costas de México, donde abundan nódulos polimetálicos de Manganeso, Cobre, Cobalto y Níquel. Otra consecuencia ambiental muy grave sería la disrupción y bloqueo de la participación de nuestro país en la nueva economía de la Transición Energética y lucha contra el calentamiento global. Esto último, en virtud de que la minería a cielo abierto ofrece los minerales críticos para la Transición Energética, como Litio, Manganeso, Cobalto, Níquel, Grafito, Cobre y Tierras Raras (Neodimio, Praseodimio, Disprosio, Terbio, Samario, Europio). El Litio es esencial para la fabricación de baterías de ion-litio para vehículos eléctricos, para almacenamiento de energía y para dispositivos electrónicos. El Cobalto, Manganeso y Níquel son componentes clave en los cátodos de las baterías de ion-litio, y el Grafito en los ánodos correspondientes. El Cobre es indispensable en todo tipo de componentes, infraestructura y equipos eléctricos. Las Tierras Raras lo son en la fabricación de imanes en turbinas eólicas, motores de vehículos eléctricos y equipos electrónicos. Además, desde luego del Fierro y el Aluminio utilizados en prácticamente todos los equipamientos de energía limpia, así como el Silicio, para las celdas fotovoltaicas. Todo lo anterior, sin contar con el imperativo de explorar y explotar Uranio para una nueva era de reactores nucleares modulares, producidos en serie, e intrínsecamente seguros, la cual está en plena marcha. Sin energía nuclear es muy difícil pensar en la descarbonización total del sector energético.
La reducción de emisiones de CO2, y la descarbonización de la producción y uso de energéticos requieren de políticas expresas para garantizar la resiliencia y seguridad de los sistemas basados en energías limpias y redes eléctricas inteligentes, y minimizar su vulnerabilidad. Existen riesgos claros por volatilidad de precios, incertidumbre en la oferta, y alta concentración en la producción de minerales críticos en pocos países, lo que conlleva riesgos geo-políticos: Tierras Raras en China; Níquel en Indonesia; Litio en Chile, Argentina, Australia y China; Cobre en Chile, Perú, China y Zambia; Cobalto en la República Democrática del Congo, etcétera. (Bolivia, con las reservas más grandes de Litio en el mundo no produce prácticamente nada, gracias a que Evo Morales lo “nacionalizó”, igual que México, con la creación de “LitioMex”). La vulnerabilidad se agrava si consideramos el aumento vertiginoso en la demanda de minerales estratégicos. Por ejemplo, la demanda de Litio se expandió 30% en 2023, mientras que la de Níquel, Cobalto, Grafito y Tierras Raras creció en promedio 15% en el mismo año. El valor del mercado de minerales críticos para la Transición Energética llega hoy en día a 325 mil millones de dólares anuales, y se proyecta que se duplique hacia el año 2040. La demanda de estos minerales se multiplicará por tres para el 2030, y cuadruplicará al 2040, llegando a 40 millones de toneladas anuales. (International Energy Agency). Es obvio que, en este escenario, abortar el desenvolvimiento de la industria minera en México – que tiene gran potencial en minerales críticos para la Transición Energética – representa un delirio muy costoso para el país y para el planeta. La minería a cielo abierto debe regularse adecuadamente, no prohibirse, y asumirse como base de una verdadera política industrial de Transición Energética.