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“Los incendios fueron provocados” (parte 2 de 3)

Tratando de comprender el fenómeno de la credulidad ante las teorías de la conspiración, escribí en 2020 en estas mismas páginas sobre el efecto Dunning-Kruger. Después de haber listado en el texto anterior algunas de estas delirantes fantasías, y de analizar cómo se nutren de la desinformación los grupos de ultraderecha y/o los gobiernos autoritarios, es preciso seguir tratando de comprender este complejo fenómeno.
“En el fondo de la psicología de un conspiranoico quizá se encuentre una cierta superioridad”, escribía. Solo ellos se dan cuenta de que hay una élite que quiere controlar al mundo”. Los demás, vivimos en la ingenuidad. “Para la mente conspiranoica, los científicos están comprados, y el que los medios formales se rehúsen a publicar notas falsas es una prueba más de que están coludidos con el complot”.
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En ese lejano año, la palabra “conspiranoico”, compuesta por los vocablos “conspiración” y “paranoia”, pasó a formar parte de la lengua española. El diccionario señala que es “la convicción obsesiva de que determinados acontecimientos de relevancia histórica y política son o serán el resultado de la conspiración de grupos de poder”. Me llama la atención el uso de las palabras “convicción obsesiva”.
Una de las explicaciones es el llamado Efecto Dunning-Kruger, que toma su nombre de los investigadores de la Universidad de Cornell, David Dunning y Justin Kruger, quienes estudiaron la relación entre la incompetencia y los sentimientos de superioridad. El efecto se define como “un sesgo cognitivo según el cual los individuos con escasa habilidad o conocimientos sufren de un sentimiento de superioridad ilusorio, considerándose más inteligentes que personas mayormente preparadas, midiendo su habilidad por encima de lo real”.
Encontraron que “los individuos incompetentes tienden a sobreestimar su propia habilidad” y son “incapaces de reconocer la habilidad de otros”. Citando una frase de Charles Darwin, “la ignorancia genera más confianza que el conocimiento”. Esto ayuda a explicar fenómenos como QAnon, la teoría del Gran Reemplazo, las personas que pensaban que el Covid-19 fue inducido, lo mismo que quienes hoy sostienen que los incendios de Los Ángeles fueron provocados por el gobierno de Biden con rayos láser.
La mayoría de las veces las teorías tienen una motivación política clara, como las hordas de fieles que creen ciegamente en la Gran Mentira: que Donald Trump ganó las elecciones en 2020 (esos que salieron a conspirar y que mataron policías en el Capitolio y estaban dispuestos a terminar con la vida de Mike Pence, es muy posible que salgan indultados el mismo lunes).
El efecto Dunning-Kruger se empalma con el Sesgo de Confirmación, la tendencia a interpretar la realidad dependiendo de si apoya o no las creencias propias. Pero no solo es esta incapacidad de ver las cosas de manera objetiva, sino que se percibe a los demás como enemigos. “La gente siente pertenencia a su grupo, pero también antagonismo hacia las personas del otro grupo”, exponía Sara Hobolt, de la London School of Economics. Todo esto es el caldo de cultivo para los políticos que polarizan e infunden miedo y odio. “Lo que mucha gente quiere es sentirse cómoda, no estar en lo correcto”, afirmó Larry Bartels, politólogo de la Universidad Vanderbilt.
Cuando escribí aquel texto en El Economista (“La amenaza fantasma”: 28 de octubre de 2020), estábamos en plena pandemia, y el cantante Miguel Bosé jugó un vergonzoso papel, subiendo a la web las teorías más delirantes posibles: que Bill Gates había causado infinidad de víctimas en todo el mundo y había sido expulsado de India y Kenia (en realidad esos países le agradecieron públicamente su ayuda), que su proyecto de vacunas portaba “nanobots para obtener información con el fin de controlar a la gente”, y que “seremos borregos a su merced”.
TikTok en la mira
Uno de los objetivos principales de las campañas de desinformación son los migrantes. Políticos de todo el espectro de ultraderecha, como Donald Trump y JD Vance, expanden bulos de que cometen todo tipo de asesinatos y violaciones. En Alemania, antes de las elecciones regionales, apareció una foto en TikTok de una persona de color sosteniendo un cuchillo, con la leyenda: “los migrantes atacan más a los locales y promueven la violencia”. Tuvo millones de vistas.
“Si te vas a los datos reales, la inseguridad no es un problema provocado por migrantes”, explica Alfredo Suárez García, coordinador de comunicación de la Fundación Friedrich Naumann para América Latina y editor del estudio “Desinformación: cómo entenderla, combatirla y defenderse de sus efectos”. El tema con esta red es que no sólo le aparecen a los usuarios publicaciones que tengan que ver con sus intereses, sino que les puede llegar cualquier cosa, incluida la desinformación, explica Suárez. “Te pueden salir cosas de gente que no sigues, pero que el algoritmo empuja”. Esto es lo que está pasando ya abiertamente con X, la red social en la que Elon Musk ha dejado entrar a las personas más impresentables posibles, como el caso de Alex Jones.
Pero también, ya ha se ha documentado cómo X ha impuesto un sistema que privilegia las publicaciones de los republicanos y esconde las de los progresistas. Más aún, se está documentando también cómo retira de la plataforma los posts críticos con Musk. Aunque hoy el magnate esté entronizado como mano derecha extraoficial de Donald Trump, muchos entre los más radicales de MAGA ya le han declarado la guerra por haberlos censurado cuando publican cosas criticándolo.
El citado Alex Jones publicó hace unos días que los incendios en California fueron “provocados por un complot de los globalistas”, a lo que Elon publicó: “true”, “verdad”. No hace falta agregar nada.
Hoy TikTok está en la mira por otras razones. La Suprema Corte de Estados Unidos dictaminará si obliga a su compañía madre, ByteDance, a venderla, aduciendo razones de seguridad nacional. Lo inquietante es que es precisamente Elon Musk quien podría comprar la red social.
El papel de la IA
Con Elon Musk y los desinformadores profesionales envalentonados, y con la nueva corriente de opinión en Washington, Mark Zuckerberg dio el paso que quizá quería dar desde hace tiempo pero estaba esperando a que las aguas cambiaran de dirección. Meta (Facebook, Instagram) dejará de verificar los datos de las publicaciones, con lo que cualquier persona puede publicar ahora cualquier tipo de noticia falsa. El hecho causó indignación en todo el mundo (excepto entre los ultraderechistas, quienes mayormente divulgan los bulos), pero el hecho más siniestro es algo en el que pocos repararon: que llamó “censura” a esas verificaciones.
En lo personal, no considero que impedirle a alguien como Alex Jones difundir insultos a los padres de niños que fueron asesinados a balazos, llamándolos farsantes y actores pagados... se pueda considerar censura. Pero, ¿alguien todavía se llama a engaño de que gente como Jones, Musk o Tucker Carlson son adalides de la libertad radical de expresión, en lugar de ver la agenda que manejan?
La IA y los deep fakes van a amplificar a niveles nunca antes vistos todo esto. Aún se puede llegar a distinguir la voz y el rostro de las personas (por ejemplo los candidatos) en videos apócrifos esparcidos por la red (el ejemplo del video falso de la presidenta Claudia Sheinbaum hablando en ruso es un ejemplo burdo de lo que pronto se va a sofisticar), pero no está nada lejano cuando ya no sea posible distinguir ni rastrear si algo está hecho con IA o no.
“Se ha analizado el caso de una persona conspiranoica que le pregunta a ChatGPT por qué la Tierra es plana, y empieza a trabajar ese argumento, obteniendo un mayor porcentaje de éxito la teoría de la conspiración que con un humano experto”, apunta Suárez García. “¿Por qué? Porque la IA no se cansa, no tiene complejo de superioridad, no tiene una ética. Sólo te va dando datos fríos sin desesperarse, que es muchas veces el punto donde se rompen los debates entre una persona que tiene inclinación hacia teorías conspiranoicas y los expertos en algún tema”.
“Cuando alguien cae en el sesgo de confirmación, dice ‘claro, yo sabía que aquello estaba ligado con tal. Y muchas veces esto les hace terminar siguiendo a personas (o a bots) que no son expertas en distintos temas, y a no diferenciar las opiniones de los datos”.
“Si algo tenemos los seres humanos, y esto es algo que se viene estudiando desde los años 70, son estos sesgos y estas características psicológicas que nos pueden hacer caer tanto en la desinformación como en explotar en un debate, cuando estamos lidiando con alguien que no está de acuerdo con nuestros puntos de vista, lo cual nos lleva a la polarización y a terminar en la incomunicación absoluta y en el insulto”. Y finaliza el experto diciendo que no queda de otra en el mundo actual: “Debemos mantener nuestras defensas cognitivas siempre arriba”.
Pero no toda la desinformación proviene de la ultraderecha. Como veremos en el próximo y último texto de esta serie, las estrategias (y las credibilidades) provienen de la ultraizquierda también. De ambos polos del espectro ideológico... siempre que se trate de radicalismos.