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Opinión

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El derrumbe moral de lo político

Sin congruencia moral, la democracia degenera en espectáculo. Vivimos en un mundo político relativista y cínico, en el que las formas dejaron de importar y la congruencia se volvió una palabra que estorba o, peor, ni siquiera tiene sentido. Para definirlo grosso modo, el concepto de congruencia implica conformidad entre lo que se hace y los principios que se defienden. Es una obligación moral. Y deja de tener sentido cuando no se tienen principios o cuando no se siente la obligación de acomodar los actos a ellos, lo cual se parece mucho a no tener principios. 

¿Por qué es importante la congruencia? Porque cuando alguien dice defender estos y aquellos principios, quien lo vota sabe qué esperar del político si es congruente. Cuando dejan de ser congruentes votar ya no es un acto en favor de algunas conductas que se piensan mejores para el futuro, sino una cosa de filias y fobias personales: votar por simpatía, cercanía territorial o simple espectáculo.

Es cierto que los políticos congruentes son los menos, que en general quienes se dedican a esa profesión asumen que el asunto es sucio y no queda más que ensuciarse. Pero algo de decencia había entre los sucios de antes: Cuando un escándalo se hacía público, porque el político en turno mentía, robaba o traicionaba sus principios, la renuncia era la mínima exigencia. Pero la decencia también se esfumó del lado de los votantes, que votan, presuntos corruptos, pederastas, violadores. Nada importa. Lo más preocupante es el desfile obsceno del cinismo contemporáneo. Pensemos en los Yunes, que no solo cargan las acusaciones más terribles, sino que uno de ellos votó a favor de la reforma que sus votantes querían detener votándolo. Los traicionó a los meses de ser elegido. Piensen en Cuauhtémoc, acusado por su media hermana y otras tantas mujeres; no tiene la decencia de pedir licencia y enfrentar las acusaciones sin fuero. Ahí está la señora Gutierrez Müller, un caso singular: pasó un sexenio exigiéndole al rey de España que se disculpara por las tropelías cometidas por los súbditos de otro rey y otra casa real, los Austrias, y hoy, sin empacho se presenta a pedir la nacionalidad española. Claro, si la ley así lo estipula, tiene derecho, lo que no tiene es congruencia. La Senadora Chávez, joven e incapaz de reconocer que su imagen en consultorios móviles y en espectaculares es ilegal. El ex ministro Zaldívar rodeado de escándalos y sin embargo incapaz de apartarse para que se investigue todo lo que se dice de él.

El Estado democrático falla cuando no inspira a sus políticos a ser congruentes y decentes. Vivimos en un estado moral corrompido. La única forma de darle la vuelta a este cuerpo que se pudre, es que sobresalgan las personas íntegras.

Murió mi querida maestra Paulette Dieterlen, de quien aprendí tantas cosas tanto teóricas como de la vida universitaria. Me llena de tristeza. Un abrazo a sus parientes, amigos, y colegas.

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L.M. Oliveira es escritor. Autor de "El mismo polvo" y "El oficio de la venganza". Es Titular A en el Centro de Investigaciones sobre América Latina y El Caribe.

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