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Opinión

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El México que perdimos

Hay un México perdido. El que logró a ser la doceava economía del mundo, mayor socio comercial de Estados Unidos, que promovió el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), y que es el exportador de manufacturas más importante de América Latina. Fue un país que se democratizó asombrosamente, donde se garantizaron libertades individuales, y que en poco tiempo generó alternancia política y una efectiva división de poderes, de manera plural y consensuada. Que construyó eficaces instituciones autónomas como contrapeso al Poder Ejecutivo, y garantía de calidad técnica y profesionalización gubernamental. Fue el país de un Banco de México y organismos electorales verdaderamente autónomos, y que devolvió la dignidad de propietarios a sus campesinos vejados por la colectivización. Fue un país que creó instituciones y políticas ambientales de vanguardia, que se convirtió en referente global climático y de transición energética. Fue un México que alcanzó cobertura casi total en educación básica, dio acceso a estudios superiores a más de la tercera parte de sus jóvenes, que extendió servicios públicos prácticamente universales de agua y electricidad, que vio aumentar notablemente la esperanza de vida de su población, que ofreció seguridad social a la gran mayoría de los mexicanos, y viabilidad contributiva al sistema de pensiones. Fue un México con proyecto nacional coherente de democracia liberal y economía de mercado, que superó sus complejos y atavismos y se lanzó a ser potencia emergente, acabando con sus propios monopolios en energía y telecomunicaciones, abriendo las puertas a la inversión privada, y que emprendió el camino de la reforma y calidad en la educación pública, la transparencia, y la competencia económica. También, un México que, aunque con poco éxito, arrancó un compromiso serio de combate a la delincuencia y a la corrupción. Fue un país que redujo significativamente la pobreza extrema, construyó infraestructura notable, que se urbanizó con celeridad, creó un gran sistema de ciudades, y una amplísima y pujante clase media, y que hizo de sus regiones centrales y norteñas y centros turísticos motor de desarrollo y prosperidad. Fue un México prestigiado, con una política exterior sensata y respetable, y un servicio diplomático de clase mundial. Pero fue un México que no supo apreciar ni defender sus logros, y que perversamente sólo se refociló en sus inevitables fallas. 

Esto abrió la puerta a un nuevo régimen autoritario y al desmantelamiento y deconstrucción institucional. Atrás quedan la división de poderes, los contrapesos al poder presidencial, la alternancia política, la transparencia y rendición de cuentas, la Transición Energética, políticas ambientales y climáticas, y, probablemente también, las libertades políticas. Las instituciones de la República han sido demolidas por un gobierno con una mayoría constitucional sobrerrepresentada en el Congreso. Recortes presupuestales radicales han degradado los servicios públicos en salud y educación, y la infraestructura. Se ha destruido al Poder Judicial, todos los jueces, magistrados y ministros serán reemplazados por leales al régimen. Los jueces ahora condenarán a cualquier persona a prisión sin debido proceso gracias a nuevas disposiciones constitucionales de cárcel preventiva. Hay persecución mediática y política contra opositores y organizaciones civiles, y se han borrado el diálogo y el consenso entre fuerzas políticas. Es ahora un México polarizado y fracturado. El país se ha militarizado. Se han asignado a las fuerzas armadas gran cantidad de negocios y proyectos, y funciones civiles, sin consideración por la transparencia y rendición de cuentas, corrupción, y cumplimiento de leyes y regulaciones ambientales. La educación pública ha sido nuevamente concedida a mafias sindicales. México vive los años más violentos de su historia moderna, después de la destrucción de la Policía Federal. La Guardia Nacional y la militarización de la seguridad pública han sido un trágico fracaso, y se ha entregado el control del territorio al crimen organizado. Se han abortado la Transición Energética y políticas de cambio climático. Se han restablecido los monopolios estatales sobre la electricidad e hidrocarburos, y bloqueado las inversiones en energías limpias. Se destruyó arbitrariamente el más importante proyecto aeroportuario de la historia. Las agencias reguladoras autónomas también han sido eliminadas. El Acuerdo de Libre Comercio T-MEC está en riesgo por la contrarreforma energética, y destrucción del Poder Judicial. La política exterior se ha envilecido, hasta convertir a México en un paria internacional y en vergonzoso soporte de dictaduras en América Latina.

Este nuevo régimen carece de proyecto de Nación coherente y racional. Se finca en un Maximato dictatorial ostensible, intelectualmente hueco y kakistocrático. Su lógica son los desvaríos y prejuicios de un solo hombre. Su ideología es un nacionalismo arcaico, justiciero, rencoroso y ramplón. Sus pulsiones son de megalomanía histórica, resentimiento, y venganza. Su retórica se desenvuelve con vulgares muletillas populacheras. Sus instrumentos de gobierno incluyen el control mediático de la opinión pública, subsidios masivos generalizados para asegurar voluntades y votos, gasto descomunal en mega proyectos militarizados, y, la anulación de opositores. Su propósito último es mantenerse indefinidamente en el poder, como ocurre con las dictaduras que el régimen patrocina y admira. ¿Lo logrará?

Político, ecologista liberal e investigador mexicano, ha fungido como funcionario público y activista en el sector privado. Fue candidato del partido Nueva Alianza a Presidente de México en las elecciones de 2012.

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