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La guerra

Ezra Shabot | Línea directa
La guerra aérea desatada por Israel contra Irán tiene su origen en 1978 cuando la Revolución Islámica de Jomeini derrocó al Sha e instauró un régimen fundamentalista cuyo objetivo era no únicamente construir un estado teocrático, sino influir significativamente en el resto del mundo musulmán para liderar una lucha que difundiera su mensaje en todo el mundo. En este sentido los dos grandes enemigos a exterminar eran los Estados Unidos e Israel, el primero por ser el “gran satán”, y el segundo por representar a un estado judío hereje y por lo tanto ilegítimo en la zona.
Desde 1978 y hasta el 7 de octubre de 2023 Teherán construyó un cerco político—militar alrededor de Israel y como mecanismo de poder frente al islam sunnita moderado. En esta fecha la incursión de Hamás en territorio israelí y la masacre de 1,200 civiles desató una guerra contra todos los grupos que Irán mantenía en la región como instrumentos destinados a aniquilar al Estado judío.
Uno a uno fueron destruidos por el ejército hebreo. El propio Hamás en Gaza, Hizbollah en Líbano, el régimen de Assad en Siria, y las milicias chiitas en Irak que de un momento a otro dejaron de atacar al objetivo común de los proxis iraníes. Quedaron únicamente los hutíes en Yemen profundamente golpeados por distintas fuerzas militares. Y así, en medio de una guerra prolongada en Gaza, la posibilidad de destruir el programa nuclear de Jamenei, se fue transformando en una realidad.
Durante largos años el gobierno de los ayatolas burló la vigilancia internacional y desarrolló un programa nuclear diseñado específicamente para un ataque contra Israel y otros enemigos del fundamentalismo islámico chiita. La oportunidad se produjo tras la eliminación de sus grupos terroristas en la región y la inminencia de que Teherán contara con el material necesario para finalmente poder armar una bomba nuclear. Esto sin dejar a un lado el interés de Netanyahu por reivindicar su figura tras la catástrofe del 7 de octubre.
El ataque preventivo israelí que debió generar un repudio total por parte del mundo árabe, provocó una débil condena en la medida en la que la desaparición de la amenaza fundamentalista chiita es vista con simpatía por casi todos los gobiernos de la región. Y es que esta nueva realidad cambiará de fondo la manera como será el Medio Oriente en los próximos años.
Tanto para Líbano, Siria, los palestinos e Israel, la región se transformará de manera significativa al grado de que la eventual ausencia de la amenaza fundamentalista chiita, podría ser el incentivo determinante para una convivencia pacífica que en esa zona del planeta se percibe como algo imposible.